Opinión | Tribuna

València

En el agobio, de repente

Frente a todos los miopes que ven en él un peligro para el sistema de la Constitución del 78, Sánchez ha garantizado ese sistema por tiempo indefinido. Pero sólo tiene un pensamiento a largo plazo, el juego dominante de su partido en él

Pedro Sánchez, reunido esra semana con los representantes de Bildu.

Pedro Sánchez, reunido esra semana con los representantes de Bildu. / Europa Press

El avión tenía prisa por traerme. Los puntualidad, los vientos, el buen tiempo, la pericia, hicieron que en apenas doce horas -no las catorce horas de la ida- pasara de los 15 grados de Santiago de Chile al infierno de los 35 de Madrid; de los Andes nevados, al Guadarrama neblinoso, asfixiado por el sol disolvente de los aires saharianos. Me fui con una España verde, incluso las esparteras lo estaban. Regreso a un agostamiento prematuro.

No hago analogía con la política. La vid ha florecido con fuerza, aunque desde la ventanilla del AVE que me trae a Valencia se percibe el temblor de las cepas ante la amenaza indiscriminada de la granizada feroz. Pero el campo castellano está bellísimo. No sólo los pinares de Cuenca, de un verdor antiguo, todavía con la humedad de la tierra a sus pies. Hablo de esos contrastes que amaba Zuloaga, de los amarillos de los trigos segados, los verdes de las plantas de verano, este año abundantes, y esos magníficos tonos cárdenos de los barbechos. Cuando el año es de lluvias, una gracia cada vez menos frecuente, la dureza del paisaje castellano se suaviza, como si en el fondo de su tierra resurgiera el alma tierna de Machado.

No me olvido de la presa de Contreras, en máximos no se sabe desde cuándo. Se ve magnífica, revestida de un azul intenso, perderse en los lejanos recodos, y uno se alegra al contemplar desde el viaducto sus islotes casi cubiertos por las aguas. ¿De dónde me viene esa voluntad perenne, cada vez que paso por ahí, desde hace décadas, de medir su nivel de agua, con la esperanza de encontrarlo un poco más alto, o con el miedo de un descenso mágico y precipitado? Creo que esta obsesión sólo la comprenderá mi generación y que pronto desaparecerá de las mentes, hasta que la escasez de agua y de tantas cosas sea la misma que la de mi infancia. Sobre esa escasez se levanta el aprecio por los bienes comunes. Ese fue siempre nuestro humilde termómetro del progreso compartido, no las grandes cifras económicas.

Vuelvo a Valencia después de dos meses, y más que el calor nos presiona en el pecho la situación política. Eso al menos es lo que me viene a la mente cuando el jet lag se presenta en la madrugada. Pongo el ventilador para respirar, pero ya ando perdido en las reflexiones sobre cómo continuar la columna de la semana pasada. Tras los vaivenes de Trump, arbitrarios en apariencia, pero que parecen medir el impacto de la violencia real de su política, para asentar poco a poco un suelo de autoritarismo que erosiona toda el cuerpo institucional americano; o tras la medida de Milei, que retira la orden judicial necesaria para que la policía pueda detener a discreción, es todavía más urgente alejar la posibilidad de que Vox pudiera entrar en un gobierno de España.

Sin embargo, aunque esta sea también la voluntad de Sánchez, uno percibe en medio de esta tórrida madrugada que nunca ha pensado a lo grande. No sólo por el asunto Koldo, Ábalos, Cerdán y compañía -no sabemos hasta dónde llegará ésta-, sino porque sólo ha tenido en mente una cosa: su partido. En todo el movimiento político de la última década, como dijo en muchas ocasiones Errejón, la función de Sánchez fue canalizar hacia el sistema político español las energías que amenazaron con desestabilizarlo de forma profunda. Frente a todos los miopes que ven en él un peligro para el sistema de la Constitución del 78, Sánchez ha garantizado ese sistema por tiempo indefinido. Pero sólo tiene un pensamiento a largo plazo, el juego dominante de su partido en él.

Las prisas de la derecha española y de sus voceros, bien o mal intencionados, tienen que ver, primero, con que ya dan esa batalla por ganada y no quieren que Sánchez cobre los dividendos; segundo, con que consideran que urge echarlo del poder antes de que las catastróficas consecuencias de la línea Trump se presenten con todo lujo de evidencias y asusten a las democracias europeas; y tercero, atacar con dureza extrema para impedir que Sánchez piense a lo grande. Y hasta ahora lo ha conseguido. Pues grande sería dar pasos para organizar de verdad a la ciudadanía progresista de las tierras hispanas en un proyecto de Estado español serio, moderno y federal.

Sánchez solo tiene una opción, o será abandonado. Y esa opción es dejar claro que su alianza con las minorías no es un juego disciplinario, sino una política real

La prueba de que no lo ha hecho es una: Sánchez ha cedido a los socios un puñado de ministerios sin relieve, excepto el de Yolanda Díaz, porque tiene detrás a los sindicatos. La cuota socialista del Gobierno se ha limitado a mantener en los puestos clave al PSOE más conservador, vinculado al aparato del Estado -Montero, Marlasca, Robles, Cuerpo- y a rellenarla con nulidades políticas cuya misión es controlar los aparatos regionales del PSOE o amenazar a sus líderes históricos. Eso ha llevado a la actual situación.

Sánchez solo tiene una opción, o será abandonado. Y esa opción es dejar claro que su alianza con las minorías no es un juego disciplinario, sino una política real. Para ello debería poner al frente del partido a un político serio, no al contable; renovar su gabinete con personalidades políticas procedentes de esas minorías o de personas cercanas y mantener a las que ya lo son -imprescindible Bustinduy-, y dejar claro que su juego es implicar a las minorías gallega, vasca y catalana en el Estado, cierto, pero en un Estado capaz de democratizar sus estructuras esenciales y reconciliarse con la realidad de España.

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