Opinión

València

La otra cara de la moneda

Los organizadores de los próximos Goya en Barcelona tienen por delante el reto de plasmar normalidad. Y si dan con la tecla y hacen la gala digerible, que no la saquen de allí

El entonces príncipe Felipe, en los últimos premios Goya en Barcelona.

El entonces príncipe Felipe, en los últimos premios Goya en Barcelona. / Europa Press

 Más de un cuarto de siglo después la gala de los Goya vuelve a Cataluña. En aquella edición de 2000 Pedro Almodóvar felicitó al entonces príncipe Felipe arrancando el cumpleaños feliz y los dineros del rey que salieron a colación fueron los de las piezas de colección de la moneda conmemorativa del quinto centenario de Carlos V con el retrato de Juan Carlos I en el anverso. Otra película.

Por las puertas abiertas, veinticinco años atrás Barcelona se regó esa noche con el casticismo universal de Todo sobre mi madre, las convulsiones políticas y las pasiones emponzoñadas del Goya en Burdeos de Carlos Saura y el aldabonazo de sencillez, quejío y ternura para despedir el siglo de Solas propiciada por un chaval de Lebrija llamado Benito Zambrano. Productos frescos de temporada con una puesta en escena en la que creadores y comediantes buscan el refrendo académico para paladear con deleite el reconocimiento, hacerse fuertes en el oficio y a ser posible azuzar taquillas necesitadas, cuya celebración desapareció del mapa, al igual que otras desprogramaciones con acento hispano en la chistera, en cuanto el mando en plaza convergente y de radicales alianzas posteriores con chungos vericuetos hicieron que, al atravesar el Ebro, la cosa se hiciera difícilmente navegable para españolitos que vienen al mundo los guarde Dios.

Un tiempo en el que, miren por donde, ha ido tomando cuerpo y de qué modo la Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña, la Escac, privada ella, reconocida internacionalmente, en la que se han graduado desde Bayona a Mar Coll pasando por Kike Maíllo entre el selecto puñado y en la que el fruto gira en torno a producciones e interpretaciones majas en historias con corazón que disponen de una factura reconocible y que da gusto verlas. En medio de estas realidades contrapuestas los organizadores de los próximos Goya tienen por delante el reto de plasmar normalidad. Y si además dan con la tecla de una puñetera vez y hacen la gala digerible, que no la saquen de allí.

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