Opinión
No todo lo que se agota brilla
La cultura del ‘sold out’ se ha instalado como un nuevo termómetro del éxito, una especie de validación social que se mide en rapidez de clics

Aitana actuará dos noches en València tras agotar en pocas horas la entradas para su primer concierto en el Roig Arena / Levante-EMV
Hay algo nuevo —y un poco frenético— en el aire cultural de València. Las entradas para conciertos, festivales y espectáculos se agotan en cuestión de minutos, los promotores anuncian segundas fechas apenas horas después de abrir la venta, y las redes se llenan de mensajes de frustración: «¡No he llegado!», «¡Ya está todo vendido!», «¡Me muero!». Lo que era un síntoma de éxito cultural empieza a parecer, también, un reflejo de una sociedad en estado de hiperconsumo emocional.
Es innegable que València vive un momento de esplendor musical. El Roig Arena, con capacidad para más de 18.000 personas, ha disparado la oferta y la buena respuesta promete consolidar a la ciudad como parada obligatoria en las grandes giras . La cultura del ‘sold out’ se ha instalado como un nuevo termómetro del éxito, una especie de validación social que se mide en rapidez de clics. Nos quejamos de cobrar poco y no llegar a fin de mes , pero a más de uno, lo que realmente le quita el sueño es quedarse fuera del concierto de turno.
Esta fiebre por conseguir entradas no es solo entusiasmo: es también síntoma de una nueva ansiedad colectiva. Las redes sociales han convertido cada concierto en una experiencia que hay que vivir y mostrar. No basta con escuchar al artista; hay que demostrar que se estuvo allí. El miedo a perderse algo ha colonizado la cultura.
El problema aparece cuando la emoción se transforma en frustración. En la venta de entradas para los conciertos de La Fumiga, La Oreja de Van Gogh o Aitana, por citar algunos, lo he sentido casi como mío al ver como algunos compañeros se quedaban fuera en una carrera contrarreloj donde ganaba quien tenía la mejor conexión o era más avispado al apostar por una grada u otra.
Claro que el fenómeno tiene su cara amable. Que València se haya convertido en epicentro musical es motivo de orgullo. Los artistas quieren venir, los recintos se llenan, los bares y hoteles lo agradecen y, en el fondo, todos ganamos, pero conviene no perder de vista el equilibrio.
Frente a esta locura colectiva, la respuesta no debería ser únicamente programar nuevas fechas en el Roig Arena sino diversificar la oferta y no olvidarse de los espacios que nos han llevado a ser lo que somos. València debe consolidarse como capital musical desde la sostenibilidad cultural y no desde la histeria de la venta exprés. La cultura no se mide en ‘sold outs’, sino en emociones compartidas. Que no todo lo que se agota, brilla.
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