Opinión
España también tiene su Gaza

Concentración por el Sáhara en Alicante. / Efe
En los mapas políticos hay líneas que separan territorios y, muchas veces, silencian responsabilidades. En esos márgenes vivía Mohamed. Tenía 27 años cuando un colono lo apuñaló y le arrojó ácido al rostro. Cayó al suelo y permaneció allí más de una hora hasta que llegó una ambulancia. Su familia denunció el crimen, pero nadie investigó. Fue enterrado sin autopsia y sus familiares no pudieron asistir al funeral.
Podríamos detenernos ahí, horrorizados, pensando que lo de Mohamed fue una aberración, una excepción trágica. Pero no: su asesinato no fue un accidente. Es la consecuencia de un sistema que, con el tiempo, ha normalizado la violencia y la impunidad. Décadas de ocupación, despojo y exclusión terminan siempre igual: con cuerpos abandonados, con instituciones que fallan y con silencios que protegen a los responsables.
¿De qué nos sorprendemos? Durante años, un pueblo entero aprendió a convivir con muros, controles, represión y apartheid. Naciones Unidas perfeccionó el arte de la condena sin consecuencias, cuando no el de la inacción. Emitió resoluciones e informes que se amontonan como papel mojado, misiones de paz que nunca cumplieron su mandato. Europa, mientras tanto, miró hacia otro lado mientras hacía su fortuna.
A estas alturas, es natural que hayan pensado en Palestina, pues las imágenes se parecen y los ecos son los mismos. Pero esta historia no ocurre a miles de kilómetros, sino en la otra orilla del Atlántico, donde el Estado español aún conserva su último silencio colonial. Para Trump, lo de Palestina está ya resuelto, así que carpetazo, check y next. ¿No les parece increíble la rapidez con que se diluye nuestra indignación?
Ahora Trump maniobra en la ONU para enterrar el derecho del Sáhara Occidental. Medio siglo después de su ocupación, el Consejo de Seguridad podría bendecir el plan de Rabat bajo el respaldo silencioso de Europa. Así que no retiren todavía las banderas de Jordania, Líbano, Emiratos Árabes Unidos o Extremadura que colgaron en sus bios de Twitter por error. Pronto habrá otra causa que reivindicar y su bandera puede ser igualmente útil, pese a la ligera confusión.
Escuchar al presidente Sánchez invocar con gesto grave “la razón, el derecho internacional y la dignidad humana” frente a la tribuna de la ONU es, cuanto menos, motivo de asombro. Bonitas palabras, si no fuera porque el mismo presidente que se ha envuelto durante meses en la bandera palestina sigue financiando la ocupación del Sáhara y bendiciendo los planes de Marruecos. Maquiavelo se sentiría orgulloso de tan buen discípulo.
Debe ser que la moral de algunos aparece con los focos y se diluye con el silencio. Curiosa moral, esa que negocia con la conveniencia. Entre las líneas de los mapas y los silencios cómplices, el cuerpo de Mohamed nos sigue recordando que la historia también se escribe en aquello que elegimos no ver. España también tiene su Gaza. Se llama Sáhara Occidental. Y si no la nombramos, enterraremos también nuestra conciencia.
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