Opinión
Va de 'bous'
El de la tauromaquia es un debate que antes o después habrá que afrontar. ¿Cuánto tiempo vamos a continuar escondiendo la cabeza? ¿Una, dos, tres generaciones?

Protesta antitaurina contra el PSOE en las puertas del Congreso. / RTVE
Tocaría hablar del Nobel literario, pero uno conoce solo generalidades del elegido. Yo confieso. En unos días veremos la profusión editorial del autor húngaro y la rueda seguirá girando. Como continúa girando la de la tauromaquia, de manera recurrente objeto de polémica, ahora por una decisión de sus señorías en el Congreso. Aunque la televisión autonómica ha recuperado las transmisiones, diría que en las últimas décadas la cosa de las cornamentas ha perdido pantalla y aficionados a la vista de las fotografías de plazas y número de festejos (al menos en este entorno valenciano). Al tiempo, se va asentando como asignatura troncal de guerra cultural: uno de esas materias que te sitúan en un frente u otro de la batalla de estos tiempos.
Si fuera posible salirse de esas trincheras que convierten cada asunto de debate en algo así como una marca de camisas, de esas que te encasillan en un clan social, me parece que el de la tauromaquia es un debate que antes o después habrá que afrontar. ¿Cuánto tiempo vamos a continuar escondiendo la cabeza? ¿Una, dos, tres generaciones?
Pertenezco a una que se ha educado con los toros y entiende eso de que forman parte del ADN patrio: una presunta marca de bravura racial que a algunos no nos alcanzó. Cada tarde de verano cuando era niño lo más normal en la televisión era una corrida. El Niño de la Capea, El Viti o Paquirri (y su muerte casi en directo entre llantos de la coplista) son nombres de mi educación popular. Sé la diferencia entre un natural y un pase de pecho, la relevancia de un quite y de matar recibiendo. No he estado nunca en una plaza, pero entiendo las reglas de lo que allí sucede, no reniego de artistas que sienten esa pulsión febril y aprecio a gente que ama los toros. Pero me parece una práctica insoportable en estos tercios del siglo XXI.
Aquel que soy hoy no soporta la sangre, el sufrimiento del animal ni el dolor como festejo. Ni en plazas, ni en calles valladas ni eriales. Cambio de canal. Paso de página. Intenté ver Tardes de soledad. Me puse con ánimo a la espera de reflexiones seguro interesantes de Albert Serra, pero no pasé del primer puyazo y la delectación visual en la agonía de un animal. Dirá alguno que pertenezco a una sociedad que prefiere esconderse ante el dolor que está en cualquier vida. Puede ser, pero prefiero que lo que pasa en esas plazas no tengan la consideración de bien cultural. «La cultura ni se impone ni se deroga por decreto», dijo una diputada socialista para justificar la abstención de su partido. Así es, pero sí se protege por ley o decreto. De eso se trata. Con todos los respetos, no somos iguales, no somos quienes fuimos. No sé si mejores o peores, pero el mundo de hoy no es (o no debería ser) de descabellos y embolados.
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