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Opinión

El circuito Ricardo Tormo, trasladado a la capital

Circuito Ricardo Tormo de Cheste.

Circuito Ricardo Tormo de Cheste. / RCV

Leo en la entrada a la web: En el Circuito Ricardo Tormo de Cheste podrás realizar todo tipo de actividades relacionadas con el motor. Y entonces añado yo: no hace falta desplazarse hasta Cheste, en la propia ciudad de València puedes utilizar sus calles para los ensayos.

Nada descubro, y solo un observador medianamente curioso puede comprobar cómo motos a escape libre, coches que echan en falta el circuito de F1 y patinetes motorizados (qué inmenso error su autorización) corren compitiendo por nuestras calles, no necesariamente las más parecidas a una autopista. ¿Sensación de impunidad es lo que hay en el trasfondo de esta situación?

Escape libre en las motos significa contaminación sonora grave y máxima contaminación, superior en muchos casos a la de los coches. El caso de los patinetes merece mención aparte. Irrumpen en el espacio público de los viandantes, y por tanto han convertido el caminar o el paseo en una actividad de riesgo. Cuando comparten vías con los ciclistas, aquí el riesgo es mucho mayor. No podemos atribuir ninguna ventaja ambiental a esta modalidad, no han detraído desplazamientos en coche. Sus usuarios son personas jóvenes que siempre disponen de otras opciones para desplazarse.

Pero no nos distraigamos en exceso del problema central al que me dirijo pocos días después de la (como es habitual) insustancial Semana Europea de la Movilidad. Qué lejos y vacío queda también aquel título de la Capitalidad Verde Europea. Los tímidos avances de los gobiernos municipales llamados del cambio (2015-2023) han dado paso a un abandono de la ciudad a su suerte y ya sabemos eso qué significa, el imperio de la ley del más fuerte. Dejamos para otro momento la vuelta del ladrillo.

Y el más fuerte es el vehículo motorizado. En la ciudad, los coches no construyen economía como algunos pretenden defender, sino que mayoritariamente la destruyen. Pues, como señalaba Donald Appleyard en 1981: «El tráfico domina el espacio de la calle, penetra en las viviendas, disuade las relaciones de vecindad, impide el juego callejero, interfiere la intimidad de los hogares, extiende el polvo, los humos, el ruido y la suciedad, obliga a rígidos controles del comportamiento de los niños, ahuyenta a los viejos y mata o hiere cada año a un buen número de ciudadanos».

No puedo dejar de recordar al amigo Antonio Estevan por su magistral análisis sobre las víctimas del tráfico. Él lo llamaba “una matanza calculada”, busquen su texto del que extraigo esta contundente reflexión: «Si a las industrias del automóvil se les llegara a exigir en algún momento las pertinentes compensaciones por el daño que sus productos están infringiendo a la sociedad, las indemnizaciones resultantes alcanzarían cifras astronómicas, a cuyo lado palidecerían las indemnizaciones fijadas en Estados Unidos para la industria del tabaco».

Basarse en la resignada actitud de una ciudadanía absolutamente desconectada de esta situación no exime a los responsables públicos para cortar esta pandemia. Saben que causa daño, y no hacer nada se parece bastante a un delito contra la salud. Existen sectores sociales muy numerosos, como son las personas mayores o con movilidad limitada, también los niños, que han perdido autonomía en la ciudad, para quienes las virtudes del espacio público se ven limitadas: personas que viven inmovilizadas en sus casas porque saben que, si salen a pasear, además del estruendo, los riesgos citados y las limitaciones de los semáforos, no podrán sentarse en un banco, disponer de urinarios públicos o acceder a una fuente. Árboles, bancos, fuentes, urinarios… proyectos de muy bajo coste y de alta rentabilidad social y económica.

Digámoslo claro: sin espacio público saludable y de calidad no hay ciudad.

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