Opinión
Ser valenciano hoy: entre la fiesta, la fatiga y la esperanza

Germanor reivindica el arraigo, la solidaridad y el espíritu festivo como fuerzas transformadoras. / L-EMV
Ser valenciano es vivir entre la pólvora y la calma. Entre la mascletà que sacude el pecho y el silencio de las tardes en que uno se pregunta hacia dónde va todo. Cada 9 d’Octubre nos recordamos pueblo: alegre, luminoso, solidario. Pero también cansado, a veces desbordado, con la sensación de que el ruido no siempre tapa las grietas que llevamos dentro.
Vivimos tiempos en los que muchos valencianos afrontan la vida con la misma mezcla de orgullo y agotamiento. Orgullo de nuestras raíces, de lo que hemos construido, de la manera de reírnos de casi todo. Y cansancio por lo que cuesta mantener la dignidad en un entorno donde la salud, el trabajo o la estabilidad parecen bienes cada vez más frágiles.
El 9 d’Octubre no debería ser solo una fecha para mirar atrás. También debería servir para preguntarnos qué significa ser valenciano hoy, en una sociedad que cambia más rápido que nuestras certezas. Y quizás la respuesta no esté en los discursos, sino en las personas que sostienen lo cotidiano: los que entrenan equipos amateurs, cuidan a sus mayores, levantan persianas, enseñan a niños o ayudan sin pedir nada a cambio. En ellos habita el verdadero espíritu de este territorio: la constancia y la empatía.
València ha sido siempre tierra de paso y de acogida. Aquí el mar no solo trae turistas; también historias. Por eso, cuando hablamos de identidad, deberíamos hacerlo sin miedo. Ser valenciano no se mide por un carné ni por la pureza de un acento, sino por la forma en que uno abre la puerta al otro. Esa ha sido siempre nuestra mejor seña: una identidad que suma, no que separa.
Hoy que tanto se habla de bandos, conviene recordar que el valencianismo más valiente es el que no necesita enemigos. El que defiende la lengua, la cultura y el territorio sin convertirlos en trincheras. El que entiende que proteger lo nuestro no es cerrarse, sino compartirlo.
Quizás, ser valenciano hoy sea eso: resistir con una sonrisa, mantener la fe en lo cercano, celebrar la vida aunque duela. En una época donde todo parece provisional, nuestra mayor fortaleza está en seguir cuidando lo que no se ve: la educación, la solidaridad, el respeto.
Porque si algo define a este pueblo es su manera de recomponerse después de cada incendio, literal o simbólico. Lo hacemos sin ruido, sin aspavientos, como quien barre después de la fiesta sabiendo que mañana habrá otra. Y eso también es orgullo.
El 9 d’Octubre no es solo una conmemoración; es un recordatorio de lo que somos capaces de ser cuando dejamos de competir por quién tiene la razón y nos unimos para cuidar lo que realmente importa.
En ese gesto —discreto, humano, profundamente valenciano— sigue latiendo nuestra mejor versión.
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