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Opinión | TRES EN LÍNEA

El silencio de los corderos

Vox engorda con el enfrentamiento. Pero Mazón, en su lucha por la supervivencia, no sólo avala todo lo que la ultraderecha impone, sino que tiene su propia estrategia divisiva: es el primer presidente que no intenta vertebrar la Comunitat, sino que fomenta subrepticiamente la batalla entre Alicante y Valencia

Carlos Mazón, en el Palau de la Generalitat.

Carlos Mazón, en el Palau de la Generalitat. / Rober Solsona - Europa Press

Desde que el lunes se anunció la decisión del Consell,  impuesta por Vox y asumida por un Carlos Mazón que cada vez parece más dispuesto a que la ultraderecha gobierne la Generalitat Valenciana siempre que él pueda seguir como su delegado en el Palau, nada que ver con el Mazón que antes de la dana manejaba a los de Abascal a su antojo, haciéndoles concesiones pero manteniéndolos a raya; desde que se supo, digo, que el Gobierno autonómico va a introducir en las estadísticas que elabora marcas (he escrito marcas, y he escrito bien) para distinguir los migrantes de los nativos e incluso los hombres de las mujeres, en este último caso se deduce que con el fin de comprobar si ellas faltan más al trabajo que ellos, no he podido quitarme de la cabeza una viñeta publicada por El Roto en El País días antes. En ella se ve la figura imponente de un lobo, un animal hermoso pero atávicamente intranquilizador. La leyenda que acompaña el dibujo dice: “Los lobos no somos los peligrosos, los peligrosos son los borregos”.

El método estadístico que pretende aplicar la Generalitat con el supuesto objetivo de saber cuánto aportan al Estado de Bienestar los migrantes (y cabe pensar que también las mujeres, al menos en cuestiones de absentismo) y cuánto uso hacen de él, incluso si son más o menos solidarios en función de las donaciones de sangre que hagan, es completamente innecesario. España tiene registros más que suficientes sobre estas materias, como sabe cualquiera que estudie esos temas; como conoce la Unión Europea, que se nutre de esos conteos para alimentar los suyos propios; y como demostró en menos de 24 horas el sindicato CCOO, enseñando los números que todo el mundo puede consultar en la web del INE.

Las estadísticas (cuya etimología viene de Estado, algo que a un liberal como Mazón debería poner en alerta) son tan útiles como peligrosas. Depende de cuál sea la intención con que se usen. Pero la historia ha demostrado sobradamente que los censos que no tratan de sumar población, sino de segregarla en función de su condición, siempre son armas de destrucción masiva. El primer funcionario que anotó en una misma página, junto a los derechos y deberes que tenía un sujeto, su procedencia, su género, su etnia o su religión, empedró el camino del infierno. Vox no ha impuesto que la Generalitat Valenciana introduzca ese peligroso giro porque los datos que supuestamente se quieren obtener no estén ya recogidos en distintos informes de otros organismos. Lo ha hecho porque quiere tener a mano un instrumento al que imprimir el sesgo que a la ultraderecha le interesa. Sólo con conseguir que se haya aprobado ya logran asentar el relato de que hay un descontrol que no se está persiguiendo, da igual si es cierto o falso. La broma tópica sobre la estadística es la que dice que, si a mi no me gusta el pollo y mi vecino se come uno, cada uno nos hemos zampado medio pollo. Lo que quiere Vox es ir un paso más allá y utilizar los datos para que creamos que nos están robando el pollo, aunque seamos nosotros, que no lo queremos, quienes nos beneficiemos vendiéndolo.

