Opinión | Tribuna

Departamento de Filosofía y Sociedad. Universidad Complutense de Madrid

Situación absoluta

Palestinos desplazados en la ciudad de Beit Lahia.

Palestinos desplazados en la ciudad de Beit Lahia. / RIZEK ABDE / CONTACTO / EUROPA PRESS

Ucrania es grave, desde luego. Pero aunque cruel e injusta, se trata todavía de una guerra en forma. Aún no está sometida a una escalada indefinida y hay algo así como una previsión de que los hoy enemigos algún día vivirán en paz. Por el contrario, lo que se ha destapado en Gaza es la idea de que el poder de un Estado ya está en condiciones de saltarse todos los frenos que la civilización ha levantado para contener la barbarie. No se trata de una situación sobrevenida. No es que los poderes hayan sido víctimas de un conjunto de circunstancias y ahora tengan que reaccionar desesperados. No. Han preparado el terreno y dinamitado todas las soluciones posibles para llegar a situaciones de las que sólo se puede escapar mediante la más extrema barbarie y crueldad. Esto ha sido planeado y orientado por una inteligencia fanatizada, dotada de una relación exclusiva con su divinidad. Este final ha sido previsto y aceptado con frialdad.

En Gaza estamos ante aquello que Simmel llamó una “situación absoluta”. Se trata de aquel tipo de situaciones en las que todo está en el tablero. Son las situaciones no negociables, en las que las soluciones diplomáticas quedaron atrás. En ellas no se puede permanecer indiferente. Nos conciernen, y más vale que nos conciernan porque nos afectarán, tarde o temprano. En ellas, los seres humanos son arrastrados a comportarse como si estuvieran en el final de la historia. Porque de hecho lo están. Lo que salga de una situación absoluta no será el final de la historia, pero será otra historia. Si gana en ella un poder que no reconoce la idea de la dignidad de lo humano, entonces lo que entendemos como vida social puede cambiar. Las situaciones absolutas son una bola de nieve. Es difícil evitar que la bola final sea muy grande. Dichosos aquellos a los que no pisotee.

En las situaciones absolutas irrumpen los objetivos absolutos. Esta irrupción divide a la humanidad en dos grupos: los que se alinean en la consecución de esos objetivos, y los que los resisten. Ya no hay consenso en la humanidad porque no hay objetivos compartidos. Nadie está a salvo si un objetivo absoluto se cruza con tu posición, tu existencia o tus intereses. No habrá piedad. Miremos las Universidades americanas. Si nadie defiende a Harvard, todas han de preguntarse cuál será la próxima. Si alguna la defiende sola, esa será la próxima. El poder que nos arrastra a una situación absoluta siempre cuenta con la cobarde estupidez de muchos.

Por supuesto, los que arrastran a situaciones absolutas son psiquismos raros, atravesados por la voluntad obsesiva de ganar a cualquier precio. Freud dijo que lo propio de la neurosis obsesiva es que «finalmente, la imposibilidad ha desaparecido del mundo». Entonces la salvación puede ser cualquier cosa y ninguna acumulación de poder será suficiente. Lo que sucede en Gaza procede de psiquismos fanatizados que creen estar en contacto con la divinidad. Miran atrás, después de miles de años de historia, y asumen que su divinidad ha dictado el tiempo crucial para ellos. Es su hora. Muy extraña esa divinidad que cumple sus promesas otorgando unos kilómetros cuadrados de tierra a cambio de decenas de miles de muertos y de una insufrible y humillante crueldad sobre sus ocupantes.

Considerar la Franja como un valor absoluto, que permite romper con lo que esa misma divinidad inspiró durante milenios, es extraño y pone al ser humano ante los límites de lo comprensible. Que el grupo terrorista Hamás favorezca esta situación sacrificial de su pueblo, está todavía más allá de lo concebible. En las situaciones absolutas se rompe la interpretación habitual de lo creíble. Pero hay algo más, y es lo más grave de las situaciones absolutas: habitúan a la gente a esas actitudes neuróticas obsesivas. Alguien podría decir que todavía aquellos que implican a la divinidad en sus cálculos y dotan sus decisiones de la fuerza que se deriva de la trascendencia, son víctimas de una fe distorsionada y feroz, pero que todavía cabe esperar que sea reconducida, pues ninguna fe tiene una única interpretación.

Pero al habituarse la época a vivir en el clima de una situación absoluta, cualquier circunstancia tiende a ser experimentada como si lo fuera. Y así los problemas solubles con elementos civilizatorios básicos, como esos casos de corrupción política de los dos grandes partidos, en lugar de entregarse de una vez a los jueces en silencio, se magnifican como la gran batalla política que hay que dirimir, arrastrando a la población a estar con uno u otro de los actores que se entregan a su neurosis obsesiva, esa manía compulsiva en la que solo se ve al enemigo y jamás se ve uno a sí mismo. Entonces producen la vergüenza amarga que uno conoció cuando miró por primera vez aquel cuadro de Goya, Duelo a garrotazos, que creíamos haber dejado en el pasado.

Cuando eso sucede, no podemos mirar hacia otro lado. Debemos cuestionar a estos actores y hacer todo lo posible por aumentar la franja de ciudadanía que exige una representación digna, capaz de respetarnos. Ha bastado que a la izquierda del PSOE disminuya la presión política para que esto haya vuelto a las andadas. La amenaza de VOX no puede funcionar aquí para cubrirlos. Debemos decir bien claro que esa actitud del PP y del PSOE engorda a los que esperan llevarnos a situaciones absolutas de las de verdad, de esas que solo se sale tras alguna tragedia.  

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