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Opinión | Bolos

Desmemoria de la victoria del Sabadell

La sede del Banco de Valencia en una imagen de archivo.

La sede del Banco de Valencia en una imagen de archivo.

Nadie lloró por el Banco de Valencia. Tampoco por la Caja de Ahorros/Bancaja, ni mucho menos por la CAM. Sin embargo, celebramos la victoria del Sabadell sobre el BBVA, terraplanistas lingüísticos incluidos, como si fuera un triunfo propio. En un abrir y cerrar de ojos nos quedamos sin un sistema financiero autóctono, levantado con décadas de esfuerzo por empresas, sobre todo pymes, autónomos, ahorradores y clientes, y nadie se atrevió a decir ni palabra. Lo desmantelamos a precio de saldo nosotros mismos —o mejor dicho, nuestros gobiernos autonómicos— sin interferencias externas. Para autodestruirnos, nos bastamos solos.

Ahora, en cambio, el Palau ha encabezado la defensa del Sabadell como entidad estratégica para la economía valenciana, en plena sintonía con los empresarios catalanes y baleares. Ha quedado claro que el capital une más que la lengua, una realidad que algunos ignoraron y que terminó arrollando a los peores evangelistas fusterianos.

Entre los argumentos a favor de una banca cercana, arraigada en el territorio y atenta a las necesidades de las pequeñas y medianas empresas —argumento repetido hasta la saciedad estos días—, nadie ha planteado cómo nos habría ido tras la tragedia de hace un año si hubiéramos conservado las entidades propias, es decir, una red financiera sólida como la existente antes de la desaparición de las oficinas tradicionales. Sin cuestionar el respaldo del sistema actual, ni el compromiso de algunas entidades volcadas desde el primer momento en financiar la reconstrucción, todo apunta a que el escenario habría sido distinto.

Las cajas de ahorro surgieron a finales del siglo XIX con la finalidad de financiar obras benéficas y sociales. La Caja de Ahorros de Alicante y Monte de Piedad (fundada en 1877) fue una de las más antiguas de España, muy vinculada a la vida económica y social. La Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Valencia (1878) nació impulsada por instituciones benéficas y la burguesía local, mientras que la Caja de Ahorros de Castellón de la Plana (1896) se dedicó principalmente al apoyo de cooperativas agrícolas. Más tarde aparecieron muchas otras de ámbito rural o local, todas con un papel decisivo en el desarrollo económico y social del siglo XX. El resto se sabe, los lamentos casi siempre llegan cuando ya no hay remedio.

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