Opinión
Ahora que el Levante es de Primera

La afición del Levante UD festeja el ascenso en la fuente de Las Cuatro Estaciones / Fernando Bustamante
Se ha desatado la lógica euforia más allá del Cabanyal por el sexto ascenso a la Primera división del Levante UD, un club deportivo cuya matriz proviene de aquel barrio marítimo, fusionado con los universitarios del Gimnástico de acción católica que jugaban junto al viejo cauce del río, como metáfora de las ranas. En un stadium que llamaban Vallejo, parte del apellido compuesto del aristócrata propietario de ese entonces solar, vecino de la Estación del Pont de Fusta, en una zona hoy anodina de la ciudad, como tantas otras desarticuladas de esta Valencia urbanísticamente irredimible.
De hecho, el nuevo estadio del Levante en Orriols que diseñó el arquitecto Juanjo Estellés inspirándose en los campos excavados de Finlandia –pioneros de la geotermia–, ha tardado más de medio siglo en urbanizarse y adecuar sus fachadas y cubierta. Y el Valencia CF también lleva lo suyo, unos tres lustros con la estructura ósea al descubierto en la pista de Ademuz, la obra grande más tiempo paralizada de Europa.
Pero volvamos al caso del Levante, que se antoja un buen argumento para redescubrir los vericuetos perdidos de la identidad valenciana. Presume de equipo popular por más que, fiel a su doble alma fundacional, siempre ha sido presidido por la alta menestralía local, empresariado de éxito y algún que otro dirigente arruinado. Sus narradores más seculares, de Julián García Candau a Felip Bens, honran sus exequias republicanas, aunque nada más nos indica que sea un club ideologizado.
Según se mire, los clubs de fútbol españoles, y puede que todos los del planeta –salvo excepciones–, resultan casos de coexistencia interclasista, entre biografías liberales y conservadoras. El Madrid, por citar el más propicio, tan acusado de franquista, recaudaba fondos para la izquierda en los años 30 y fue precursor de la cultura juvenil en los 60, los ye-yés frente al beaterío. El Barça, en cambio, se conjetura como antifacha y resulta que siempre lo han dirigido las élites desde Pedralbes, por más que de noche, hacia Canaletas, todos los gatos son pardos.
El Levante es más esclarecedor en nuestro caso valenciano porque, a pesar de su denominación geográfica que tanto repudiaba el fusterianismo, ha sido el club receptor de cierta animosidad del nacionalismo contra el Valencia CF, de cuando el equipo de Mestalla se hizo blavero y anticatalanista en la época de la senyera con franja azul en los finales 70. La senyera blava había pasado de ser silbada en el Santiago Bernabeu madridista cuando se estrenó en la liga, a enarbolarse frente al Barcelona y arreciaban los cánticos contra los catalanes en las gradas del entonces Luis Casanova dominado por los radicales Yomus.
Más ambivalencias del sentimiento futbolero: De los Yomus surgió una réplica, la grada del fondo sur valencianista, ocupada por la peña Gol Gran y aglutinante de muchos estudiantes de la Politécnica, cuyas pancartas literarias y bilingües supusieron el renacimiento de Mestalla. Al lletraferit Rafa Lahuerta y a muchos de sus amigos y cofrades, mitómanos del genial Marito Kempes –y de Rep, Diarte o Bonhof–, debe el Valencia CF haberse convertido, durante un periodo de tiempo, en el club con los seguidores más culturizados del país. El Levante, a partir de esa nueva época, dejaba de ser el espacio refugio para los patriotas de los aplecs que gustaban del fútbol. Con mucha doble militancia azulgrana, además.
Todo pareció recobrar sentido, incluido el nombre del club, gracias al largo periodo levantinista en Primera durante este siglo XXI. Los tiempos de dos leyendas como Caszely o Cruyff en la segunda división quedaban superados. El Llevant estaba normalizado. Como la cabecera de este periódico, el que más ha hecho por la identidad y la lengua valenciana en las últimas cuatro décadas. ¿A qué venía, entonces, tanta demonización del sustantivo Levante? El nominalismo nos ha paralizado a los valencianos en disputas y debates más irracionales de lo que se sospecha. Discusiones bizantinas, cansinas, estériles…

El Levante Ud llega a València tras conseguir el ascenso en Burgos / Fernando Bustamante
El argumento de Joan Fuster contra Levante como nombre del lugar o topónimo discernía que éste no representaba al pueblo por tratarse de una definición geográfica, ya que lo importante es identificarse por la gente y no por el accidente físico. Además, Valencia está situada a levante respecto de la Península Ibérica, pero a poniente vista desde el espacio del Mar Mediterráneo. Sin embargo, la lógica del ensayista de Sueca, brillante en otras ocasiones, no se sostiene, por cuanto el globo terráqueo está plagado de topónimos que hacen referencia a la geografía física y no a la humana, desde países enteros como Austria o Australia situados al sur de algún otro lugar, a nuestro Aragón, que debe su nombre a un río pirenaico. Y también parece que se refiere a un río el término Girona, o la región de la Rioja, incluso la propia Península Ibérica, con origen en el río Ebro, el Hiberus flumen romano. Y así hasta el infinito, y más allá…
No hace falta darle muchas más vueltas. El pueblo valenciano, procedente de una tierra bautizada como de valientes, y buena parte del cual habla el idioma valenciano como expresión materna, habita en su capital Valencia y en muchos otros territorios de la Comunidad, pero hay lugares en los que no se habla ese idioma, y en otros, existen quienes no se identifican como valencianos y prefieren decirse alicantinos o torrevejenses… un sentimiento que lejos de remitir se expande en las últimas décadas hacia el norte, por las planas de Castellón… Y así seguimos, desvertebrados, en término tan recurrente a la analítica progresista. Casi cincuenta años después de aprobarse nuestra autonomía política, en Renfe sirven el menú de cortesía distinguiendo el catalán del valenciano; en uno escriben el huevo bollit y en el otro está cuit.
Esa es la mochila que nos impide avanzar como pueblo reunido y como territorio contemporáneo, puesto que en otros tiempos pretéritos la convivencia de comarcas dispares y variantes lingüísticas no ha sido problemática, como no lo ha sido durante siglos el atractivo de las grandes ciudades valencianas, comerciales e industriosas, para todo el espacio geográfico del levante español, cuyos flujos migratorios resultan patentes. Asumamos de una vez, por lo tanto, al Levante y al Llevant, la unidad de la lengua –y su Acadèmia– aunque la hablemos con fonética bien diferente salpicada de vocablos solo nuestros… Y también entendamos como inevitable –y al mismo tiempo fecundo– el bilingüismo, que es nuestra forma de ser españoles; dejémonos de nombres oficiales monolingües y a veces de sonoridad ridícula, defendamos nuestras propias tradiciones e historia o, incluso, la conexión socioeconómica más allá de las fronteras del ancestral Reino. Puede que entonces nos vaya mejor. Y enhorabuena als granotes.
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