Opinión | Bombeja Agustinet!
Levantinos, pero menos

La conexión con la grada del Ciutat es clave para el éxito del Levante. | LUD
Hay gente que va al fútbol “i avant”, que puede asistir a Orriols durante cincuenta años y el domingo, cuando lo saludes, te dirá que lo de Danvila no es su problema. Los ha habido siempre. No son ni mejores ni peores que otros levantinistas, pero no son levantinos. Al menos en la acepción que siempre, desde niño, he escuchado, con el apelativo “levantino” asociado a una militancia sin sentido, fanática, existencial. “Eixe és un llevantí acèrrim, de tota la vida” y cosas por el estilo. Es otra forma de vivir este sentimiento y es plenamente respetable. ¡Faltaría! Recuerdo las expresiones de mi madre, cuando entrábamos por la puerta de casa, hace medio siglo, volviendo del Nou Estadi: “¡qué caras! Habéis vuelto a perder, está claro. Ay, si es que ese Levante no hay quien lo aguante… ¿Que no tenéis ganas de cenar?”. Y concluía resignada: “¡Cómo podéis ser tan fanáticos!”. Mi madre ignoraba (y yo también, en aquel tiempo) que en muchos países americanos llaman fanáticos a los hinchas, sin connotaciones peyorativas.
De levantinos no se puede vivir, claro. No llenaríamos el estadio, ni se pagarían las nóminas. Eso está claro. Pero que nadie olvide que esta sociedad deportiva existe desde hace 116 años porque hay levantinos. Sin lo uno no resistiría lo otro.
Y aunque Danvila sepa (porque es un tipo avispado, con buen olfato) que a muchos de los nuestros les da bastante igual la operación por la cual se ha convertido (a pesar de que afirmó que jamás lo haría) en propietario del 70% del club, no debería perder de vista que en la grada de Orriols (y en todas) hay “clientes” –los que pagan el abono, van al estadio y no preguntan, en feliz expresión acuñada por el lúcido director del ICO e ilustre granota Manuel Illueca–, pero también hay levantinos. Y que, cuando vengan mal dadas (y siempre vienen mal dadas, en este “negocio”), a los que es necesario tener de tu lado es a los levantinos. Los clientes no se sulfurarán en demasía.
El domingo, jugamos contra el Rayo, el equipo que es de Madrid, pero no es de Madrid. Como nosotros, que somos de Valencia, “ma non troppo”. Por mucho que la propiedad de la entidad sí que esté gestionada, desde 2008 y quién sabe hasta cuándo, por gente forjada a la sombra del majestuoso Mercat de Colom, el Llevant es, sobre todo, de la Valencia periférica. No hay más que leer el capítulo 43 (“Orriols, una grada joven y diversa”) de «1909. 115 años ‘a contracorrent’» para entenderlo. Cada vez que nos visitan los vallecanos, acuden a mi mente las imágenes de la exhibición de aquel chileno que negó el saludo a Pinochet. Levantinas, levantinos y levantinistas bramarán en la grada para llevar en volandas a los nuestros y sumar de tres. Animaremos como siempre, nos emocionaremos como siempre, vibraremos como siempre, sufriremos como nunca, y lo haremos ajenos a que este club, desde esta semana, es mucho menos nuestro de lo que era. O no, si José Martí me presta el recurso. Somos levantinos… pero quizá menos.
Dicen que no es posible otro modelo de negocio y que nos tendremos que resignar al mal menor, que gracias aún tenemos que dar, que, por lo menos, ha irrumpido un Danvila que ha sacado al club del atolladero. Pero no fue la resignación lo que nos hizo sobrevivir a todo, con estoicismo, durante nuestro largo siglo. Y no será lo que nos permitirá crecer y construir el Llevant poderoso del futuro.
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