Opinión | TRES EN LÍNEA
Réquiem por la política

Sánchez y Mazón. / Jorge Gil/E.P.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el de la Generalitat, Carlos Mazón, coincidirán el próximo 29 de octubre en el funeral de Estado que se celebrará en València en el primer aniversario de la catástrofe que acabó con la vida de al menos 229 personas (237, sumando las siete que murieron en Castilla-La Mancha y la que pereció en Andalucía, cuyos familiares también estarán presentes), destruyó una de las zonas más pobladas de la Comunitat Valenciana, afectó con mayor o menor intensidad a 800.000 vecinos y causó miles de millones de euros en pérdidas. La primera pregunta que se me ocurre hacer es si entre los actos previstos y organizados en franca comunión, según ellas mismas han pregonado, por la delegada del Gobierno, Pilar Bernabé, y la vicepresidenta portavoz del Consell, Susana Camarero, está el hacer que suene en los teléfonos el Es-Alert que aquel día se envió para advertir a la población de lo que se les venía. De ser así (dentro de un acto que debe estar cargado de simbolismo, nada habría más simbólico), ¿a qué hora se lanzaría?
No es un sarcasmo lo que acabo de escribir. Un funeral de Estado no es bueno ni malo por definición. Con independencia de la asistencia de las más altas magistraturas, puede ser el tributo obligado que una sociedad sojuzgada le rinde a un dictador. Puede ser el reconocimiento organizado por las elites que controlan los mecanismos de ese propio Estado a los méritos acumulados según ellos por alguna personalidad relevante. O puede ser el homenaje sentido que los ciudadanos ofrecen a quien consideran que les sirvió bien. Franco, Don Juan y Adolfo Suárez serían tres ejemplos de las distintas categorías que acabo de describir.
Pero cuando el funeral se celebra para honrar a ciudadanos comunes, siempre tiene un matiz diferente. Porque se pretenda o no, no deja de ser un reconocimiento tácito del Estado (y recordemos una vez más que del Estado forman parte tanto el Gobierno central como los autonómicos) de que esos muertos a los que se les ofrecen honores fallecieron por alguna causa en la que el Estado pudo no ser culpable, pero tampoco fue capaz de cumplir con su misión de protegerlos. Las víctimas de atentados, por ejemplo, son asesinadas por la acción criminal de terroristas. Pero el funeral, cuando se les organiza (algo que no siempre ocurre), supone asumir también por parte de la “historia oficial” que sus muertes no deberían haberse producido.
Esa es la cuestión que ha impedido hasta aquí que el funeral por la DANA se celebrara en tiempo y forma. Por citar los antecedentes, el de Franco tuvo lugar el 23 de noviembre de 1975, sólo tres días después de que se oficializara su fallecimiento, a pesar de la enorme tensión que se vivía en las calles. El de Don Juan, ocho días después del óbito, pese a la carga de profundidad que conllevaba por la discusión sobre la legitimidad de la sucesión en la Corona. El de Suárez no tardó ni una semana en organizarse: fue seis días después de su muerte. El de las víctimas del 11M, probablemente el acontecimiento más traumático que ha vivido la sociedad española en décadas, tuvo lugar el 24 de marzo de 2004, apenas 13 días después de la matanza, a pesar de que por en medio había habido unas elecciones que dejaron al último gobierno de Aznar no sólo en funciones, sino recogiendo cajas a toda prisa y a Rajoy compuesto y sin novia.
El funeral de Estado por las víctimas de la Gran Riada, sin embargo, ha tardado un año. ¿Por qué? Pues porque, si el periódico parisino Liberation las definió enseguida como “las muertes evitables”, con el tiempo han pasado a ser las muertes de las que nadie quiere hacerse responsable. Cada vez que en las últimas semanas he oído hablar del ejemplo que estaban dando Bernabé y Camarero, cada vez que me han contado lo bien que se entienden, cada vez que las han puesto de ejemplo de la buena política que antes tenía límites frente a la mala de ahora que no los tiene, cada vez que he escuchado a Bernabé agradecer la colaboración en este tema de Camarero y a Camarero alabar la buena disposición de Bernabé, he pensado lo mismo: aquí no hay ni buena fe, ni propósito de enmienda, ni luces largas ni “escucha hermano la canción de la alegría”. Aquí van a ir por un día de la mano el PSOE y el PP por miedo. Puro y simple miedo a la que les pueda caer.
Corremos todos la tentación de tropezar en la misma trampa. Los periodistas de aquí, esos a los que los amigos de Mazón en Madrid nos llaman paletos, los primeros. La trampa de dejarnos llevar por la gravedad del acto y no denunciar las incoherencias que siguen presidiéndolo. ¿Cómo es posible que Sánchez y Mazón no hayan programado, al menos hasta el momento en que esto se escribe, una reunión, después de un año sin que los máximos dirigentes del país y de la Comunitat Valenciana hayan mantenido ni un solo contacto para hablar de la DANA? ¿No tienen ni media hora? ¿Qué burla es esta? Ya sabemos que Abascal buscará el 29O cómo montar el numerito. A Abascal y los suyos no les importan las víctimas, sino las encuestas. También es de prever que Feijóo no sepa bien dónde ponerse, ni qué discurso adoptar. Pero de Sánchez y Mazón hay que exigir otra cosa. No podemos seguir contando los preparativos del funeral como si fuera a tener lugar en la más absoluta de las normalidades. Aquí normal no hay nada.
Una de las asociaciones de víctimas ha protestado por la presencia de Mazón en el funeral. No saben hasta qué punto, por mi propia y dolorosa experiencia, las entiendo y las respeto. Pero creo que en este caso no están acertadas, aunque tengan todo el derecho del mundo a expresarse así. Lo que todos los días deberíamos exigir es que el Estado (insisto de nuevo, el Gobierno central y el autonómico) haga su trabajo como es debido, porque en un año no lo ha hecho. Y quizá lo que las asociaciones deberían reclamar con la mayor rotundidad es que antes de que empezara el funeral Sánchez y Mazón, una sillita al lado de la otra, se sentaran frente a ellos para escuchar todo lo que tengan que decirles, ya que ni las Corts ni el Congreso han tenido todavía tiempo, doce meses después, de oírles. Transmitirles a los presidentes qué necesitan ellos, las víctimas, para enfocar unas vidas que nunca serán iguales. Y qué necesitamos los demás para salir de una vez de aquel día. Que Sánchez y Mazón se reúnan el 29O y que juntos y si eso no puede ser, al menos por separado, también se citen con los damnificados más allá del funeral, sería la única manera, aunque fuera tarde y mal, de empezar a corregir el abandono. De otra forma, el 29O, con mayor o menor dramatismo, incluso con algún incidente que ojalá no ocurra, pasará y todo seguirá igual. Porque no estaremos en la Ciudad de las Artes y las Ciencias homenajeando a quienes murieron sin auxilio. Estaremos entonando un réquiem por la política.
Pónganse en lo peor.
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