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Opinión | Algo personal

València

Nadie te quiere ya

Mazón se ha convertido en el hombre invisible, artista de la mentira, especialista a la hora de echarles la culpa del desastre a los demás

Los Brincos.

Los Brincos. / L-EMV

Desde hace un año ha ido bajando uno a uno los peldaños hacia el hundimiento final. Apenas le quedan unos cuantos fieles que lo abrigan para que no acabe muerto de frío a la intemperie. Cada día que pasa da un paso más hacia la invisibilidad. La vida pública vivida como un fantasma, como un habitante de la noche huyendo de la luz, como un vulgar raterillo emboscado en las sombras de la calle.

Pensaba que iba a llegar a lo más alto, a ganar como cantante melódico el Festival de Eurovisión, a tocar el cielo con el dedo extendido de E.T., a seguir los pasos de su padrino Zaplana por los caminos exitosos de la política, a hacer palidecer la época dorada de su partido con Francisco Camps y Rita Barberá a la cabeza. Un triunfador. Ése era su destino. Flojeaba en la oratoria porque las palabras se le amontonaban en la boca y le salían atropelladamente, como mezcladas con restos de una sopa incómoda de tragar, como si de nada le hubiera servido la experiencia playera de sus gorgoritos musicales. Pero el poder es como el quijotesco bálsamo de Fierabrás: todo lo cura, también su torpe capacidad de hacerse entender cuando se ponía delante de un micrófono. Tenía todo el mando y eso acallaría sus puntos flacos. A ver quién le tose al jefe. Nadie.

Pero un mal día lo tiene cualquiera y Carlos Mazón lo tuvo el 29 de octubre del año pasado. Peor que él lo tuvieron las 229 víctimas de la dana y lo siguen teniendo sus familias y quienes lo perdieron todo en ese día lleno de rabia y de tristeza. Ese mismo día desapareció del mapa de la responsabilidad política, anduvo escondido en un restaurante y luego ni se sabe. Y ahí sigue: en ese ni se sabe. Se ha convertido en el hombre invisible, en el artista de la mentira, en el especialista número uno a la hora de echarles la culpa del desastre a todos los demás. Nunca ha tenido una sola palabra de compasión para las víctimas y sus familias, nunca ha asumido la más mínima responsabilidad en lo que pasó ese día aciago, nunca ha dicho la verdad cuando se le ha preguntado dónde estaba el 29 de octubre mientras 229 vidas se iban corriente abajo entre una mezcla de gritos de miedo, arrastre de puentes y un estruendoso ruido de chatarra.

Los testimonios que han ido saliendo desde entonces son apabullantes en su contra. Siempre ha mentido. Los horarios descubiertos sobre sus andanzas desde las dos hasta las ocho y veintiocho de la tarde dejan bien a las claras sus falsedades. La jueza de Catarroja, Nuria Ruiz Tobarra, lo ha invitado a declarar, pero como imputado. Demasiados indicios en su contra para acudir al juzgado sólo como testigo. Pero él prefiere -cómo no- acogerse a su condición de aforado para mantenerse a lomos del machito. Mientras tanto sigue contando mentiras, expandiendo bulos como los peores influencers del fascismo, como ese OK Diario al que hace unos días le concedió la primera entrevista desde el fatídico día de la dana. Otra muestra más de cómo se siente de perdido en medio del caos que él y los suyos han organizado desde el primer momento para esconderlo todo. La fábrica de bulos es su patria, el lugar donde se siente seguro en medio de la inseguridad que lo rodea. Porque sabe que cada vez será más débil la intensidad de los aplausos. La vergonzosa entrevista que le hicieron en À Punt sólo la vieron cuatro gatos y eran seguramente de los suyos. Ni su jefe Feijóo tuvo la delicadeza de nombrarlo cuando su felicitación institucional del 9 d’Octubre. La soledad es que te traten como si no existieras. Y peor aún si quienes te tratan como si no existieras son los tuyos. Y él lo sabe.

Sí, sabe Carlos Mazón que nadie lo quiere. Y cuando escribo esto me acuerdo de una canción de Los Brincos de cuando yo era joven. Una canción de desamor una miaja machista, como la mayoría de las de entonces. Bueno, la verdad es que muchas de las de ahora también lo son, aunque a veces se oculte esa condición en una supuesta y progre poesía equidistante. No sé si el presidente de la Generalitat la conoce, hablo de la canción de Los Brincos. No le digo que la escuche porque tampoco se trata de Mediterráneo o Yesterday. Sólo le digo que se apunte el título: Nadie te quiere ya. Eso es lo que dejaba muy claro la encuesta que publicaba este diario la semana pasada. Apenas media docena de palmeros aplauden sus gracias. O menos de media docena.

Nadie te quiere ya, señor presidente. En todo caso, la canción está en YouTube. Lo digo porque igual le sale a cuenta recuperar la guitarra, buscar los acordes y recordar una parte importante de sus sueños juveniles: “No recuerdo lo que pasó con nuestro amor / Yo sólo sé que poco a poco terminó / Si la vida nos separó fue sin querer / ¿Qué vas a hacer? ¿Adónde irás así, mujer? / Nadie te quiere ya…”. No es una letra para salvar al mundo, claro que no. Pero no se nos vaya a poner exquisito a estas alturas pues usted tampoco es precisamente Bruce Springsteen. La verdad es que no necesita aprenderse la canción entera. Si se queda con el estribillo, le basta y le sobra. Sólo con el estribillo, ¿vale? Sólo con el estribillo. A ver, repita conmigo: “Nadie te…”. ¡Perfecto!

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