Saltar al contenido principalSaltar al pie de página

Opinión

El Pont de Fusta, un símbolo necesario de València

Accesos al Pont de Fusta.

Accesos al Pont de Fusta. / ED

El Pont de Fusta no es únicamente una vía de paso sobre el Túria. Este puente es un emblema de la historia viva de València.

Su nombre nos recuerda que, antes de que el hormigón y el acero dominaran el paisaje urbano, la madera era el material noble con el que se levantaban estructuras firmes, bellas y útiles para la ciudad. Durante siglos, el Pont de Fusta fue una puerta de entrada a València, testigo del tránsito de comerciantes, vecinos y viajeros. Escenario de incontables historias cotidianas junto al Turia, de recuerdos inolvidables, de encuentros y despedidas. Fue construido originalmente en 1892, con motivo de la apertura de la Estación de Santa Mónica, también llamada la “Estacioneta” o estación de madera, aquella a la que llegaban los “trenets” procedentes del Grao, Bétera, Lliria o Rafelbunyol.

Aunque sufrió a lo largo del tiempo por las inclemencias como la riada de 1897 (en la que apenas quedó un tramo pegado a las Alameditas de Los Serranos) y en la de 1949, se volvió a reconstruir hasta que finalmente volvió a verse afectado por la Gran Riada de 1957, reconstruyéndose ya con hormigón armado y madera. En su última remodelación de 2011 para convertirlo en una pasarela para peatones junto a un vial para vehículos.

Hoy, aunque reforzado con otros materiales además de madera, el Pont de Fusta mantiene su denominación original y con ella la memoria de la tradición artesanal que lo hizo posible. Para nuestro gremio, representa la unión entre pasado y presente: la madera como patrimonio, como cultura y como legado de quienes, con sus manos y su saber, moldearon la ciudad en aquellos talleres artesanales concentrados en Ciutat Vella (especialmente en los barrios del Carme, Mercat y Velluters), donde se fabricaban muebles, puertas, ventanas y elementos decorativos. Y que, recogiendo todos sus restos de trabajos y trastos viejos para quemarlos, dieron origen a una tradición como son las Fallas.

Debemos reivindicarlo no solo como un punto de referencia urbana, sino como un símbolo identitario. Que cada persona que lo cruce (se estima que unos 40,000 diarios) recuerde que València tiene raíces profundas en el trabajo de la madera, en el esfuerzo de los fusters que, desde la Edad Media (el gremi de fusters recientemente cumplió 8 siglos de historia), han aportado oficio, creatividad y compromiso con la comunidad.

El Pont de Fusta nos invita a mirar al futuro sin olvidar de dónde venimos. Y por tanto seguir defendiendo la madera como material sostenible, renovable y lleno de posibilidades para una arquitectura respetuosa con el medio ambiente. Debemos conservarlo para que este puente siga siendo inspiración y orgullo para la ciudad, como lo ha sido para generaciones.

Tracking Pixel Contents