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Opinión

València

Posad para la foto

Mientras los grandes clubes se quedan en casa y el Fulham hace caja con la genuinidad de su estadio, el Valencia CF se muda sin ni siquiera fingir un debate sobre quedarse en Mestalla. Ya lo verán: el día de la despedida, más de uno de esos voceros del régimen sacará el pañuelo, invocará a su papá y se hará la foto llorando con el estadio detrás, mientras el resto intentamos no atragantarnos con el reflujo que este atentado histórico nos provoca más arriba del esófago

Imagen exterior del estadio de Mestalla.

Imagen exterior del estadio de Mestalla. / Francisco Calabuig / JM LOPEZ

Insistir en un proyecto fallido como el Nou Mestalla a costa de cargarse todo un arsenal identitario de un siglo y que es admirado en el mundo, nos retrata como una sociedad mediocre. Esa modernidad, nos dicen, viene en forma de estadio “5 estrellas”, pantallas 8K, wifi y hamburguesas directas al asiento previo pedido por app. Esa modernidad es una hipoteca hasta finales de siglo. Esa modernidad es diluirse en la nada, en la asepsia, en un recinto que no transmite, el estadio de catálogo donde nada vibra, donde todo suena igual. Todo a cambio de perder algo que no se negocia: la identidad.

Pasada aquella fiebre de la modernidad, los grandes clubes han aprendido la lección que el Valencia y su ciudad no quieren entender. El Real Madrid, el Liverpool, el Milan, el Barça o el Inter transforman sus estadios sin mudarse. También la Real Sociedad y el Betis. Los equipos alemanes hacen lo mismo. Algunos de los que se fueron, como el Shalke 04, se han arrepentido. Todos han entendido que la identidad y la historia no se tocan. Incluso el Fulham ha sabido transformar lo que en otros lugares se considera un lastre en un valor añadido. Ha convertido el hecho de ir a un estadio antiguo en una experiencia VIP: los aficionados que más pagan son precisamente los que acceden a las gradas más añejas. Desde Londres nos envían un mensaje: la autenticidad que da un estadio centenario es también un activo que se puede rentabilizar. ¿Es una cuestión de dinero? Pues vende tu genuinidad.

Imagen de Mestalla.

Imagen de Mestalla. / ED

La campaña para hacerlo ya está en marcha y funciona sola. Llevan años admirándonos. En esas gradas se ha forjado una personalidad que casi ningún club europeo conserva, pero no les importa. Las excusas ya las conocen. La más manida es la de que ‘un Mestalla no reformado no cabe en el solar actual’. Ahora, en plena decadencia, lo presentan como una mudanza inevitable. Sin debate, sin consulta, con la mediocridad política como aliada.

Recuerden. Llegará entonces la liturgia del adiós: discursos emocionados, dedicatorias familiares, lágrimas en las redes. ¡Oh, qué pena! ¡Villa! ¡Mi abuela! ¡Españeta! ¡Coincidieron Kempes y Maradona! ¡Pelé y Garrincha! Todo calculado. Lo único real será la desaparición de un siglo de historia y de identidad.

‘Oh, qué pena, yo iba con mi padre a Mestalla cogido de la mano’, te dirá con la libreta y el boli en la mano mientras se baja la app para pedir hamburguesas en el estadio nuevo

Porque ese día el club organizará una jornada de puertas abiertas como acto de despedida y estos se harán la foto de esa última vez con cara de pena. Veremos lágrimas de pega, libreta y boli en las manos, en un espectáculo de egos ridículo. Aparentarán ser rostros solemnes, tristes, víctimas de la nostalgia. Toda una escenografía de lamentos sobre un lugar que en realidad no les pertenece, porque ni siquiera habrán cotizado un año como socio. No dudes en que alguno de estos que están tan a favor de la modernidad te escriba un tuit del tipo ‘Oh, qué pena, yo iba con mi padre a Mestalla cogido de la mano’. Y tú, mientras aguantas el reflujo de la última digestión, tendrás ganas de que alguien le responda: ‘Tu padre vomitaría con la campañita que has hecho al ayuntamiento y a Peter Lim para irnos a un estadio sin alma y que no vamos a poder pagar, estúpido”. Posad bien para esa foto, que vais a quedar retratados.

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