Opinión | Algo personal
La mierda
He escuchado a Pedro Sánchez pedir perdón a la ciudadanía y asumir que se equivocaron él y su partido al confiar en ese alto cargo socialista. No sé si eso es suficiente

La trama. / Levante-EMV
Estaba acabando de escribir el artículo de hoy domingo. Ahora es jueves por la noche. No era el artículo que ustedes están leyendo ahora mismo. De momento quedará en la nevera. Servirá para otro día porque de lo que hablo es atemporal: la historia de amor entre el PP y Vox. Son lo mismo la derecha y la extrema derecha. Pero ese artículo lo dejaré para otro domingo. Ahora estoy escribiendo sobre otra cosa. No podía dejar pasar de largo lo que está saliendo en todas partes sobre la dimisión de Santos Cerdán como secretario de Organización del PSOE y como diputado en el Congreso bajo las siglas del mismo partido. He escuchado a Pedro Sánchez pedir perdón a la ciudadanía y asumir que se equivocaron él y su partido al confiar en ese alto cargo socialista. No sé si eso es suficiente. Se le van a reclamar otras soluciones. A ver cuáles salen de Ferraz y Moncloa. En el viaje por los carriles a veces empinados de la política cada cual ha de cargar con su mochila. Y a veces lo que hay dentro de esa mochila huele que apesta. Ojo, pues, Núñez Feijóo, cuando dice que el gobierno de Sánchez es el de “mayor aluvión de corrupción en democracia”. ¿De verdad se lo cree? Venga ya. Si el PP ha tenido a la mitad de su nómina -incluidos varios ministros- en la cárcel y a la otra mitad a la espera de que le abran las puertas de una celda para purgar sus corrupciones. Pero dejemos fuera el fatídico “y tú más”. Y sigamos.
Lo primero: no toda la gente que se dedica a la política es una choriza. Eso hay que repetirlo hasta quedarnos sin aliento. Vivimos en los tiempos de la mentira, de los bulos, de sacarle las tripas a la verdad todos los días. Y hay que intentar sacar esas tripas al aire, oxigenar el corazón, mirar a la cara de quienes viven en esta orilla de las urnas y decirle abiertamente, sin tapujos, que en la política no vale todo, y que no todos quienes a ella se dedican se merecen el respeto que las urnas les otorgaron en unas elecciones democráticas. La democracia se construye cada día, a todas horas, y no cada cuatro años. Las cloacas crecen y crecen en ese tiempo intermedio y es como si no pasara nada.
Cómo es posible que Santos Cerdán, con la que estaba cayendo sobre José Luis Ábalos y Koldo García, se haya mantenido callado todo este tiempo. Dice que es inocente. No lo sé. Pero son muchas las pruebas en su contra y lo que acaba de hacer hace un rato lo tendría que haber hecho hace mucho tiempo. Para no dañar no sólo a su partido y a quienes lo apoyan sino a la propia democracia. Es como si gente como ésa se pasara el tiempo huyendo de sí misma, callando en un tumultuoso y cínico silencio que avergüenza, ese silencio que, como escribía José Bergamín, nos abre el corazón al “tenebroso abismo del infierno”.
Ahora vendrá lo de siempre: la desafección, el alejamiento de la política de una buena parte de la ciudadanía que mira estupefacta lo que está pasando, ese mantra tan injusto como persistentemente repetido de que todos los políticos son iguales. Y ver cómo la extrema derecha se frota las manos porque la mala política les favorece. Como si ellos fueran la buena política, como si no fueran ellos y sus querencias autoritarias el peligro número uno de nuestra democracia.
No he podido acabar el artículo que había previsto para este domingo. Lo guardaré para otro día. Se libran por ahora Mazón y sus presupuestos firmados con el fascismo. Escribo esto aprisa y corriendo, desde una enorme tristeza. Y desde la rabia. Sobre todo desde la rabia. Ya sé que la buena política existe, que no todos los políticos son lo mismo, que mucha de la gente que se dedica a la política, y mira que he conocido y conozco de todos los colores después de tantos años entregado a este oficio, lleva la dignidad y la decencia en lo más profundo de sus convicciones, que los sueños de construir un mundo que no sea una emboscada es algo que nunca abandonarán en lo que les quede de vida.
Pero hoy hablo de los otros, de quienes han renunciado a la nobleza que las urnas y las reglas de su propio partido tendrían que haberles servido de brújula en el siempre intrincado ejercicio de la política. Hablo este domingo de esos políticos que viven en la mierda y untan con ella, sin miramiento de ninguna clase, todo lo que los rodea. No sé cómo pueden vivir así, siempre con la codicia por bandera, nunca pensando que su oficio es precisamente dar al bien común lo que no tienes, como pasa con la buena poesía. No sé si saben lo que es eso: el bien común. Seguro que lo saben. Y lo peor es que les da igual, que se ríen de ese bien común, que los sueños donde cabemos todos no los desvelan por las noches. En esos sueños sólo caben ellos. Y el tintineo obsceno de sus traiciones, del dinero como un apéndice monstruoso de su dedicación a la política.
Es jueves ya casi de madrugada y cierro la columna que ustedes están acabando de leer. Seguramente también con mucha tristeza. Y con la misma rabia que yo he sentido al escribirla. Seguro que también con la misma rabia. Con la misma.
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