Opinión
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El president Mazón ha hecho del silencio una estrategia. Pero un gobierno que no se muestra acaba gobernando solo para sí mismo

El presidente de la Generalitat Valenciana, Carlos Mazón. / Rober Solsona - Europa Press / Europa Press
Hay una lección que la política debería aprender cada día: quien no da la cara, la pierde. Gobernar no es administrar, ni esconderse detrás de los comunicados, ni esperar que los problemas se disuelvan en silencio. Gobernar es estar, asumir, responder. En la Comunitat Valenciana, el president Carlos Mazón parece haber elegido el camino contrario: el del silencio cómodo, la gestión sin rostro, el poder que rehúye la exposición.
Porque el problema no es solo comunicativo, es de fondo. Gobernar escondido significa gobernar sin rendir cuentas, sin escuchar, sin someter las decisiones al contraste público. Es renunciar a la pedagogía política, a la explicación, al diálogo. Es tratar a la ciudadanía como espectadora, no como protagonista. Ese modelo puede sostener una legislatura, pero no construye país.
La Comunitat Valenciana no necesita un president que se esconda, sino uno que encarne la responsabilidad colectiva. La autoridad democrática nace de la presencia, no de la distancia. La gente respeta al dirigente que se moja —literal y metafóricamente— cuando hay problemas, no al que se refugia en los despachos del Palau.
Mazón gobierna como si el poder se agotara en el control de la agenda. Pero el liderazgo no consiste en evitar riesgos, sino en asumirlos. Un president que no se expone, que no se mezcla con la realidad, acaba gobernando un territorio que ya no entiende. Y cuando la política se desconecta de la calle, el descontento no tarda en llenar ese vacío.
El silencio puede ser una estrategia de campaña; nunca una forma de gobierno. La política valenciana ha demostrado en los últimos años que la proximidad no solo se proclama, se practica. Durante la pandemia o ante los temporales, el president Ximo Puig dio la cara cada día, explicando, rectificando, acompañando. Ese es el contraste real: el de un gobierno que asume su papel frente a otro que prefiere ocultarlo.
“No se puede gobernar escondido” no es una frase moral, es una advertencia democrática. Porque cuando el poder se vuelve invisible, también se vuelve impune. Un gobierno que no habla, que no escucha, que no se muestra, termina gobernando solo para sí mismo.
Mazón ha intentado refugiarse en los comunicados, en la excusa técnica, en la idea de que la tragedia fue inevitable. Pero lo que la gente recuerda no son los partes meteorológicos: recuerda la soledad. La sensación de abandono. Recuerda que el máximo responsable del Consell apareció cuando la catástrofe ya era un hecho consumado.
Y mientras las familias enterraban a sus muertos, el poder se dedicaba a otra cosa: a proteger su relato, a ocupar espacios, a reforzar su control sobre los medios públicos. Esa es la peor versión de la política: la que convierte el silencio en estrategia y la impunidad en refugio.
La Comunitat Valenciana no necesita un president que se esconda cuando más se le necesita. Necesita un gobierno que esté, que asuma, que mire a la cara. Porque gobernar no es gestionar titulares ni tapar grietas; es dar la cara cuando duele.
Mazón podrá intentar borrar la imagen de su ausencia, pero no puede borrar la memoria de un pueblo que vivió el miedo, la pérdida y el desamparo. Las víctimas no olvidan. Y la historia, tarde o temprano, tampoco.
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