Saltar al contenido principalSaltar al pie de página

Opinión | El día del señor

Aigües Vives, Casella y Murta

Una perspectiva de la sierra desde el castillo de Corbera.

Una perspectiva de la sierra desde el castillo de Corbera. / Perales Iborra

La sierra de Corbera tiene un encanto que se alimenta de su propia perplejidad. Solo doce quilómetros desde Sueca y el asombro que se disolvió en un instante vuelve a reunir sus fuerzas. Es una sierra que funciona un poco al revés, como un dique del arrozal pero, más en propiedad, como un contrafuerte rocoso que asombra por su carácter levantisco, tan cercano al oleaje.

Éramos una cuadrilla animosa que recorría los tres valles de la Ribera Alta: Aigües Vives, La Casella y la Murta. En el primero comimos queso mientras los escolares recibían un pasaporte de fantasía y un mapa de vías verdes. Mi memoria barruntaba acerca de los lugares atractivos para la literatura paisajística tal y como la practicaba Azorín acerca de La Murta.

Barrancos y quebradas de La Casella son estremecedores. El gobierno de la bici no es el de su jinete sino el complicado compromiso de ruedas, manillar, gravas, piedra suelta, frenos y mucha prudencia.

En el acto de ir de un lado a otro descubrimos deliciosos palacetes campestres, chalés burgueses para la familia que aún no se llamaban segundas viviendas.

El comercio de los cítricos no dejó de reunir elementos embellecedores, incluidas las favoritas que se beneficiaban de la prosperidad reinante. Cambios y modas que exigía el comercio naranjero, que pregonaba Theophile Gautier, que generaba el deseo de asombrar cada día más y mejor con sus lujosos ajuares. La época dibujó, ladrillo a ladrillo, los parajes de la naranja más ricos y atrayentes. Lo que fue de grandes centros como Alzira y Carcaixent, contagió la disculpable codicia constructiva de los vendedores de todo tipo y formato que jugaban con Picasso o Renau al futbolín en París.

De los tres prodigios naturalistas el más humanizado quizás sea La Murta: Ruinas, torres, conventos y cuevas penitenciales sumidas en una atmosfera húmeda y oscura de colgaduras de culantrillo en los arcos de piedra: la verdadera y aproximada cabellera de Venus.

No creo que todo ese esplendor haya caducado. En todo caso, nosotros nos quedamos en la vivienda rural Les Oronetes (después de un baño de safareig). Las arboledas de la zona son de una feracidad pasmosa, un trabajo en verde oscuro y brillante. Una selva de laurel. Un ensueño.

Tracking Pixel Contents