Opinión | Bolos
Drogas alfa, efecto omega
La muerte del joven de 23 años en València avisa que los estupefacientes evolucionan más deprisa que nuestra capacidad colectiva para reconocerlas

Lugar en el que ha fallecido el joven de 23 tras la caída un piso catorce en el barrio de Campanar de València. / Fernando Bustamante
La noticia, y su contexto, estremecen. Un joven se arroja desde el piso catorce de un edificio en la avenida del Maestro Rodrigo de València tras consumir una sustancia desconocida para la mayoría, llamada “alfa”, también conocida como flakka. Una tragedia que nos enfrenta al espejo de una nueva generación de estupefacientes mutantes que proliferan en el mercado negro. Siempre hemos sabido que el combate contra las drogas exige educación y vigilancia policial, pero eso se vuelve cada vez más complejo ante estas fórmulas de diseño, capaces de provocar efectos psicóticos impredecibles al alterar su estructura química para esquivar las prohibiciones. Los riesgos son extremos, y lo acabamos de comprobar.
Cuando una sustancia como esta circula sin control, con un nombre simbólico y fuera de los protocolos antidroga, la necesidad de reaccionar se vuelve urgente. Lo digo con conocimiento de causa. A los de mi generación nos faltan dedos para contar amigos y conocidos que no regresaron de aquella ‘ruta’, tan sobrevalorada por quienes nunca la vivieron y que algunos incluso pretenden convertir ahora en un movimiento contracultural. Los que sí estuvimos sabemos que el único mérito artístico consistía en llegar a casa en perfecto estado de revista tras noches de excesos psicodélicos.
Los responsables de las políticas de salud pública deben estar atentos y actuar con previsión. Urge desplegar sistemas de vigilancia capaces de identificar estas nuevas drogas —y las que vendrán— lo antes posible. Se necesitan redes de alerta temprana, formación especializada para sanitarios y fuerzas de seguridad, y campañas de divulgación que no se queden en generalidades, sino que informen con nombres propios y ejemplos concretos.
La muerte del joven de 23 años en Campanar es un aviso: las drogas evolucionan más deprisa que nuestra capacidad colectiva para reconocerlas. Es una llamada a dejar de pensar en “las drogas de los otros” y aceptar que estas sustancias pueden aparecer en cualquier entorno, fiesta o grupo de amigos.
El objetivo es evitar más tragedias. Por eso urge actuar con anticipación y, sobre todo, recordar que detrás de cada consumidor hay una persona con ilusiones, con familia, con futuro. Ese joven merece que aprendamos, que estemos alerta y que no permitamos que el abismo nos alcance otra vez sin advertencia.
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