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Opinión

València

Trump como transición

Entre el dios de la nación china y el dios americano, no tenemos sino una agenda parcial y minoritaria, basada en aspectos identitarios

Donald Trump, en una imagen de los últimos días

Donald Trump, en una imagen de los últimos días / Europa Press

La inteligencia tiene hoy, como deber principal, comprender el significado de Trump. Solo de ahí puede emerger una orientación política. Pues si no se tiene clara la interpretación del curso evolutivo de los Estados Unidos, no se podrá focalizar un objetivo político fundamental. Mientras, algo es seguro. Será preciso echar el freno en la huida hacia posiciones políticas minoritarias. Quien busque ofrecer seguridades a una familia política no podrá enfrentarse a la lógica de Trump. Necesitamos grandes energías políticas capaces de hacer frente a lo que nos viene de allí.

La gran pregunta es hasta qué punto Trump podrá mantener su estatuto de hombre representativo de la sociedad americana. Esto lo cuenta el Financial Times. Cuando se le preguntó a Eric Trump si era verdad que las empresas de criptomonedas de la familia, vinculadas a los hijos de Witkoff, habían ganado mil millones de dólares en meses, respondió con desparpajo que “probablemente sea una cantidad mayor”. La portavoz Kush Desai tiene la desfachatez de decir que la única motivación de Trump es servir al país. ¿Puede ser tan ciega la ciudadanía americana para creerlo?

¿Por qué se consiente esta conducta, tan contraria al espíritu americano? Porque así se paga una operación política revolucionaria, que transformará el mapa de tal manera que se quiebre toda posibilidad de gobierno del partido demócrata, ahora socialista. Cualquier oposición que invoque criterios de justicia, de sentido social, de políticas de igualdad, será barrida. Así se alterará de manera profunda el sentido de lo que llamamos Estado. Será un consorcio de intereses capitalistas sin responsabilidad social, la máxima identificación de intereses económicos y políticos, bajo la dominación económica privada. China, pero a la inversa.

Las fuerzas sobre las que cabalga esta aventura son de diversos tipos y se nutren de bases mentales contradictorias. La primera, es militante y poderosa, una fuerza religiosa que anima una concepción del mundo fuertemente tradicional. Esta fuerza apoya a Trump porque invierte el rumbo de la sociedad secularizada norteamericana. Para ellos, Trump se enriquece como los otros presidentes, pero deja que brille el mundo en el que creen. Seguirán empobrecidos, pero no serán gobernados por políticos que atenten contra lo más sagrado para ellos.

La otra base opera con las redes sociales y la configuración de la subjetividad que promueven, en principio diferente de las formas religiosas, pues no incorporan idea de trascendencia alguna. Se trata del estilo psíquico agresivo y violento propio de las redes, construido sobre el daño anónimo, el sadismo irresponsable. Pero como vemos con la brigada ICE norteamericana, esta agresividad en las redes es la escuela de aprendizaje para la agresividad contra los cuerpos.

El sentido del triunfo de Trump es que une con pinzas estas dos bases. Que estas dos tendencias mentales estén unidas, no es una necesidad histórica. Es una asociación frágil, que pone fuerzas brutales en lucha contra el proceso histórico de secularización. Lo prueba el hecho de que, en nuestras sociedades europeas, esas fuerzas violentas construidas sobre el sadismo de las redes crecen sin base religiosa real. Se expanden porque entregan a subjetividades egocéntricas la licencia para su brutalidad expresiva y su autoafirmación inmediata. Lejos de cualquier afirmación religiosa, solo conocen su ego soberano. Como Trump.

Cómo evolucionen estas dos direcciones psíquicas, es una incógnita. Pero quizá lo hagan de forma convergente. Por eso es tan importante el asunto de la vinculación de Trump con Epstein, la clave de su incompatibilidad con el universo religioso que hasta ahora lo apoya. Trump es el hombre representativo de la agresividad estéril, que no resuelve ningún problema y que justo por eso tiene que mantener la escalada violenta verbal. Hoy Trump es un hombre representativo de la locura anímica de la agresividad y de la falta de consistencia psíquica, ajena a la mentalidad que la religión ofrece al votante de MAGA.

Colocado ante los límites de la propia finitud, ante ese aviso que lo hizo desaparecer durante seis días, Trump ha redoblado su agitación en todos los frentes. Sediento de lo único sólido a lo que puede aspirar el ser humano, el reconocimiento, ha presentado su lado amable ante veinticinco líderes, muchos de ellos no pueden dar cuentas claras respecto de su actuación en Gaza. Pero incapaz de darse a sí mismo ese reposo anímico de quien sabe estar a solas con su conciencia, rápidamente ha vuelto a la pulsión de ser reconocido a la fuerza, pisoteando a su paso lo que encuentra.

De esta manera, Trump es el líder representativo de la locura anímica del mundo, usada por su potencia destructiva. Ninguna religión, ni la más primaria, puede aceptar esta forma de subjetividad de forma permanente. Pues no da testimonio de nada, sino de su capricho. Durante un trecho ambos mundos se usarán recíprocamente. Pero cuando la débil pinza que los une se quiebre, nadie sabe lo que pasará, ni la manera en que el capitalismo americano evolucionará si MAGA llega a proponer un presidente representativo de su ideario, sin necesidad de un aventurero para desmontar el ideario liberal. Cómo evolucione esa religión americana, no lo sabemos.

Solo sabemos que no tenemos nada que oponerle. Nosotros somos una inercia, no una evolución. La evolución necesita energía; la inercia, no. Entre el dios de la nación china y el dios americano, no tenemos sino una agenda parcial y minoritaria, basada en aspectos identitarios que desactivan el interés de los no aludidos directamente. Necesitamos algo universal y al mismo tiempo capaz de tocar el sentimiento, el afecto, la sensibilidad. Como dice el viejo mito, contra un dios, solo otro dios.

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