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Opinión | TRES EN LÍNEA

Una decisión moral

La encuesta de Prensa Ibérica refleja que el PP ganaría hasta con Camps de candidato, lo que deja a Feijóo las manos libres para deshacerse de Mazón si se atreve

Carlos Mazón en su discurso institucional del Nou d'Octubre

Carlos Mazón en su discurso institucional del Nou d'Octubre / GVA

Doy por hecho que la mayoría de quienes se acerquen hoy a este análisis estarán al cabo de la calle de la encuesta dirigida por Adolfo López Rausell que, como es tradicional, los periódicos de Prensa Ibérica en la Comunitat Valenciana (Levante-EMV, INFORMACIÓN y Mediterráneo) han publicado coincidiendo con el 9 d’Octubre. El resumen rápido, plasmado en los titulares que durante cuatro días han ido presidiendo las portadas de nuestros diarios, es que un año después de la DANA que acabó con la vida de 229 personas, el valor de los políticos y las instituciones se ha hundido a niveles jamás conocidos y el rechazo a la figura del president Mazón sigue siendo abrumador y sin precedente alguno: 8 de cada diez ciudadanos quieren que se vaya y la unanimidad es casi total si la pregunta es si debe volver a ser candidato: no. Pero al mismo tiempo, si las elecciones se celebraran hoy el bloque de derechas mantendría el Gobierno de la Generalitat, porque aunque el PP sufre un fuerte retroceso este es menor del que cabría esperar y el ascenso de Vox, tampoco tan intenso como se presumía pero relevante (cuatro escaños más, tercera fuerza en las Corts), daría para cuadrar una investidura. Por contra, pese a todo lo llovido, la oposición del PSPV y Compromís sencillamente no arranca: en 2023 sumaron 46 escaños y ahora, como mucho, les daría para 48, con lo que el vuelco no se produciría. No habría “Botànic III”, sino “Pacto de la Servilleta II”.

Ahí está la clave. Porque creo que lo más revelador de la encuesta de Prensa Ibérica es el apartado que señala que el PP ganaría las elecciones hasta si pusiera a Francisco Camps de candidato, cosas veredes. María José Catalá, alcaldesa de València, podría lograr según el sondeo dos diputados más que Carlos Mazón, si fuera ella, y no él, el póster electoral. E incluso el presidente de la Diputación de Valencia, Vicente Mompó, que si lee bien los números debería preocuparse porque tiene su actual cargo más que en el aire con los resultados que se predicen para su provincia, resulta que aportaría un escaño más que Mazón. Pero es que una Susana Camarero, un Juanfran Pérez Llorca o, como ya digo, un Francisco Camps, sacarían los mismos diputados que Mazón, ni uno menos. Lo cual, en román paladino, quiere decir que aunque pusiera de aspirante al Consell al primero que pasara por la puerta, el PP continuaría siendo el partido más votado.

El sondeo de Prensa Ibérica ha sido por ello celebrado en el Palau. Con esos resultados un año después de la catástrofe, no es para menos. Pero Mazón, que es inteligente y sabe leer las encuestas, es consciente de que lo que por un lado representa una buena noticia para su partido, por otro le deja a él más aún a la intemperie. Porque la conclusión es que el aparato nacional del PP tiene las manos absolutamente libres, gracias a la resistencia de la marca. Puede decidir que Mazón siga. Pero hacerle renunciar cuando llegue el momento de ir a elecciones tampoco tendría coste y, sin embargo, es evidente el beneficio que podría reportar. Recordando la mítica portada de Hermano Lobo, Mazón no tiene en este caso la baza del “o yo o el caos”. Porque lo que dice la gente en esta encuesta es que el caos es él: más de un 80% de rechazo ciudadano. Y que sin él su partido no se precipitaría al caos, puesto que el PP también gobernaría si fuera otro el aspirante.

