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Opinión

Hispanidad: ¿para qué?

El día del Pilar o la Hispanidad cae este año en domingo, por lo que muchos no disfrutarán de un puente festivo.

El día del Pilar o la Hispanidad cae este año en domingo, por lo que muchos no disfrutarán de un puente festivo. / Levante-EMV

Una característica muy curiosa de algunas fiestas cívicas en España es que año tras año se plantea la cuestión de su legitimidad. Entendámonos. Las fiestas no gustan a todo el mundo y siempre hay personas que echan pestes de la que está alterando sus hábitos y costumbres: que si las Fallas suponen una intrusión inaceptable en la vida diaria, que si las procesiones de Semana Santa son incompatibles con las normas de una sociedad laica, que si esto, que si lo otro. Hay gustos para todo y gente que se suma entusiásticamente a cada fiesta o que la rechaza sin paliativos. Sin embargo, en estos casos lo que se critica -cuando se critica- es el desarrollo de la fiesta, nunca su oportunidad. Ya se entiende que las Fallas valencianas no pueden suprimirse y la Semana Santa andaluza tampoco. Por la misma razón el Oktoberfest muniqués es intocable y el Ramadán de los países musulmanes lo mismo. No estoy hablando de este tipo de fiestas, me refiero a las que son rechazadas por motivos ideológicos. Un caso muy claro lo constituye Thanksgiving, esa mentira piadosa consistente en imaginar que los indígenas de Nueva Inglaterra acogieron amorosamente a los peregrinos del Myflower, cuando todos sabemos que el futuro les deparaba una suerte terrible a manos de los colonizadores europeos. Tengo amigos en EE. UU. que no celebran dicha fiesta a propósito, como una manera de oponerse a lo que significa.

Bueno, pues nuestro equivalente simbólico vendría a ser la Hispanidad, una fiesta que se celebra el 12-O mediante algunos actos oficiales bastante desvaídos y poco más (salvo en Zaragoza, naturalmente, porque allí coincide con el Pilar). Tan apagada suele ser la fiesta de la Hispanidad en España que por no tener no tiene ni un postre característico, en la línea del pavo y la salsa de arándanos de Thanksgiving o, más modestamente, de los mazapanes del día de Sant Dionís. Y la pregunta del millón es: ¿qué tiene de malo la Hispanidad? En principio, lo que se celebra es la base cultural compartida por veintidós repúblicas americanas y un reino europeo, aparte de algún que otro país medio hispánico en Asia y en África. Cualquier nación del mundo estaría más que encantada con disponer de algo así. En todos los países en los que el español es la lengua común, a menudo junto con otros idiomas, no hace falta diseñar una estrategia política o económica de largo alcance para moverse en la arena internacional. Realmente resulta cómodo ser ministro de Asuntos Exteriores de un país hispánico. Todo consiste en buscar las alianzas obvias y dejarse llevar. Bien lo sabía el presidente François Mitterrand cuando, con ocasión de la presidencia francesa de la UE, afirmaba lo siguiente: “Represento a Francia, consciente de las amenazas que la rodean en este ámbito y de la rivalidad entre lenguas. Pero pienso en otros países igualmente respetables, cuyas lenguas carecen de la dimensión geográfica de la francesa, que a su vez carece de la de otras. ¿Qué será del corazón del gaélico, el flamenco o el neerlandés? No quiero parecer que aíslo a los más pequeños o débiles por su menor número. En realidad, Italia, Alemania y Francia también están amenazadas. Hoy en día, apenas existen culturas, aparte de la inglesa, la estadounidense y la española, capaces de afrontar estos desafíos, y a pesar de la amistad que siento por estos países, prefiero hablar mi propio idioma antes que el suyo” (Parlamento Europeo, Estrasburgo, 17 de enero de 1995).

Sin embargo, como solemos decir: “Spain is different”. Según acreditados politólogos, sociólogos y filólogos de toda laya y condición, la Hispanidad es una cárcel de pueblos que no acaban de librarse de su origen colonial. No afirmaré lo contrario. Desde luego la empresa americana se montó para explotar el nuevo continente, digan lo que digan el testamento de Isabel la Católica y las bulas alejandrinas de nuestro papa de Xàtiva. Pero con matices. El primero y más importante es que, aunque murieron muchos indígenas, también hubo muchos otros aliados de los conquistadores, como los toltecas y los tlaxcaltecas. El segundo, que fueron estos indígenas quienes promovieron una sociedad mestiza a la que no le fue nada mal y que se benefició de los repartos de tierras, de los cargos administrativos y. en algunos casos, de títulos nobiliarios. No nos engañemos: las guerras de la independencia las promovieron blancos descendientes de españoles, como Bolívar o San Martín, los cuales querían recuperar lo que pensaban que era suyo, mientras las tropas realistas solían ser de extracción mestiza. Hace algunos años se inició un movimiento de historiadores hispanoamericanos que reivindican nada menos que la Hispanidad. ¡Serán fachas! Aquí en España seguimos don erre que erre. “Hispanidad, ¿para qué?”, según proclama el título de esta columna. Nunca oiremos palabras como las de Mitterrand en boca de nuestros políticos. En este panorama de inhibiciones llama la atención que la Generalitat Valenciana haya introducido la fiesta de la Hispanidad. Es un detalle que hay que agradecer. A no ser que represente la versión folklórica del famoso carnet de puntos para inmigrantes. Porque inmigrantes, lo que se dice inmigrantes, lo hemos sido los hispanoeuropeos durante cuatro siglos y medio. Y ningún hispanoamericano nos pidió los papeles.

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