Opinión | Voces

Periodista

Las consecuencias

Orson Welles.

Orson Welles. / L-EMV

Asignan a Orson Wells la sentencia de que en la Alemania nazi la gente delataba para salvar sus vidas, mientras durante la caza de brujas en los Estados Unidos delataban para salvar sus piscinas. Más allá de las razonables discrepancias, sirve para evaluar de nuevo la implicación de la sociedad, a la que, mayormente, solo parece preocupar su ombligo. El activismo, como los barcos, mejor el del amigo. No pagas por él pero lo disfrutas. La militancia tiene consecuencias, pocas veces agradables, y por eso a menudo se exige a los otros pero se practica poco en carne propia. Mejor cabría decir, se practica menos de lo que es necesario en un mundo que observa un genocidio y que, dada la pasividad inoperante de la mayoría, calla. La acción acarrea consecuencias y no todos quieren asumirlas porque más allá de la estética heroica, es dura y oculta lágrimas y sufrimiento. También hambre. Dicen que nadie quiere sufrir pero en ocasiones es una posición cómoda (de venta social a través del escaparate digital) haber sufrido. Por eso muchos se venden como si fuesen Gandhi aunque en su fuero interno saben que no se engañan ni a ellos mismos.

Parte del mundo del supuesto progresismo se echó en tromba contra el rapero Kase O por no retirarse de los festivales financiados por un fondo israelí, aunque afirmó en redes sociales que donará a Palestina parte de sus ganancias. No fue suficiente. La pureza ideológica del ficticio mundo digital llevó a muchos a criticarlo duramente. “Si fuera tan fácil cancelar los conciertos los hubiera cancelado y punto. Pero en el mundo real, el no cumplir un contrato (que firmamos sin saber quién había detrás) tiene consecuencias que ninguno de vosotros, tan valientes como ignorantes de lo que son los contratos a este nivel, estaríais dispuestos a asumir. Si cancelo, voy a juicio, pierdo, y tengo que pagar una elevadísima sanción de mi bolsillo a los dichosos fondos. Si no cancelo, cobro de los fondos, pago gastos, sueldos e impuestos (no voy a dejar a mi gente y a sus familias sin un dinero con el que ya contaban) y dono mi sueldo a las víctimas”. No valen las explicaciones. Le espetaron: “Cuando he leído el comunicado te he dado el like automáticamente. Cuando lo he acabado, te he dado unfollow. Llevo media vida pensando que el rap iba de otra cosa y resulta que al final todo es el poderoso caballero don dinero” o “estás lucrando a los que apoyan ese genocidio y les da igual matar a más 16.000 niños y 900 bebés”. Me pregunto si toda esa gente que pide pureza e integridad a los demás son pulcros y castos en su existencia, respetando su directriz ideológica o moral en todos los ámbitos de su vida. Somos contradicciones, eso se aprende con los años. Me aventuro a afirmar que se pide a los demás mucho más de lo que nos exigimos a nosotros mismos, también en el activismo.

En un grupo de Whatsapp en el que normalmente se habla de fútbol hubo quorum para calificar de genocidio lo que está protagonizando Israel. Sin embargo, existía impotencia por no saber qué podían hacer para oponerse. “Mi mujer se negó a ver Eurovisión si participaba Israel pero eso no sirve de nada”, afirmó uno. El activismo es multifacético y pasa por ejemplo por no comprar, no ir o no hablar. Y al contrario, según la causa y el momento. En el caso de Israel (o mejor dicho, de su gobierno genocida) pasa por desinvertir en el país, no consumir sus productos y sancionar sus acciones. BDS.

“Creo que el desaliento es un derecho humano, y de algún modo es también la prueba de que somos humanos, porque no sufriríamos el desaliento si no tuviéramos aliento”, dijo Galeano. Sin embargo, Antonio Gramsci le atizó sin saberlo décadas antes: “Hay que observar que muchas veces el optimismo no es más que defender la pereza propia, la irresponsabilidad, la voluntad de no hacer nada. Es una forma de fatalismo y mecanicismo”. Siempre es adecuado citar a Fuster en su aseveración: Más importante que hacer es que hagan. El suecano impelía a un efecto multiplicador pero sin eludir la acción personal. Otra cosa diferente es hacer (o exigir) que hagan y tú no hacer.

La verdad es hoy revolucionaria y la primera de las obligaciones como ciudadanos contra el genocidio es comprometerse con la información veraz, exigirse a uno mismo no caer en los automatismos de la información de los algoritmos, claramente sesgados por los intereses de las grandes plataformas, a menudo cómplices de quienes perpetran los asesinatos masivos. A los altavoces de la ignominia, la Historia no les dará cabida. O sí, pero solo como estulticia, porque la Historia, a corto o largo plazo, en función de la fuerza de la justicia, es razonable.

La desaparición de las estructuras de participación activa provoca resignación generalizada, incluso haciendo que muchos opten por aprovecharse de una realidad aplastante que parece inamovible. Proteger las piscinas. También reclusión en lo íntimo, buscando salvaguardar el mundo chico. Activismo diminuto donde es más fácil la pulcritud. Y es lícito y censurable sólo en parte. No somos nadie para adjudicarnos autoridad reprobatoria alguna. Pero otras y otros, mientras, siguen jugándose la vida, exiliándose por sus ideales, confrontando con la injusticia y situando su cuerpo (y su futuro) en el campo de la batalla. Nunca haremos suficiente.  

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