Opinión
Alejandro Parodi González
Cuando el silencio habla: la oratoria del duelo en la tragedia de la dana
Esa es la oratoria del duelo que importa: la que no busca aplausos, sino consuelo

Los reyes en el funeral por las vítimas de la dana en la catedral de Valencia. / Kai Försterling
La Comunitat Valenciana vivió en octubre del pasado año una de sus peores catástrofes naturales en décadas. La dana dejó a su paso pérdidas humanas irreparables y una sociedad emocionalmente fracturada. En medio del lodo y el luto, emergió una forma de resistencia silenciosa: la oratoria del duelo.
Desde la sociología, el duelo no es sólo una experiencia íntima, sino un fenómeno social profundamente ritualizado. Como señaló Émile Durkheim, los ritos funerarios no solo despiden a los muertos, sino que reafirman los vínculos entre los vivos. En ese marco, la oratoria del duelo —el acto de hablar en nombre del dolor colectivo— se convierte en un dispositivo simbólico de reconstrucción social. Es un pilar que sostiene a las comunidades en sus momentos más vulnerables, demostrando que, incluso en la desolación, la palabra hablada tiene el poder de unir, consolar y, en última instancia, reconstruir el tejido común.
Pero no todo se dice con palabras. La comunicación no verbal —gestos, silencios, miradas— cobra un protagonismo esencial. La sociología de las emociones, con autores como Goffman o Hochschild, nos recuerda que las emociones se gestionan socialmente. En contextos de duelo, esa gestión se hace cuerpo: una mano en el hombro, una mirada sostenida, un silencio compartido.
Durante los actos conmemorativos por la dana, vimos discursos institucionales correctos, pero también vimos a vecinos que, sin micrófono, decían más con su silencio que con cualquier frase ensayada. Esa es la oratoria del duelo que importa: la que no busca aplausos, sino consuelo.
La realidad que percibimos no es un hecho estático, sino una edificación constante a través de la interacción humana en la línea que marcaron Berger y Luckmann. En el duelo colectivo, la oratoria se convierte en un mecanismo clave para (re)construir el significado de la catástrofe. A través de relatos compartidos, homenajes y promesas de futuro, la sociedad no solo procesa lo ocurrido, sino que también establece las bases para su recuperación y resiliencia. Las palabras elegidas, el tono, la mirada, la pausa, el abrazo, todo contribuye a configurar una narrativa colectiva que, con el tiempo, puede transformar la tragedia en una memoria compartida, un aprendizaje social.
En un mundo saturado de palabras, el silencio puede ser un acto profundamente elocuente. Trager lo definía como una forma de comunicación paralingüística cargada de significado. En el duelo, el silencio no es vacío: es respeto, es escucha, es reconocimiento, es humanidad.
La oratoria del duelo, bien entendida, no es sólo un arte de hablar. Es un acto de cuidado colectivo. Es saber cuándo callar, cuándo mirar, cuándo acercarse. Es, en definitiva, una forma de sostenernos unos a otros cuando el lenguaje se queda corto porque donde no llega la razón, llega la emoción.
Y quizá, en tiempos de catástrofes, eso sea lo más humano que podemos hacer.
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