Opinión
Mitos de prisión

Centro Penitenciario Antoni Asunción de Picassent, de donde se fugo el preso. | LEVANTE-EMV / I.cabanes/t.domínguez. valència
La cárcel es, para la mayoría de la sociedad, territorio desconocido. Su imagen está construida más por el cine, los medios y el rumor popular que por un conocimiento directo o un análisis crítico. Se tiende a hablar de las cárceles con juicios categóricos: lugares de castigo extremo o, por el contrario, cómodos refugios para delincuentes. Ninguna de esas visiones refleja la realidad.
Pretendo desmontar aquí algunos de los mitos más persistentes sobre la vida en prisión. No se trata de justificar ni de dramatizar, sino de describir con rigor lo que ocurre tras los muros: una institución compleja, cargada de contradicciones, donde conviven la disciplina, la frustración, la esperanza y, en muchos casos, una posibilidad real de cambio.
"En prisión se entra por una puerta y se sale por otra"
Falso. España, según todas las estadísticas, es uno de los países europeos con menor tasa de criminalidad y sin embargo con uno de los ordenamientos más rigurosos. La política criminal española aboga por el cumplimiento íntegro de las penas. Y respecto a la modalidad de cumplimiento, los permisos y los terceros grados se suelen conceder mucho después de cumplido el plazo que la ley permite.
"Todos los presos son delincuentes peligrosos y reincidentes"
Falso. Las cárceles acogen perfiles muy distintos: desde personas sin antecedentes que cometen un delito hasta delincuentes profesionales. La proporción de presos por delitos graves es mucho menor que la de quienes cumplen condena por delitos patrimoniales o a causa de las drogas. En la cárcel se dispara el porcentaje de personas con problemas de salud mental y analfabetismo. Si nuestro ordenamiento ofreciera otras alternativas reales a la pena de prisión, podría reducirse de forma drástica la población reclusa.
”En la cárcel viven como reyes. Es como un hotel pagado por el estado"
Falso. La vida penitenciaria está sometida a un régimen de control constante, con horarios estrictos, registros, limitaciones de movimiento y pérdida casi total de intimidad. Los llamados “privilegios” (como televisión, actividades o permisos) son derechos mínimos, recompensas o elementos del tratamiento. La realidad es que el régimen de vida en prisión es austero, lleno de carencias y profundamente restrictivo.
"Las mujeres en prisión lo tienen más fácil"
Falso. Son minoría (alrededor del 7% de la población reclusa), lo que implica que haya menos recursos para ellas: menos módulos, menos talleres laborales, menos programas de reinserción específicos y más dificultades para mantener el contacto familiar, sobre todo si son madres. En muchos casos, las prisiones están diseñadas para hombres y poco adaptadas a las mujeres.
"En la cárcel hay más droga que en la calle"
Falso. Pese a los controles, las drogas sí circulan en los centros penitenciarios. Se introducen por múltiples vías ( principalmente visitas, y en algún caso por funcionarios) y constituyen un problema de salud y seguridad relevante. Pero ni la cantidad ni la facilidad de acceso es como en la calle, lo que conlleva que su precio se triplique.
"Los presos no se reinsertan nunca"
Falso. Si bien la cárcel no es en absoluto un espacio adecuado para la reinserción, ya que prioriza la seguridad del encierro y el asiento punitivo de la pena, la existencia de tratamiento, que en muchos casos es llevado a cabo con la ayuda de ongs
externas, permite que alrededor de 8 de cada 10 internos no vuelvan a prisión. Por lo que sería fundamental invertir en medios de tratamiento, especialmente externos, que posibiliten que personas condenadas no reincidan.
La prisión no es como la muestran muchas películas, pero dista mucho de ser el espacio de rehabilitación que proclaman las leyes. Es un sistema que refleja, como un espejo deformante, las carencias y los prejuicios de la sociedad que lo sostiene.
Romper los mitos sobre la vida en prisión es un ejercicio de responsabilidad cívica: solo desde una comprensión realista de lo que ocurre dentro, pueden diseñarse políticas penitenciarias eficaces y justas. Entender la cárcel tal como es, con sus luces y sus sombras, es el primer paso para decidir qué papel queremos que tenga en una sociedad que aspire, de verdad, a la reinserción.
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