Opinión

Ante la banalidad del mal

Joan Llinares ha escrito un espléndido artículo, ‘Gaza, el eco del Holocausto y la memoria traicionada’, en el que nos interpela, sobre qué hacer ante esos rostros que nos miran desde el abismo. En Gaza no hay cámaras de gas, pero es un campo de exterminio donde están encerradas sin poder escapar más de dos millones de personas, donde se les elimina con bombas, ametrallamientos, hambre y sed.

Hannah Arendt habló de la banalidad del mal. En Gaza, como antes en Auschwitz, y en tantos otros lugares, se eliminaron miles de personas, de manera que el mal se ha banalizado cuando las imágenes de niños muertos de hambre o destrozados por las bombas no conmueven más que unos segundos a una parte de la población.

Fabiola Meco lo ha resumido con unas tristes y hermosas palabras, en un entrañable artículo, ‘Apagar una infancia en Gaza. Matar a un ruiseñor’, en el que pone de manifiesto el amor frente al horror, las consecuencias de cada uno de los actos contra niños adolescentes en Gaza. «Matar intencionadamente, como está haciendo Israel, a esta infancia en Gaza que representa el futuro de la humanidad -la suya y la nuestra- y que tiene derecho a vivir y ser feliz libre de violencias, y a deleitarnos con sus ecos de alegría y esperanza; permitir y no impedir, de cualquier modo posible que esté a nuestro alcance, que la sigan exterminando, es consentir y legitimar el hecho de ‘matar a un ruiseñor’».

Europa nació de las ruinas del Holocausto, y debe ser capaz de actuar, precedida por el cumplimiento de las resoluciones de Naciones Unidas de Derecho internacional. Todo pueblo que ha sido víctima tiene la obligación ética de no reproducir aquello que una vez le fue infligido. El Holocausto debe ser una categoría moral para pensar el presente.

Con el abandono de Gaza por el mundo civilizado asistimos a una tragedia que hiere no solo a sus víctimas sino a la propia idea de civilización que se fundamenta en el respeto a los derechos humanos y a la dignidad del individuo. Callar, relativizar la tragedia humana del presente, es una forma contemporánea de cobardía social que está destruyendo la posibilidad de un futuro digno. Hoy, los testigos de lo que ocurre en Gaza claman por una reacción del mundo civilizado que sigue sin llegar y que se diluye entre declaraciones inútiles y una cobertura mediática que ha naturalizado el horror. No es que el Holocausto se niegue, sino que se vacía de contenido, al volver a cometerse otro genocidio, el del pueblo palestino.

Ante todo ello, entendemos con Llinares y Meco, que todos los gobiernos de los países europeos, el nuestro como el primero, dentro y fuera de la Unión Europea, deberían liderar un alto el fuego permanente, proteger a la población civil bajo el derecho internacional humanitario, y condicionar toda relación diplomática y comercial al cumplimiento de las Resoluciones de Naciones Unidas, el Derecho internacional y el respeto de los derechos humanos. 

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