Opinión
¿Trump en Paterna?

Concentración ante el consultorio de la Coma hace más de un año por la falta de pediatra. / Daniel Tortajada
El pasado 6 de octubre una enfermera del centro de salud del barrio de la Coma, en Paterna, fue agredida en la calle, cuando se dirigía a una visita domiciliaria. En mayo de 2023, según informa Pilar Olaya en este mismo diario, “tras una agresión verbal a un facultativo, todo el personal del centro de salud cogió la baja dos semanas en señal de protesta por la ansiedad vivida en un periodo de tiempo donde hubo amenazas y malos tratos por parte de los pacientes a los profesionales, provocando que se cerrara el centro.”
A día de hoy, los 11.247 habitantes del barrio no disponen de un pediatra.
Recuerdo que, a poco que se aflojaron las restricciones de la pandemia de la Covid, yo me levantaba temprano para pasear por la zona. Salía desde Burjassot, atravesaba Casas Verdes, Campo Olivar, llegaba hasta la Cruz de Gracia y después volvía. Algo que me sorprendió entonces al pasar por delante del barrio de la Coma fue ver que ningún contenedor de basura tenía las tapas puestas. No me sorprendía tanto que carecieran de ellas en ese momento, cuanto que nadie nunca las repusiera. Otros días, en la superficie de los contenedores eran evidentes los daños del fuego, y meses después seguían estando igual. Me preguntaba cuánto tardaría el Ayuntamiento de Godella en reponer un contenedor quemado entre las arboladas calles de Campo Olivar, o el propio consistorio de Paterna en reemplazar uno dañado en La Cañada. ¿Días? ¿Un par de semanas, quizás?
Ayer, de nuevo, vi ruinas de contenedores con basura escampada por áreas cada vez más extensas del suelo.
Yo ya sé que si a un contenedor le faltan las tapas es porque alguien se las ha robado, que si un contenedor se quema es porque alguien lo ha incendiado, que si la basura está en el suelo es porque alguien la ha tirado, y que si el personal sanitario coge una baja por ansiedad es porque alguien se ha propasado. Yo ya sé que hay individuos detrás de estas acciones, cuya falta de civismo deja mucho que desear. Pero ¿cómo calificar a gobiernos que se escudan en comportamientos individuales para descuidar los servicios públicos de poblaciones enteras? Forma parte de la naturaleza humana comportarse de forma asilvestrada, sobre todo en determinadas circunstancias; pero no debería formar parte de la naturaleza de los poderes públicos portarse de forma cruel con determinados colectivos, ni escudarse en actos singulares para negar los servicios a toda una comunidad. Si alguien actúa de forma incívica, es normal que los poderes públicos lo persigan; pero cuando un gobierno local responde de forma indiscriminada a las conductas indeseables de algunos individuos, entonces institucionaliza el populismo racista que aflora, por ejemplo, en la sección de comentarios de este mismo diario (“Luego se quejan de que nadie los quiere. Por algo será”, o “Si no quieren integrarse y vivir como es debido y según las normas, que se vayan a la selva más lejana”), pero que debería quedar al margen de las orientaciones políticas. ¿O es que ya nos gobierna Trump?
Si en un barrio queman un contenedor todos los meses, el ayuntamiento tiene varias opciones; ninguna pasa por no reponerlo. La primera consiste en sustituirlo cada mes. La segunda, en sustituirlo y colocar cámaras de seguridad. Y la tercera (y más adecuada) consiste en reponerlo y hablar con asociaciones y colectivos del barrio para explorar cómo proteger los recursos públicos con ayuda de la presión social del propio tejido comunitario. Y lo mismo sucede con el personal sanitario: si un pediatra se da de baja en un centro de salud, la Conselleria de Sanidad tiene varias opciones a la mano: mejorar las condiciones de trabajo, incrementar la seguridad o, mejor aún, hacer todas estas cosas y, después, hacer equipo con colectivos y líderes comunitarios para establecer formas de mediación de conflictos que pacifiquen las relaciones con la institución, para no tener que recurrir siempre a la policía (que no sirve para resolver ciertas cosas, y cuando no sirve, las empeora). Lo que no vale es dejar durante meses a 11.247 habitantes sin pediatra.
¿Qué excusa dará el político de turno para no hacer nada de esto? “¡Es que no hay recursos; es que el sistema es muy rígido; es que estoy atado de pies y manos!” Pero, ¿qué estará verdaderamente pensando? “En realidad, mi reelección no depende del barrio de La Coma; no voy a destinarles a ellos los pocos recursos que tengo. Y lo que no voy a hacer, bajo ningún concepto, es subir los impuestos al resto, ¡ni siquiera a los más ricos!, a ver si se enfadan conmigo y después no me votan. No, no. Mejor azuzo los prejuicios de la gente, en vez de poner de mi parte para que los niños no tengan que jugar entre basura, o para que les pueda ver un pediatra sin que tengan que desplazarse a otra localidad.”
Y así vamos destrozando la democracia y la convivencia, hasta que nadie pueda salvarnos.
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