Opinión
Cuestión de principios
Cuando el pragmatismo se utiliza para orillar los principios, este mundo empieza a naufragar

Juan Zamorano llora tras quedarse sin ser alcalde de Massamagrell. / Eduardo Ripoll
Voy a contar una historia personal. No por lo que tiene de extraordinario, lo mío es solo un ejemplo menor entre miles. Alguna mañana como esta, cuando el sol aún no aprieta en la plaza, los perros se desperezan y los mirlos suenan por todas partes, pienso que podría estar hoy mismo en un hospital conectado a un montón de tubos o incubando el mal silencioso.
Hace cinco años llegó una carta de Sanidad sobre un cribado protocolario al cumplir 50. Lo normal es que no salga nada, dijo la médica de cabecera al consultar. Pero salió y pasé a la fase siguiente: colonoscopia. “Te hemos quitado algún pólipo, pero es lo normal. En el 95 % de casos son benignos”, oí mientras despertaba de un sueño dulce. Pasó lo anormal, aquello era nocivo, aunque pequeño y de un tipo cancerígeno poco agresivo. Limpiaron la zona, determinaron que no se había extendido y seguí con mi vida, con pruebas periódicas para confirmar que el mal sigue dormido. Hasta esta mañana, una de esas en las que antes del tsunami diario, pienso qué vida podría tener hoy sin aquel cribado rutinario y preventivo, aquella pequeña acción que demuestra la fortaleza de un sistema sanitario. La experiencia no tiene mayor valor, es solo un ejemplo de lo que sirve el dinero público, ese que parece que es una entelequia porque es de todos.
Ahora que es tiempo de corruptos (de nuevo) y que surgen tentaciones de demonizar todo el entramado público, con su posibilidad de mordidas, amaños y privilegios, pienso en que el primer daño que hacen todos esos que meten la mano en la caja es la detracción de recursos de todos, necesarios para sostener una sanidad o una educación dignas y útiles, que permitan programas preventivos que consiguen que algunos podamos vivir mejor (o incluso vivir) sin haber tenido síntomas de ningún mal. Esa es la seña de identidad de una sanidad y una sociedad avanzadas y es la primera que suele sufrir, por lógica, cuando aparecen los recortes. No obstante, quizá lo peor de cualquier corrupción es la capacidad destructiva en la conciencia colectiva, al ayudar a extender que todo está podrido y generar desconfianza con todo lo que tiene que ver con la cosa pública.
Al final, que el sistema funcione es tan elemental como una cuestión de principios. Valores, básicamente dignidad, para no beneficiarse de una posición de poder porque lo que uno se quede para sí no solo resta a todos, sino que incentiva el descrédito.
Escuchas hoy a cualquier ‘influencer’ de éxito y el sueño común, el que se extiende entre las generaciones que se abren paso, es forrarse rápido y no pagar impuestos. Una actualización de la cultura del pelotazo que parece perseguirnos. En esos mensajes está quizás el verdadero cáncer, porque indican que la igualdad y, en una palabra, el humanismo pierden posiciones entre los valores de este mundo.
No obstante, los principios siguen ahí. Puede que no tengan un halo de modernidad, pero resisten. A veces conviene mirar cerca para verlos mejor.De los hechos de los últimos días me quedo con lo sucedido en Massamagrel. Allí un concejal (independiente) perdía la alcaldía hace una semana entre lágrimas. Era lo pactado al cumplirse el ecuador de la legislatura, pero necesitaba el apoyo de Vox. Los ultras elevaron sus pretensiones y dijo que no. Querían despachos (cargos) y también dejar de hablar de violencia de género y redefinir la política cultural hacia sus gustos peculiares. En un mundo perfecto, lo ideal hubiera sido no llegar a la negociación, pero al menos, el concejal resistió y dijo que no. Se quedó sin la alcaldía y lloró. Seguro que hubo alguna razón también menos noble, pero no cedió. Cuestión de principios.
Hay ejemplos contrarios. En València permanece en el gobierno municipal una concejala ultra a la que un juzgado ha abierto procedimiento para juicio oral por delito de odio por sus mensajes racistas. Y sigue representando a todos. En Alicante, PP y Vox acaban de pactar un plan financiero a cambio de un paquete de cesiones entre las que se incluye que la ciudad pase a tener la consideración de castellanohablante. Principios, rogaría, si creen que esto de ser valencianos es algo colectivo y compartido (vertebrado, decían antes) y no solo una unión temporal de grupos dispares donde cada uno camina hacia un destino distinto.
El argumento habitual en estos casos es el del pragmatismo, pero se trata solo de poder. Cuando el pragmatismo se utiliza para orillar los principios, este mundo empieza a naufragar. El pragmatismo, que es un medio, solo debería servir para preservar los valores que nos constituyen. Lo demás es simple transacción, que no entiende de principios.
- El PSOE denuncia el abandono de 'toneladas' de víveres y productos de limpieza que no se repartieron tras la dana
- València aprueba torres de hasta 16 alturas para viviendas y apartamentos turísticos en el aparcamiento del Carrefour de Campanar
- Fin a los billetes baratos de alta velocidad entre València y Madrid
- El gobierno de Catalá asegura los maceteros y los olivos retirados de la plaza Ayuntamiento 'no están abandonados
- El gobierno niega el abandono de donaciones de la dana y que haya productos de primera necesidad
- Medio millar de jóvenes valencianos piden ayudas de hasta 80.000 euros al Consell para ser agricultores
- El bebé rinoceronte blanco nacido hace una semana en el Bioparc es macho y sigue un desarrollo 'óptimo
- La Audiencia de València avala la decisión de la jueza y rechaza las diligencias sobre la CHJ solicitadas por la exconsellera Salomé Pradas
