Opinión
Están ahí

Recolectores de fruta en Bèlgida. / La Unió de Llauradors
Están ahí, en todas partes. Solo hay que fijarse. Los veo a diario en el camino al trabajo, al cruzar la nueva pasarela que une Paiporta y Picanya y que corre paralela a las vías del metro. Están afanados en un trabajo que aún no ha terminado. Rematan las obras de Metrovalencia que han devuelto la conexión ferroviaria con los pueblos de la zona cero tras la Dana. Allí están y han estado, pico y pala, a pleno sol. Los encuentro en otros lugares: en mi barrio, entrando sacos, poniendo suelos, pintando, instalando cables o trasladando enseres… reponiendo lo que el agua se llevó.
Y los veo al mediodía, en camiones de reparto, llevando paquetes o comida preparada. Los recuerdo en los peores momentos de la barrancada, quitando barro, inmersos como el resto en el desastre de las calles y las casas. Personas afectadas o voluntarias, integrantes de una solidaridad que lamentablemente suele ser de una sola dirección. Y las veo a ellas, las he tenido cerca, en el día a día, en casas propias o ajenas, de la familia y del vecindario a cargo de la limpieza y el cuidado de menores y personas mayores. Solo hay que prestar atención y mirar quién empuja los carros, quién pasea del brazo de la abuelita, quienes pasan la noche en hospitales al cuidado de enfermos desconocidos. Son parte del sostén de un sistema de cuidados que sin su contribución sería fallido.
Hay quienes tienen la documentación en regla; y quienes no. Quien está a la espera, con permisos temporales o trámites de arraigo. Resulta extraño que tanta gente ignore su presencia o los criminalice a pesar de beneficiarse de su trabajo, que los anonimice y que participe de discursos y propuestas cargadas de prejuicios y generalizaciones. No los ven, aunque durante el verano limpien sus piscinas y apartamentos de playa. Los condenan sin más y dan por válido un supuesto orden natural de las cosas, el del sistema capitalista que, según donde se nazca, adjudica vidas y trabajos.
Y siguen ahí, mientras algunos políticos desde sus tribunas hablan de blindar las fronteras, de restringir la inmigración. No hay más frontera que la mental, la que se levanta dentro, la que no deja ver que si no estuvieran, la reconstrucción tras la Dana habría sido imposible, que la economía se vendría abajo y las personas y las casas se quedarían sin cuidados. También en los hogares de quienes piden absurdas estadísticas y sangre derramada. Están ahí, por suerte,y a pesar de algunos.
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