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Opinión

Por una metodología fiable y feminista en el estudio de la pornografía

Ilustración.

Ilustración. / ED

Las visualizaciones de datos sobre la interacción con material y servicios sexuales en red se ha convertido en una fuente más que fiable. Con ellas investigamos, divulgamos y legislamos. Sin embargo, estos gráficos son construcciones atravesadas por importantes sesgos metodológicos, con una manifiesta opacidad en los procesos de recogida y análisis y que se caracterizan sobre todo por una ausencia estructural en los procesos de recolección de esos mismos datos: la de quienes producen el material que se estudia, sus trabajadoras.

Las trabajadoras sexuales son las últimas personas a las que se les pregunta sobre sus producciones, prefiriendo "hacer hablar" a los datos. La misma lógica se observa en el ámbito digital. El llamado “giro datalógico” ha naturalizado la idea de que todo lo que hacemos en la red puede convertirse en información objetiva. Se asume que, al navegar, dar clics o ver vídeos, compartimos esa información en tiempo real, algo que es técnica y legalmente falso. Por otro lado, tampoco explicitamos un consentimiento para que se utilicen esos datos, ni por supuesto aceptamos participar como informantes en estudios que partan de nuestras interacciones en contextos de oferta y demanda de servicios o contenidos sexuales. Pero esta concepción —que recuerda a la forma en que los cuerpos de las mujeres y de otras minorías han sido históricamente usados como recursos “naturales”— asume la correlación entre "vida real" y ecosistemas de internet, borrando la agencia de quienes están detrás de estos "datos".

Los ejemplos recientes en España muestran esta tendencia metodológica. El Macroestudio sobre trata, explotación sexual y prostitución de mujeres, presentado en 2023 por el Ministerio de Igualdad, proclamó que había 114.000 mujeres en prostitución y que el 80% estaban en riesgo de trata. El método, sin embargo, consistió en contar y analizar mediante parámetros algorítmicos los anuncios de servicios sexuales con la IA. Desde la Red de Voces Feministas por los Derechos se ha cuestionado con detalle estas conclusiones: no sólo porque los anuncios son una base metodológicamente inadecuada para estimaciones de este tipo, sino porque el estudio ignoró los indicadores internacionalmente reconocidos para identificar víctimas y, en su lugar, introdujo variables como la “edad”, los “rasgos de personalidad” o incluso el “exotismo de las mujeres”, variables claramente subjetivas y sin duda poco fiables.

Ilustración.

Ilustración. / ED

Un estudio previo en la Comunitat Valenciana evidencia la misma dinámica: veinte páginas de gráficos extraídos de foros digitales y diversas visualizaciones de datos basadas en estas acaparan el estudio que cuenta con apenas diez entrevistas a mujeres en situación de prostitución, sin detallar criterios de selección, carentes de grupos de control, y con total opacidad respecto a las condiciones de participación o la vinculación con organismos e instituciones. El resultado son cifras que utilizan el aura de lo tecnológico y automatizado para "mostrar" una realidad que se desconoce, sin definir un marco de análisis claro y consensuado, sin valorar las consecuencias de ese ejercicio de visibilidad descontextualizada. La aceptación de estas investigaciones señala de un problema más profundo y que apela a la investigación desde su genealogía crítica feminista: la ilusión de que los datos pueden hablar por sí mismos, cuando en verdad, sin contexto ni consentimiento, los datos no sólo no significan nada, sino que pueden fácilmente llevarnos a conclusiones erróneas y a prácticas poco éticas.

Se ha publicado hace apenas unos días el documento Gold Standard Guideness for Safe and Ethical Sex Work Research in Europe de la European Sex Workers’ Alliance (ESWA), que plantea un código ético específico para las investigaciones en este campo. En él se insiste en la necesidad de garantizar un consentimiento informado real, independiente de autoridades u ONG, asegurar la seguridad y confidencialidad de las participantes y reconocer a las trabajadoras sexuales como expertas de sus propias vidas. Desmitificando así la fantasía de la objetividad cuantitativa, y poniendo en el centro a las trabajadoras de los productos o servicios que buscamos analizar, nos alineamos con los estándares de excelencia actuales de los organismos europeos que proponen metodologías participativas para la investigación y la innovación. Por si fuera poco, nos permitirían investigaciones más fiables y actualizadas, en coherencia con la realidad material, legal, cotidiana y técnica de los fenómenos que buscamos investigar.

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