Opinión
La batalla real
La vigencia de la Constitución es la batalla real. El PSOE es el único partido que todavía la defiende. Con el líder adecuado -Sánchez ya no puede serlo en el futuro- podría seguirle todavía una mayoría razonable

Pedro Sánchez, en la reunión esta semana del Consejo Europeo. / Ana López García - Europa Press
¿He visto un Twitter de Ayuso celebrando a Tejero como adelantado en la lucha contra el sanchismo? ¿O lo he soñado? La paranoia de esta gente no tiene límite. Tejero, en 1981, no combatía al gobierno de Suárez, sino al sanchismo, que tardaría cuarenta años en aparecer. Pero celebrar la muerte de Tejero porque supo oponerse al sanchismo nos permite entender su lucha. La que impulsó Tejero fue un golpe de Estado contra la Constitución. Dicen sanchismo, pero luchan contra la Constitución, a la que desean anular, contando con la impagable ayuda de Puigdemont. La índole de la batalla es esa. Sánchez no puede ganarla mientras dependa de Puigdemont.
La derecha ha dado por anulada esta Constitución y, cuando recuerda que Tejero no fue amnistiado -como Puigdemont-, ve un agravio a uno de los suyos, por lo que exige reparación y justicia. Por extraña deducción, Sánchez debe pagarlo. Es la china en el zapato de todos. Con él la guerra no puede tener cuartel. Da igual cualquier otro elemento de la realidad. Da igual el comportamiento de Mazón, la conducta del compañero de Díaz Ayuso, los incendios que acaban con media Castilla y León, o los cribados de cáncer andaluces y sus infames falsificaciones.
La destrucción política de la Constitución del 78 es la ocasión para una revolución en la estructura e idea de Estado tal y como lo conocemos
Guerra a muerte a Sánchez porque es el obstáculo a la anulación de la Constitución, porque está todavía dispuesto a conceder valor político a los votantes independentistas vascos, catalanes, gallegos, valencianos. Tejero fue un luchador antisanchista y anticonstitucional a la vez. Sánchez todavía es un iluso que cree en la Constitución del 78 y se alía a Puigdemont. Pero no nos engañemos, eliminar el valor de la Constitución es una coartada. Se trata de eliminar el obstáculo a políticas de privatizaciones masivas de servicios públicos de toda índole. La destrucción política de la Constitución del 78 es la ocasión para una revolución en la estructura e idea de Estado tal y como lo conocemos.
Alguien podría decir: la culpa es de los que dieron por muerto el Régimen del 78. Otros le tomaron la palabra. ¿Cómo van a defender ahora la Constitución? La única respuesta es que la corrupción de la época en que algunos decían aquello, y que afectaba al propio Jefe del Estado de entonces, era el fenómeno que le había dado la puntilla a ese régimen, mostrando que era una coartada para los negocios de una clase política sin alma. Pero la gente en general gritaba por otra representación, no por otra Constitución. Los aventureros que usaron una cosa para decir la otra, pronto fueron abandonados. Ahora la derecha, para mantener aquella misma representación sin alma, alterará de facto la Constitución.
En estas condiciones, solo cabe esperar que la ciudadanía sea razonable. El fundamento de esta esperanza es el que es. Para asentarla no basta con ver que la administración popular en las comunidades está asentada en la ineptitud técnica y en la insensibilidad moral, como se vio en las cercanas catástrofes. Por encima de ello está el hecho de que nada puede parecer razonable mientras Sánchez dependa de Puigdemont, un personaje arbitrario cuya lógica es la de un gusano de seda. Por tanto, por muchos que sean los éxitos económicos de Sánchez, por muchos que sean los fracasos de los gobiernos populares, lo que domina aquí es la razón política. Y nadie que dependa de Puigdemont podrá inspirar racionalidad política. Puigdemont hace más votantes de Vox que todos los demás actores juntos.
Aguantar el gobierno porque con un año más Vox estará por delante del PP es jugar con fuego. Primero, porque lo único que puede surgir de esa situación es que Díaz Ayuso se alce a la presidencia de gobierno con el consenso de los dos partidos. Los que sueñan con una gran coalición no se han enterado de la índole de la batalla que se juega, y un PP por debajo de Vox no irá a un gobierno con el PSOE jamás, por mucho que lo presida Cuerpo o Margarita Robles. Eso significaría su muerte como partido político, como lo está significando para Junts aliarse con Sánchez.
Así las cosas, todo se estrecha. El gobierno de Sánchez puede aguantar, pero la guerra es a muerte y no lo dejarán actuar. Con los mimbres escuálidos de la causa de su esposa y con una corrupción que, por lo que sabemos, es infinitesimal respecto de la Gürtel, han organizado una causa general inhabilitante. Los miembros del CGPJ lo han visto y ya han dado el vuelco a la escuálida mayoría progresista. Con el fiscal general desactivado, solo le queda a Sánchez el TC de Pumpido. Podemos puede comenzar a aplaudir con las orejas en su última irresponsabilidad. El obstáculo a su crecimiento también será retirado.
Sánchez debería tener reflejos. La resistencia a la militarización de Trump es la adecuada, como su posición en el asunto de Gaza y de Ucrania. Pero cada vez que muestra que depende de Puigdemont, es letal. Debería ser activo en esta relación tóxica y anticiparse a su anuncio y romper con él por razones políticas. Puigdemont se unirá a Vox en una moción de censura, porque teme elecciones anticipadas tanto como Sánchez. Podemos no se atreverá a poner sus votos en esa causa.
El PSOE no necesita mero tiempo; necesita tiempo limpio. Es lo único que puede hacer creíble que lucha todavía por la vigencia de la Constitución, que es la batalla real. Pues en verdad el PSOE -y en el fondo IU- es el único partido que todavía la defiende. Con el líder adecuado -Sánchez ya no puede serlo en el futuro- podría seguirle todavía una mayoría razonable de este país.
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