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Opinión

Champán para unos pocos

Champán para unos pocos.

Champán para unos pocos. / ED

El pasado mes de agosto, previo al inicio de una gira humanitaria por el corazón de África (Uganda, Ruanda y Tanzania), Levante-EMV, publicó mi artículo.

Dos meses después y ya de regreso, entiendo porque Joseph Conrad, en 1902, tituló su novela como “El corazón de la tinieblas”, una crítica dura sobre la amarga historia de un pueblo sometido a los excesos y privilegios de la colonización.

En Uganda, visitamos tres asentamientos de población refugiada (Kyaka II, Nakivale y Bidi Bidi), donde se amontonan miles de personas que llevan décadas en esa situación tras huir de conflictos “artificiales”, sobre todo en Sudán del Sur y la República Democrática del Congo. Y digo artificiales porque son conflictos nacidos, cuando no auspiciados o potenciados, por intereses económicos y/o estratégicos de países occidentales, algunos de ellos, antiguas metrópolis coloniales.

Con las donaciones recibidas, compramos gallinas ponedoras y conejos para su cría en colectividad, con los que, además de fortalecer el espíritu comunitario, podrán mejorar su alimentación con proteína animal y generar actividad económica con su crianza y venta de huevos.

Compartimos experiencias con asociaciones de personas discapacitadas por accidentes, proporcionando sillas de ruedas, chapas metálicas para el techo, placas solares, colchones básicos para que no duerman en el suelo, pues su situación, por imposible que pareciera, constituye todavía un peldaño más de sufrimiento comparado con el resto de la ya depauperada población.

Colaboramos con asociaciones cuya magnífica e increíble labor, además de la educativa y alfabetizadora, consiste proporcionar a las niñas y niños que asisten a la escuela, un desayuno diario denominado "porridge" (bebida espesa y nutritiva a base de cereales como el mijo o el sorgo, mezclado con leche, cuando la hay).

Hicimos reparaciones básicas (techos, suelo, puertas y ventanas) en alguna casa de familias en situación extrema (en realidad, decenas de miles de familias se encuentran en esa situación).

En los asentamientos y comunidades visitadas, hemos comprobado cómo miles de niñas y niños, siempre con una sonrisa preparada, una candidez que impresiona, una mirada que pregunta, una curiosidad infinita, nunca pronuncian aquello de "ME ABURRO", a pesar que no tienen juguetes, ni TV, ni móvil, ni luz eléctrica, ni zapatos, y menos, ropa de los domingos.

Y no se aburren, porque siempre están ocupados. Han de ir a por agua, a buscar leña para cocinar, cuidar de los hermanos, han de construir su propio balón si quieren jugar, recoger plástico si quieren comprar su lápiz y libreta, han de preparar comida, procurar el sustento familiar vendiendo huevos, maíz, cacahuetes,.....

Para quiénes tenemos de todo (comodidades y leyes regulatorias), es fácil decir que eso es explotación infantil, pero por desgracia, en las condiciones que malviven, lo primero es la supervivencia.

Ruanda se conoce también como el "País de las Mil Colinas", lema perfecto como marketing turístico, pero la realidad es dramática. De sus 14 millones, sólo 1,1 millón viven en Kigali, la capital.

El resto, habitan en un ámbito rural montañoso, en condiciones indignas, miseria generalizada, viviendas a las que no se les puede llamar vivienda, senderos empinados, poca tierra cultivable, lejos de todo (del agua, de la escuela, del centro de salud), terrenos deforestados, …..Vivir así, también es una guerra. Guerra por sobrevivir.

Hemos pasado por lugares donde queda de manifiesta la estupidez y degradación del ser humano: las fronteras artificiales. Las ciudades de Goma y Gisenyi, son dos ciudades físicamente unidas, con la particularidad que Goma pertenece a la R.D. del Congo y Gisenyi a Ruanda.

