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Opinión

Política de gallos

Ximo Puig junto a Vito Quiles en los alrededores del Congreso de los Diputados.

Ximo Puig junto a Vito Quiles en los alrededores del Congreso de los Diputados. / Levante-EMV

Recientemente circuló por redes un vídeo del pseudoperiodista Vito Quiles frente al Congreso de los Diputados en el que logra sacar de sus casillas al expresidente Ximo Puig con preguntas sobre la investigación judicial a su hermano. La reacción de Puig, claramente enojado, contrasta con la retranca que habitualmente muestra el líder de ERC, Gabriel Rufián, ante preguntas del mismo personaje. Sin embargo, no nos engañemos, cada uno con su estilo, pero ambos políticos coinciden en algo: entran en el juego.

Y es que dentro o fuera de los parlamentos, el escenario político sigue regido por un juego con códigos muy masculinos en en el que toda provocación debe tener respuesta como si de una eterna adolescencia se tratara. Y Vito Quiles, que va de ese palo, lo sabe. No es de extrañar que sus objetivos más mediáticos sean hombres. Mucho menos habitual es ver a las mujeres políticas en ese registro, en ese cacaraqueo constante, en esa competencia por ser más listo o más duro.

Las mujeres han tardado décadas en conseguir asiento en los órganos de poder, y, aun así, la mayoría de las veces pisan tierra ajena. A menudo quedan relegadas al papel de espectadoras del gallinero o se ven forzadas a saltar al cuadrilátero para poder existir políticamente, aunque no es su hábitat natural.

Esta manera de estar en política se ve también en la relación de los hombres con el poder. La dimisión nunca se contempla: se aferran al cargo o al escaño como si fuera parte de su propia identidad, como si reconocer errores les despojara de su “virilidad” política. Basta con repasar la hemeroteca: Paco Camps, Ábalos, Mazón… Siempre alargando la agonía antes que reconocer que su tiempo pasó, que irse es oxigenar la vida política. Frente a ellos, las mujeres públicas, sometidas a mucho mayor escrutinio social, suelen apartarse más rápido, incluso por escándalos menores. Y al irse, se permiten ser vulnerables.

Con todo, lo relevante aquí es que mientras perduren estos códigos que guían a tantos hombres en política —el blindaje emocional, el afán de dominio y el miedo a perder sitio—, aspirar a otra forma de hacer política será complicado. Un estilo menos tóxico quizás nos acerque una política de menos gallos y, sobre todo, más útil para la ciudadanía.

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