Opinión

Profesora de Derecho Civil de la Universitat de València

Apagar una infancia en Gaza. Matar a un ruiseñor

Permitir y no impedir, de cualquier modo posible que esté a nuestro alcance, que Israel siga exterminando a la infancia en Gaza, es consentir y legitimar el hecho de “matar a un ruiseñor”

Niños esperando comida en Gaza.

Niños esperando comida en Gaza. / AP

Más de quince mil niños y niñas han perdido la vida en Gaza desde el 7 de octubre de 2023, momento en que la cruzada que Israel libra contra el pueblo palestino desde hace décadas dio un salto cualitativo. Muchos de estos niños, casi un millar, tenían menos de un año de vida; otros muchos, que se cuentan por centenares, nacieron para ser asesinados con apenas horas de vida. Los heridos también se cuentan por miles, algunos mutilados para siempre, como Mahmoud Ajjour de 9 años, que cuando se dio cuenta que le habían amputado ambos brazos tras resultar gravemente herido mientras huía de un ataque israelí, le preguntó a su madre: “¿Cómo podré abrazarte?”. El amor frente al horror. La resiliencia frente a la barbarie por bandera que ondea Israel contra la razón, contra el derecho internacional humanitario; esas reglas aprobadas por un consenso universal hoy volatilizado ante los ojos impasibles de una Europa que no reacciona como debiera. En esa guerra injusta la infancia ha sido declarada abiertamente por diferentes autoridades israelíes enemigo a batir. El vicepresidente del Comité de Derechos del Niño, Bragi Gudbrandsson, ha reconocido que nunca antes se había visto una violación tan masiva como la acontecida en Gaza, abarcando vulneraciones del derecho internacional tan graves como matar y mutilar niños, atacar hospitales y escuelas y denegar el acceso humanitario.

Así es, porque la infancia que aún no ha sido aniquilada, está en vías de serlo. La desnutrición aguda que sufre desde hace meses por la hambruna provocada por el bloqueo de Israel a la ayuda alimentaria (agua, alimentos, suministros médicos, combustible) está teniendo efectos devastadores en este grupo poblacional. La ONU alerta que podrían morir 14.000 bebés en los próximos días.

La infancia que logre sobrevivir a este horror, poco probable si permitimos que la situación siga así, no lo tiene más fácil, tendrá que afrontar el estrés postraumático y la ansiedad de haber sido víctimas de secuestros; haber perdido a familiares -se cuentan por miles los niños y niñas que se han quedado huérfanos-; huir sin referentes afectivos; haber sido objeto de violencias múltiples (también sexual) o por el futuro incierto y sin condiciones de vida digna que les espera a corto y medio plazo. Los efectos psicológicos de esta guerra injusta van a ser terribles para ellos y ellas. Todos sus refugios afectivos, en los que cabe situar sus casas, sus barrios y, especialmente, sus escuelas, están siendo también aniquilados como objetivos bélicos. Este horror no precisa de más análisis y comparaciones, ni de más llamadas a la reflexión. Este genocidio no pueden ni deben seguir soportándolo ni un minuto más.

Quienes defendemos los derechos de todas las personas por igual, y la infancia como sujeto de derechos, y la justicia sin fronteras ni paños calientes, muy al estilo del personaje principal de la conocida novela de Harper Lee, el abogado Atticus Finch; no podemos mantener la cabeza en alto en los lugares en que acomodadamente vivimos y trabajamos por una suerte de destino privilegiado, sin que las conciencias de cada uno de nosotros se nos remuevan, y nos lleven a alzarnos sin dudar contra la barbarie y la brutalidad de Israel en cada uno de sus actos contra la vida de cada niño, niña o adolescente en Gaza. Necesitamos levantar la voz para que cesen de una vez por todas los ataques, una sola voz ensordecedora y con mayor capacidad de acción que hasta ahora; y para eso es imprescindible exigir que hagan lo propio los gobiernos de los países europeos, todos sin excepción, y de la propia Europa, que hoy siguen impasibles, timoratos y cómplices amparando otros intereses que no son los asumidos legalmente, que les instan a salvaguardar los derechos de esta infancia y adolescencia. Matar intencionadamente, como está haciendo Israel, a esta infancia en Gaza que representa el futuro de la humanidad -la suya y la nuestra- y que tiene derecho a vivir y ser feliz libre de violencias, y a deleitarnos con sus ecos de alegría y esperanza; permitir y no impedir, de cualquier modo posible que esté a nuestro alcance, que la sigan exterminando, es consentir y legitimar el hecho de “matar a un ruiseñor”.

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