Avisamos de que venía un otoño caliente. Pero de momento lo que hemos tenido es un octubre pasado por agua que ha permitido a Carlos Mazón salvar el primer jaque que suponía la celebración del 9 d’Octubre, todos cuyos actos oficiales han sido suspendidos ahora con un aviso de la AEMET menor que el que hace un año no llevó a la Generalitat a variar su agenda ni al jefe del Consell a suspender su famosa comida, con las dramáticas consecuencias por todos sabidas. El president se ha dedicado a dar entrevistas, la primera de ellas a un medio mercenario de Madrid sin repercusión alguna en la Comunitat que gobierna y la última emitida por la televisión pública la misma jornada del 9, es decir, el día que la actividad oficial se había clausurado, los colegios se habían cerrado y las empresas se habían puesto en teletrabajo o habían echado la persiana, lo que no parece muy coherente por su parte: la alerta DANA seguía vigente pero el president aparecía por televisión no para informar ni tranquilizar a sus vecinos, sino para hablar de la de hace un año y, sobre todo, de él mismo.

En todas esas entrevistas se le ha preguntado si pensaba en volver a encabezar la candidatura del PP y en todas ha respondido saliéndose por la tangente o poniéndose en manos de la Divina Providencia (“Dios dirá”), como si la política fuera un ejercicio de fe, oración y gracia.

Lo sorprendente, en mi opinión, es precisamente que se le haya preguntado si quiere repetir, cuando la pregunta debería haber sido si cree que debe hacerlo. Porque su continuidad o no al frente de la lista del PP y, eventualmente, en la Presidencia, no es cosa de voluntad propia. Ni siquiera de su partido. Es una cuestión moral. No es si quiere, insisto, sino si debe. No es si el PP lo puede ratificar, sino si debe someter a los ciudadanos, y a la política en general, a ese trance. Las urnas, incluso aunque le fueran relativamente bien, no son el Jordán, cuyas aguas lavan todos los pecados, que se lo pregunten al mentado Camps que tuvo que dimitir apenas meses después de haber sacado el mayor resultado de la historia del PP, poniendo las bases de la posterior debacle popular en 2015.

Queda algo más de año y medio para que, si no hay anticipo, vayamos a elecciones en la Comunitat Valenciana. La aceleración y la degradación de la política a todos los niveles hace imprevisible lo que en ese tiempo pueda pasar. Es la esperanza que le queda a una izquierda que no trabaja lo suficiente para convencer y lo fia todo a agitar el árbol por si cae la breva. En cuanto a Feijóo, no podía remover a Mazón de su cargo cuando sucedió la Gran Riada porque le faltaban los escaños necesarios para investir a otra persona. Pero, cazado en esa trampa, ahora tampoco puede mover a Mazón porque si el president perdiera su aforamiento es claro que al día siguiente estaría declarando como investigado ante la juez que instruye la causa de la DANA. Y la única salida, hacerlo dimitir y nombrarlo senador para que pase a gozar del fuero ante el Supremo, está cegada, tanto por el escándalo que esa misma jugada, practicada por el PSOE en Extremadura, provocó hace muy poco, como por el hecho de que el líder del PP no quiere tener a Mazón a menos de 400 kilómetros de Madrid, ni mucho menos hacerse selfies con él todas las semanas en la Cámara Alta.

Así que, como ya sabíamos, Mazón se mantendrá hasta el final. ¿Porque la reconstrucción va bien? Los encuestados dicen que no. ¿Porque su imagen ha mejorado? El deterioro es aún mayor. Puede seguir hasta el 27 sencillamente porque las decisiones que su partido no tomó el primer día van a tener maniatado al PP hasta el final de la legislatura.

Ahora bien, Feijóo puede hacer lo que quiera con las nuevas listas que tendrán que prepararse, prescindir de Mazón o mantenerlo, nada va a suponer ni un descalabro mayor que el que ya padece ni un motín de coroneles, todos los cuales harán sin rechistar lo que Madrid ordene. Pero repito, llegados a ese punto la decisión no es una decisión política sino moral. Lo que el líder nacional del PP tendrá que plantearse es con qué avales éticos, e incluso estéticos, pretende presentarse ante los ciudadanos para pedirles que le hagan presidente de España. Lleva titubeando un año, lo que hasta para un gallego es excesivo. Y por mucho que la demore tendrá que acabar por tomar una medida que puede enaltecerlo o, por el contrario, aumentar las dudas que ya pesan sobre su capacidad. Si algo está claro es que las próximas elecciones generales serán su última bala. O a La Moncloa o a casa. Asi que todo sea que no acabe, como Augusto tras el desastre de Teotoburgo, gritando desconsolado por los pasillos: “¡Mazón, devuélveme mi crédito!”. Él sabrá.

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