Opinión
Historia real de un "karma real"

Sin ascensores diez meses después de la dana. / Francisco Calabuig
Esta historia, cercana a mis pasos, en Benicàssim, se repite, cada día, en centenares de lugares de España. En nuestro país existen más de 100.000 personas con discapacidad y/o movilidad reducida que están encerradas en sus casas, “encarceladas” involuntariamente, a causa de la falta de accesibilidad de sus viviendas y, fundamentalmente, por la falta de ascensor o la falta de adaptación arquitectónica para llegar a éstos. Ahora, desde hace un tiempo, a esa cifra hay que añadir, por ejemplo, unos cuantos cientos de valencianos y valencianas que, desde el 29 de octubre, y como consecuencia de los efectos de la dana, siguen sin poder entrar o salir de sus casas, un año después, porque los ascensores siguen inutilizados por la inutilidad del bla, bla, bla… de la reconstrucción. Este caso concreto, ha sido por la causa / efecto de un accidente meteorológico ciertamente imprevisible en su magnitud y con peores consecuencias como son los 229 muertos.
Pero no hace falta que caiga sobre nuestras cabezas una gota fría para contar que hay situaciones y circunstancias que el fenómeno meteorológico lo provoca el ser humano. Cuando se juntan el egoísmo y la insolidaridad el resultado es un cóctel de deshumanización que suele traer malas consecuencias.
María, 87 años —hasta hace poco y a pesar de su edad, una pizpireta mujer— nunca ha tenido una discapacidad y desde que enviudó, hace 30 años, siempre se ha valido por sí misma para todas las tareas de la vida cotidiana. María vive en uno de esos innumerables apartamentos producto del desarrollismo, hace 50 años, que le dan color y forma a las Villas de Benicàssim. Entonces, promotores y constructores jamás pensaban en las personas, solo pensaban en vender —las personas solo en comprar— y les daba igual que hubiese tropecientas escaleras para acceder a los edificios o que las plazas de garaje, para un aprovechamiento excesivo del espacio, fuesen tan estrechas y estuviesen tan juntas que tenías que ser un tísico para poder entrar o salir del coche.
El caso es que los años no pasan en balde y María, con el tiempo de sus 87 años, ha visto como su movilidad, antiguamente de anguila de acequia, se ha ido reduciendo más y más día tras día. Hasta el punto que, a veces, ha notado como cierta pérdida de equilibrio al andar. Como lo ha notado a la hora del aseo y a la hora de vestirse. O trasladando enseres o haciéndose la cama. Le cuesta más. En el apartamento de María el ascensor hay que cogerlo previo a sortear ocho escalones que arrancan del zaguán de la finca y también ha notado, ya en más de una ocasión, que se ha tambaleado peligrosamente al subirlos. Sobre todo cuando llega cargada con las bolsas de la compra.
María, asustada, le pidió a la Comunidad de Vecinos (6 apartamentos por planta y 8 alturas = 40 apartamentos) que se mirase la posibilidad de bajar el ascensor a cota 0 u otra fórmula, como una rampa o un elevador, para salvar esos ocho escalones. Apelaba a la Ley de la Propiedad Horizontal (Ley 8/2013, de 26 de junio, mejorada en junio de 2025 en relación a las personas con discapacidad) en la que se especifica expresamente que la Comunidad de Vecinos puede acordar el realizar obras de accesibilidad en los elementos comunes del edificio cumpliendo una serie de requisitos que recoge la Ley. En la reunión, el primero que se opuso obstinadamente a la petición de María fue el presidente de la Comunidad de Vecinos, una persona de unos 65 años, alegando que era un gasto innecesario puesto que solo afectaba a una sola persona y se acompañaba de la siguiente reflexión: “Los demás no tenemos la culpa de tu situación”. Y la petición fue rechazada en cada reunión posterior de la Comunidad.
Sin embargo, y a pesar de la situación narrada, las obras de accesibilidad y adaptación de los apartamentos donde vive María hace un mes que se iniciaron. Muy lamentablemente, hace un año que al hijo del presidente de la Comunidad que se negaba a las obras, le diagnosticaron ELA (Esclerosis Lateral Amiotrófica). Una enfermedad neurodegenerativa progresiva que ataca y destruye las neuronas motoras, con la consiguiente debilidad muscular progresiva. Ha sido su padre, muy aturdido y afectado, quien ha pedido que se realicen las obras de accesibilidad. Sin duda, y lamentando muy mucho la mala suerte de su hijo, da la impresión que se haya producido un karma con aquello de “cosecharás lo que has sembrado”. Y es que, con la discapacidad no hay nadie “libre de pecado” por lo que tenemos que procurar ser más solidarios y empáticos con los problemas de los demás. Porque esos problemas de otros hoy pueden ser los nuestros el día de mañana.
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