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Opinión | Trencar l'enfit

Subdirectora de Levante-EMV

Alerta roja: el riesgo de creernos dioses

La seguridad es lo primero siempre, pero las administraciones -todas las administraciones- van a tener que hincar los codos y articular e ingeniar nuevas soluciones nunca antes imaginadas para abordar un escenario también inédito y que, además, nos aterra a todos. Es su responsabilidad.

El mensaje Es-Alert enviado por la Generalitat en Alicante.

El mensaje Es-Alert enviado por la Generalitat en Alicante. / L-EMV

En casi doce meses nos hemos convertido, involuntariamente, en expertos en avisos, alertas, emergencias y decretos de suspensión de casi todo. Nos salió muy caro el precio de este máster involuntario en cómo sobrevivir si vives en zona inundable, demasiado caro, pero ahora nos toca poner en práctica lo aprendido, con más o menos tino y estando más o menos de acuerdo con el trastorno que esto supone en nuestra rutina y nuestras vidas. A los 229 muertos se lo debemos. Porque a ellos, nadie les avisó. Ahora todos sabemos que la Aemet lanza avisos sobre la gravedad de las diferentes situaciones a las que nos enfrentamos en cada momento y que Emergencias emite las alertas a la población sobre las medidas a adoptar para no correr riesgo. Es el famoso Es Alert que nos dispara el cortisol por encima de nuestras cabezas cada vez que suena porque, sin poder evitarlo, nos lleva a las 20.11 de aquel aciago día. De Vinaròs a Orihuela somos 'carn de riuà', así que el sonido de este sistema, asúmanlo, ha venido para quedarse... afortunadamente.

Veo las imágenes de nuestros vecinos de Tarragona y cómo el agua arrastra chalets, bajos, coches, edificios, muros y paseos, construidos en espacios en los que no debían estar: en medio, literalmente, de barrancos y cauces. Veo las mismas imágenes que se vieron entonces en mi comarca, en nuestro territorio. Casetas, almacenes, trasteros, naves industriales levantadas sobre acequias, riachuelos, marjales y afluentes. Hemos construido donde hemos querido, sin pedir permiso. Como si fuéramos dioses. Y hemos tomado prestados kilómetros y kilómetros de tierra al planeta sin ánimo de devolvérselos, como el abusón del colegio que roba bocadillos todos los días al más débil, al más silencioso, al más tímido, y nunca se para a pensar, ni un segundo, en lo que siente el otro o en si un día se cansará y se las hará pagar todas juntas.

Cuando pensábamos que éramos dioses nos gustaba hacer nuestra vida, al margen de lo que sucediera más arriba de nuestras cabezas, como diría Obelix. Que el cielo cayera sobre nuestros cráneos nos preocupaba, seguramente mucho más que a los vecinos de otras partes de España. Todavía recuerdo cómo un amigo mío extranjero se quejaba con amargura por el temor ancestral que los valencianos tenemos al agua. '¡Caen cuatro gotas y me anulan las reuniones!', se lamentaba. 'Lo que os pasa, ese nerviosismo, esa inquietud', insistía, 'no lo he visto antes en ningún sitio'. Me tocaba explicarle la 'riuà' del 57, las numerosas inundaciones, la 'pantanà' de Tous y también los barrancos sepultados por pistas de aeropuerto, polígonos, nuevos barrios y mil infraestructuras más. 'Som carn de riuà', le explicaba resignada, y aunque el agua es vida, en exceso y sin control, también es muerte.

La nueva normalidad

Ahora que ya sabemos que no somos dioses, hacemos caso de todo. O deberíamos. Si no se puede salir, no se sale; si es mejor que no haya escuela, no vamos; si me tengo que quedar en casa, me quedo. Ahora, es lo que toca. Reeducarnos y dejar de ser dioses para volver a ser humanos, vulnerables, poca cosa pero muy inteligentes. El nuevo presente, la nueva normalidad, requiere de nuevos retos, para nosotros y también para las administraciones. Pararlo todo cuando haya alerta roja (y parece que van a haber bastantes) no puede ser la única opción. Y todo el mundo lo sabemos. Hay miles de personas que no pueden parar o no pueden dejar a sus hijos en casa porque no tienen a nadie con quien dejarlos y hay miles de pequeños comercios, autónomos y empresarios que tampoco pueden parar su actividad o se hunden. La seguridad es lo primero, pero las administraciones -todas las administraciones- van a tener que hincar los codos y articular e ingeniar nuevas soluciones nunca antes imaginadas para abordar un escenario también inédito y que, además, nos aterra a todos. Una nueva solución para una nueva realidad: la sucesión de alertas rojas y naranjas en un terreno que experimenta el cambio climático a lo bestia. Es un debate díficil y sin duda muy incómodo, pero realista. Vivir en el limbo o en la hipocresía nunca ha sido ni es una buena opción para nada ni para nadie. Genera más dolor e incertidumbre y no aporta soluciones. Nunca.

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