Opinión | Necrológica
Klaus Wrehde, in memoriam
Hace apenas un par de días moría, en la Valencia que lo acogió desde los años 60, el Sr. Klaus Wrehde, justo en la casa familiar muy cerca del palacete donde tenía su sede el Goethe Institut, cerca de El Temple, donde lo conocí a principios de los años 70. Luego, cuando la institución alemana desapareció de nuestra ciudad, el Sr. Wrehde junto con el inolvidable Claus Vierath, organizaron el Centro Alemán en la calle María Cristina. Miles de jóvenes valencianos y valencianas pasamos por sus aulas y muchos de ellos lograron, al tener que marchar a Alemania, integrarse en su querida patria con solvencia, reconocimiento y respeto, justo por sus enseñanzas. Luego, con el tiempo, el Centro Alemán se convirtió en librería y no puedo olvidar la cantidad de favores de búsqueda de libros alemanes que amablemente me ofrecieron.
La tarea del Sr. Wrehde fue incansable hasta su jubilación. Paciente, silencioso, atento, cordial, disciplinado, era para nosotros una personalidad imponente, en el que contrastaba la increíble prestancia de su persona con la humildad y suavidad de su trato. Pasar por las clases de “Klaus de pie” -como le decíamos el alumnado, pues “Claus sentado” era su colega y amigo- constituía para nosotros una experiencia no solo lingüística y educativa, sino verdaderamente formativa, por la eticidad -algo muy central en su querido Hegel- con que desplegaba toda su existencia. Lo recuerdo atendiendo sus clases con problemas de ciática, como si el dolor no fuera con él.
Pero más allá de esta tarea, y de su relevancia para las relaciones amistosas y profesionales hispano-germanas, intensificadas por los cursos de verano que el Centro organizaba en Alemania, y a los que entregábamos a nuestros hijos e hijas con plena confianza, el Sr. Wrehde era un hombre espiritual en el más poderoso sentido de la palabra. Su casa estaba llena de ediciones antiguas de libros de su cultura, muy bien custodiados en muebles tradicionales acristalados que hacían de su hogar un lugar íntimo y confortable, apropiado a la meditación, como recién salido del siglo XIX alemán. Klaus recibía en ella a todo tipo de amistades, desde catedráticos alemanes que venían a dar conferencias a Valencia o eran invitados por mí en la Universidad de Murcia -como recordará el Dr. Jorge Navarro Pérez, su alumno más dotado-, a viejos alumnos del Centro Alemán, a profesores amigos suyos de la Universitat de València, como al Dr. Manuel Vázquez, o al recién fallecido Dr. Manuel Jiménez Redondo. En todas esas ocasiones, el matrimonio Wrehde mostraba una cordialidad afable, sencilla y acogedora.
Sin embargo, más allá de esta centralidad íntima del hogar como lugar de encuentro para conversaciones amistosas, el Sr. Wrehde amplió el campo de su actividad vinculándose de manera informal al Departamento de Filosofía de la Universitat de València, asistiendo a seminarios del profesorado y ofreciendo cursos de traducción a estudiantes, gozando de la amistad de muchos colegas y el reconocimiento de todos. Su muerte me sorprendió justo leyendo su traducción de los escritos hegelianos del periodo de Wittenberg, en los que el gran filósofo impartía docencia y ejercía de rector en el famoso Gymnasium que fundara Melanchthon en el siglo XVI.
Toda esta actividad se debió a que, cuando se jubiló del Centro Alemán, el Sr. Wrehde manifestó su amor a Valencia quedándose entre nosotros y ofreciéndonos su amistad, su hospitalidad y su saber. Todavía recuerdo la visita que hicimos a la casa que tenía por la zona de Chulilla, que había adornado al modo valenciano con toda austeridad y comodidad, por mucho que tuviera que desplazarse con su esposa Katherina en taxi hasta allí. En el campo, podía ejercitar su poderosa naturaleza que, a pesar de todo, ha sucumbido finalmente, después de superar duras enfermedades. Recuerdo que, tras salir de una de ellas, y con su estoicismo prusiano característico, me comentó que es bueno que de vez en cuando vengan enfermedades a los mayores, para así despedirnos de la vida con más liberalidad y buena disposición. Cómo no ver en él y en su gesto la seriedad y al mismo tiempo la alegría profunda del “Dios proveerá” del Dr. Martín Lutero.
Pero no era el Sr. Wrehde un lector limitado. Por supuesto, conocía muy bien la filosofía alemana desde Kant, Fichte, Hegel y Carl Schmitt hasta Heidegger. Pero en esta ocasión me interesa más destacar sobre todo que era un apasionado amigo de la cultura francesa -país al que admiraba- y de la propia cultura clásica española. Desde luego gustaba de frecuentar la mística castellana, leyendo de continuo a Santa Teresa de Jesús y a San Juan de La Cruz, a quien traducía al alemán en sus ratos libres. Es de suponer que todo ese universo europeo de lecturas lo habrá consolado durante los últimos años, en los que desde mi traslado a Madrid no lo frecuenté tanto como deseaba, sencillamente para agradecerle todo lo que había hecho por mí. Ahora sólo cabe expresar públicamente la gratitud de tantos miles de jóvenes de nuestra ciudad, y enviar a su esposa Katherina y a sus hijos nuestra sincera solidaridad. Su memoria permanecerá en nuestras almas.
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