Opinión | El garbell
Por l’Albufera de la infancia

Flamencos en l'Albufera / Germán Caballero
Cuando mi padre compró su primer coche, la familia – aún incompleta- acudíamos todos los domingos a la playa del Pouet, en Sueca. Empleábamos buena parte de la mañana en aquel viaje hacia el mar. Ni era un bólido aquel Citröen Diane 6 de color amarillo, que ahora sería objeto de coleccionista, ni el progenitor parecía tener prisa tampoco por llegar. La excursión, atravesando el sistema arterial de l’Albufera, era su momento anhelado de la semana. Siempre ha sido un hombre de campo, de pies descalzos enfangados cuando se regaba a boquera. Con las ventanillas bajadas, iba señalando las distintas aves; allí una garza real, allá una gaviota… Aún hoy en día, no consigo entender cómo se orientaba sin GPS por aquella marjal infinita de caminos estrechos entre mil y una acequias. Aquel olor que desprendía el arrozal permanece instalado en mi memoria. Todavía lo impregna todo, aunque el aumento de las temperaturas en todo el planeta haya alterado los ciclos de la cosecha.
Han pasado algunas décadas, pero l’Albufera resiste enclavada en plena área metropolitana de València. Sorteando la expansión urbanística por sus cuatro costados. Sobrevivió al colapso ambiental de la década de los años setenta, donde todo acababa en el lago, y a los intereses desmedidos de un tiempo en el que palabras como resiliencia o sostenibilidad no formaban parte del acervo diario. El humedal valenciano, más allá de candilazos y clichés, es un aliado en este contexto de emergencia climática. Un escudo frente a fenómenos extremos. Lo demostró hace casi un año, cuando amortiguó la histórica riada al actuar como una esponja. El zarpazo al parque natural fue brutal, con múltiples heridas que restañar. En ese trabajo de sutura han de actuar a una todas las administraciones, Estado, Generalitat y Ayuntamiento, porque l’Albufera lo necesita, y lo merece. Por su condición de paraje siempre en riesgo y por su compleja realidad como motor socioeconómico de la zona.
Es prioritario regenerar este enclave protegido desde 1986 y que, ahora, busca también la designación por parte de la Unesco como Reserva de la Biosfera. La candidatura, cuyos plazos, como tantas otras cosas, se vieron trastocados por la dana, avanza de nuevo hacia la recta final. Busca el consenso entre las discrepancias que siempre genera l’Albufera. Y más, en el actual escenario de polarización total. La causa lo vale. No privemos a las siguientes generaciones de este paisaje tan único, tan frágil, tan nuestro, por el que regresábamos del mar, con la piel tostada por el sol y el gusto a salitre en la boca, todos los domingos de aquellos maravillosos veranos de la infancia. Volvíamos agotados, pero muy felices.
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