Opinión | Análisis
Libro de Pecados, de Esteban González Pons: Mucho más que un reguetón

Esteban González con su 'Libro de pecados', en Levante-EMV. / Fernando Bustamante
El nivel se ha degradado tanto que uno no espera de nuestros políticos mucha más capacidad de expresión que la que despliega un cantante de reguetón. Ven, mamita, y dame lo que bien tú sabes que yo quielo. Koldo y las señoritas con piso y American Express del súper exministro mixteado han hecho mucho daño. Por fortuna, sus señorías se prodigan poco, casi nada más allá de alguna tesis doctoral de esas que se adquirían en la web de la Juan Carlos I. También sacan algún manual de combate, pero la mano del negro no la vamos a aceptar como animal de compañía.
Sorprende por ello Libro de Pecados, la novela con la que Esteban González Pons -en adelante EGP- se arriesga a que los de la bancada contraria lo dilapiden y los de la suya -tus peores enemigos son siempre los que se sientan a tu lado- lo conviertan en comida procesada para gatos. Y sin embargo…y sin embargo Libro de Pecados logra sobrevivir y, en algunos capítulos especialmente inspirados, incluso sobresale como un disparo a la escuadra de Lamine entre tanto influencer metido a escritor y tanto escritor convertido en fabricante de ficciones insufribles dedicadas a dar carnaza a las señoras entre los cuarenta y los sesenta y cinco, que parecen ser las que más leen.
La sorpresa es doblemente bienvenida porque la novela no tiene nada que ver con la almibarada sinopsis que intenta vender su editorial “¿Se enamoran los políticos entre ellos?”, se pregunta Espasa ¿Y los astronautas, los carpinteros y los pescadores?, les preguntaría un albañil de Sagunto. EGP no es, demos gracias a Quien toque, un autor de folletines sentimentales de inspiración boomer. Esto de novela de amor no tiene nada, amigos. Sí tiene, y mucho, de crónica de las alcantarillas que van recogiendo la porquería que supuran los partidos políticos en nuestro país -y en todos, que nadie se lleve a engaño-. Se queda para ello en una estudiada equidistancia: ni socialdemócrata ni conservador, el catch-all party que el autor tritura sin ningún escrúpulo es un partido regionalista sin ideología, ni moral ni principios (¿a alguien le suena a PNV? ¿Junts?). Todo es admisible con tal de poder seguir repartiendo cargos.
Lo acertado de la apuesta es encuadrar la bajeza moral de unos personajes a los que sólo Koldo supera en koldianismo en una rocambolesca trama de novela negra. Muy rollo Camileri, aunque echemos un poco en falta un Montalbano que ponga orden en esa corte de enloquecidos de costa mediterránea -todo tiene lugar en una ciudad que de Valencia lo tiene todo menos el nombre-. El autor sabe jugar con los tiempos, te enseña el muslo y luego te lo esconde. El flashback no se utiliza porque esté de moda sino porque lo justifica la trama, que termina, como no podía ser de otro modo, con un tour de force en el que el narrador y personaje principal se suelta definitivamente la melena.
Lo más destacable quizás sea, con todo, que leer Libro de Pecados resulta divertido. Quien busque procelosas crónicas galdosianas debe pescar en otros caladeros. EGP tiene bastante más de Wodehouse o Sharpe que de deprimido noventayochista. Sus personajes pueden llegar a ser abyectos y vulgares pero la historia siempre encuentra un recoveco para lanzar un guiño al lector, para recordarle que tomarse la vida en serio todo el tiempo es demasiado deprimente como para merecer la pena.
No se ha atrevido EGP a lanzarse con un roman à clef sobre las miserias de nuestra clase política. Tampoco lo hizo Houellebecq en Sumisión y no por ello dejó de ofrecernos una obra más que notable. Un mayor atrevimiento, el de Roth en Conjura contra América sin ir muy lejos, utilizando parámetros más reconocibles en una España en la que lo que no faltan son corruptos, podría haber convertido la novela en un auténtico referente. Un Rafael Blasco, un recién aforado extremeño, un Aldama de toda la vida, habrían sido la carnaza ideal para que los lectores nos pudiéramos regodear en el lodazal que como españoles tanto nos divierte. Pero habría sido pedir demasiado. Ni siquiera a un valiente como EGP se le puede pedir tanto.
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