Del lado ruandés, zonas residenciales, grandes casonas, limpieza absoluta. Del otro lado, a escasos metros, en una frontera sin muro, sin valla, sólo con alguna garita de vigilancia, otro mundo, lleno de chabolas, de suciedad, basura por doquier.

Quienes crean que somos la especie más inteligente del Universo, deberían darse una vuelta por sitios como éste.

Extraordinario viaje, no exento de problemas y duras realidades, pero lleno de emociones, solidaridad, calor humano, energía vital y aprendizaje para dar importancia a aquello que realmente la tiene. Nuestro posible “sufrimiento”, a causa de unas condiciones duras, no es nada comparado con quienes las han de padecer toda su vida, mitigado, en nuestro caso, porque estamos haciendo lo que queremos hacer, al contrario que mucha gente que por seguir las reglas de una vida prefabricada, no se dan cuenta o no quieren dejar de llevar una vida que no quieren.

Entiendo que la mayoría de personas prefieran la comodidad de una vida de bienestar y futuro previsible, pero, se debe entender también que algunos creamos que el máximo sabor de la vida está en arriesgarse a que te sucedan cosas.

Y si además, llevamos por todo equipaje, durante meses, una pequeña mochila de 8 kilos, aunque parezca una nimiedad o una ridiculez, el hecho de saber que todo lo que necesitas cabe en ese pequeño espacio, proporciona una especie de, no sabría muy bien cuál es la palabra adecuada, felicidad, tranquilidad, armonía, paz interior, inalcanzable todo ello en esta sociedad insaciable por querer acaparar más, y más, y más.

Huyendo de los tópicos, no diré que este viaje me vaya a cambiar la vida, pero sí he aprendido muchísimas cosas que un documento o un título colgado en la pared nunca van a poder certificar, como libertad, independencia, resiliencia, diversidad, saber qué importa de verdad, acompañado todo ello de una pérdida considerable de apego a bienes materiales.

El verdadero viaje, que nada tiene que ver con el turismo comercial, depredador, masivo y estresante que se nos vende, es aquel que, además del aprendizaje con personas y situaciones vividas, consigue que la última parada sea en tu interior, parada a partir de la cual, podamos iniciar nuevas alternativas o diseñar nuevos mundos posibles.

Regreso físicamente más flaco, un poco cansado y algo compungido por lo vivido, pero moralmente más gordo, y con bastante energía para seguir empujando en la dirección correcta y con la seguridad que, incluso en las situaciones más oscuras, la luz puede venir de personas o lugares inesperados.

Sabiendo las condiciones en que quedan, sólo siento dejar atrás a muchas personas con quienes hemos convivido y compartido estos meses.

En estas acciones, nos hemos sentido acompañados por muchas personas. Unos, con sus donaciones, hicieron posibles las ayudas humanitarias. Otros, con su seguimiento, dándonos ánimo o pidiendo más aclaraciones sobre lo que íbamos viendo o realizando.

Deberíamos estar satisfechos, pero ante tanta injusticia, ante tanta pobreza, ante tanta desigualdad, ante tanta indiferencia, la sensación que nos queda es que apenas hemos hecho nada. Aun así, les aseguro valdría la pena hacer este viaje aunque sólo fuera por arrancar una sonrisa a niñas y niños que nada tienen, seguramente ni un futuro digno.

Gracias a quienes, con paciencia o sin paciencia, con o sin mucho interés, se interesaron por este bonito y difícil proyecto. No será el último, y por tanto, espero nos veamos en el siguiente.

Un buen final del viaje y del artículo, será recordar las palabras de Thomas Sankara, presidente de Burkina Faso, asesinado en 1987 por oponerse a las políticas diseñadas en Occidente para África: “Es preciso escoger entre champán para unos pocos o agua potable para todos”. Toda una declaración de intenciones que le costó la vida. El champán lo siguen disfrutando unos pocos, mientras la gran mayoría sigue esperando el agua potable.

Es preciso, es urgente, es necesario escoger.

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