Saltar al contenido principalSaltar al pie de página

Opinión | Algo personal

València

Para sacarlas del barro...

Que no vuelva la maldita dana. Que no regrese el daño incalculable. Que se vayan de una vez a casa o a la cárcel las mentiras

Fotografía del Pont de la Solidaritat, el pasado 28 de septiembre.

Fotografía del Pont de la Solidaritat, el pasado 28 de septiembre. / L-EMV

Toda la noche sin dormir. Como si me hubiera puesto a vivir en una canción moderna. Se avecinan las tormentas. El teléfono móvil las anunciaba desde la tarde de domingo. Incluso desde la noche del sábado. A ratos me asomo a la ventana. Allá lejos, la Peña el Cuervo: como si de repente se fuera a posar en el tendedero el bicho que sólo sabía decir “Nunca más” en el 'delirium tremens' que es ese insondable poema narrativo de Edgar Allan Poe. Nunca más. Decirlo en la noche que se deslizaba desde la madrugada del domingo a un lunes que se veía amenazado por la lluvia del destrozo. La ruina de las barrancadas. No acudió el cuervo a la ventana y tampoco pude ver en lo alto, sobre los tejados y el renglón oscuro de la calle hasta la plaza, el perfil de esa “luna desolada” que cantaba René Char en uno de sus poemas que más quiero. La tierra huele a homicidio, escribe. Y arriba, la luna desolada. Bajo en la madrugada las altas escaleras de la casa. A ver si mi hermano Claudio ya duerme o si sigue despierto a la espera de lo que pase o no pase el resto de la noche. Le gusta la lluvia, como cuando éramos críos y llegábamos a casa chorreando la ropa humilde como un vasto, quejumbroso de tanto restregarlo, paño de cocina. Ahora la lluvia se llena de naufragios, de casas sueltas, de bancales sepultados bajo el barro.

El barro. En eso pienso. Llueve poco a poco sobre la calle ennegrecida. Sólo se escucha el golpeteo del agua contra el suelo. En la esquina del Callizo Curra no está el gato que vive ahí casi desde su nacimiento. A lo mejor no es siempre el mismo gato. Pero siempre hay uno en esa esquina entre los muchos que suben y bajan por el callejón, suben y bajan, van y vienen como habitantes de un destierro triste, como todos los destierros. Las webs de la madrugada del domingo siguen anunciando fuertes lluvias y llamando a que la gente se meta en el lunes sin descuidos, atenta a lo que pueda pasar, al deseo de que no pase lo que pasó el 29 de octubre del año pasado. Que no vuelva la maldita dana. Que no regrese el daño incalculable. Que se vayan de una vez a casa o a la cárcel las mentiras. Los que mienten. Que se vayan. Que no sigan ensuciando la memoria de quienes se quedaron entre el barro el día de la torrentera.

Pasan las horas sin descanso. Pero poco a poco, lentamente, lo mismo que va cayendo la lluvia, como hilos que brillan en el cristal de las farolas. Hace muchos años sólo había unas cuantas peras de luz en toda la calle. Así se llamaban las bombillas que apenas iluminaban las esquinas: peras. Otros tiempos. Los de antes. La lluvia, como escribía Borges, nos lleva al pasado. Por eso a veces las noches de lluvia se llenan de fantasmas. Se hace real el cuervo en la ventana. Tal vez por eso dice sin que se le entienda demasiado: nunca más.

Empiezo a escribir esta columna el lunes, mucho antes de que se publique. Eso será el domingo. Hoy, cuando usted la está leyendo seguramente con la mirada puesta en el genocidio que sufre Palestina. Escribo a ciegas, como dice Annie Ernaux que ella escribía. Esa escritora a la que tanto amo desde su primer libro, desde que por ella, por su vida y su escritura, supe que escribir de uno mismo nunca puede ser una impostura. Siguen las previsiones meteorológicas para todo el lunes. Las noticias hablan de preocupación. La memoria del último 29 de octubre está tan viva desde entonces. Al mediodía apenas ha llovido en el pueblo. Sí en otros sitios. Mucho. Otra vez el daño. Ojalá que no tanto como hace once meses. Ojalá que no tanto. Después de comer, leo en este diario lo que dice esa mujer que sigue, como un robot a pilas, ensuciando aún más la suciedad del barro. La vicepresidenta del gobierno valenciano, Susana Camarero, retorciendo la herida: la culpa de lo que pasó entonces fue de los otros. Siempre son los otros los culpables. ¿Entonces, por qué si ella era y es la responsable de las residencias de mayores se fue a una alegre fiesta de premios empresariales mientras 229 personas -algunas vivían en esas residencias- se iban corriente abajo o se quedaban enterradas en el barro? A lo mejor la imputan por eso. No sé. A lo mejor. ¿O por qué seguimos sin saber -ella, la principal encubridora- dónde estaba su jefe Mazón mientras morían las vidas y los sueños de las víctimas y de sus familias? ¿De dónde demonios ha salido esta mujer, de dónde?

Cierro esto que escribo en la tarde del lunes. Llueve aún pero apenas hay una mancha húmeda en la calle. La Peña el Cuervo allá lejos. La montaña más alta, la más inaccesible. Las fotografías de cuando con Miguel y el tío Joaquín fuimos a buscar, entre corrales en ruinas y la espesura de la mata baja, el mejor sitio para dejar allí la memoria de Vicente Jorge, uno de mis mejores amigos de la infancia. El próximo 29 de octubre se cumplirá un año desde que las aguas lo llenaron todo de tristeza. Y de rabia. Ese día lo recordaremos en la calle. Como todos los meses hasta ahora. Para sacar del barro a las víctimas y su memoria. Para sacarlas del barro…

Tracking Pixel Contents