La Comunitat Valenciana sufre, en su esencia misma, un retroceso como jamás había experimentado con ninguno de sus presidentes, ni con Joan Lerma, ni con Eduardo Zaplana, ni con el fugaz José Luis Olivas, ni con Francisco Camps, ni con Alberto Fabra, ni con Ximo Puig. Y no es por causa de los inmigrantes. Vox engorda con el enfrentamiento. Pero Mazón, en su lucha por la supervivencia, no sólo avala todo lo que la ultraderecha impone, sino que tiene en ese sentido su propia estrategia divisiva: es el primer presidente de todos que no intenta vertebrar la Comunitat, sino que fomenta subrepticiamente la batalla entre Alicante y Valencia. El primero que no busca pacificar el conflicto siempre latente en una autonomía con dos lenguas, de las cuales una parte importante de ella no considera suya la otra, sino que aprovecha esa situación, con la ayuda de los talibanes que militan en ambos bandos, para atizar el enfrentamiento entre valencianoparlantes y castellanoparlantes. El primero que no busca aliar a los empresarios para que tengan una sola voz en Madrid, sino que trata de confrontarlos para que no tengan una única voz en València. El primero que no se ha limitado a intentar  controlar políticamente los órganos estatutarios de la Generalitat: la Academia Valenciana de la Lengua, el Consejo Valenciano de Cultura, la Sindicatura de Agravios… Eso lo han hecho todos. Pero él optó desde el primer minuto por desprestigiarlos para que quedasen por siempre devaluados. Eso no lo había hecho ninguno.

Creo que he tratado lo suficiente a Mazón como para saber que la AVL, el CVC, la Sindicatura de Agravios y etc. se le dan una higa. Pero estoy seguro de que no está conforme con lo que ve en el espejo cuando transige con las imposturas de Vox. Y sin embargo, ese Mazón sombra de lo que fue, al que conozco pero no reconozco, está convencido de que todo esto le renta, así que vuelve la cara y tira p’alante, como le aconseja MAR, otro de sus nuevos amigos. No sé si a muchos de los alcaldes del PP, cuyos gobiernos pueden verse en serios aprietos como la ultraderecha siga creciendo, les tranquiliza esa estrategia, pero creo que entre la caída a los abismos de Mazón y la inanidad de Feijóo a algunos les van a hacer un destrozo considerable.

Como nos advertía la viñeta de El Roto sobre los lobos y los borregos, en esta tesitura lo más relevante no son empero las acciones de Mazón y cía, sino el atronador silencio con el que en la mayoría de los casos está reaccionando la sociedad. ¿Dónde están las organizaciones civiles? ¿No tienen nada que decir colegios como el de Médicos o el de Abogados, por citar sólo dos que deberían sentirse interpelados por muchas de las cosas que están pasando? ¿Y qué papelón está haciendo últimamente, en esto como en tantas cosas, la Universidad de Valencia, tan decisiva en otros tiempos a la hora de formar opinión y a la que ahora contemplan medio milenio de historia y media legislatura de retranqueo? ¿Nadie tiene nada que decir?

Nos quejamos mucho de los políticos. La pregunta es, ¿y los demás, qué? Porque una democracia no es una partitocracia, sino justamente el terreno de juego donde todos tenemos el derecho, y la responsabilidad, de intervenir. Aquí Vox está haciendo exactamente lo que se espera de la ultraderecha, así que no engaña a nadie, y el PSPV y Compromís están dando en este punto la cara como les corresponde. Es el PP el que está confundiendo a una parte de sus electores, que no creo que estén de acuerdo con la deriva que pretende criminalizar a todo el que venga de fuera, salvo en el horario en que sin contrato y malcobrando en negro estén trabajando nuestros campos, limpiando nuestras casas u ocupándose de nuestros mayores y nuestros enfermos. Ni con someter a un escrutinio y una culpa insoportables a las mujeres que pasan por el amargo trance de abortar, por poner otro ejemplo, cada vez más señaladas por determinados gobiernos, entre los que más pronto que tarde estará también el de la Comunitat Valenciana.

Pero es el resto de la sociedad, la que no milita, la que está dando la callada por respuesta. Podría traer aquí el poema falsamente atribuido a Bertolt Brecht. Ese que dice que primero vinieron a por los comunistas pero como yo no era comunista, bla, bla, bla. Pero está tan manoseado que ha perdido cualquier efecto. Prefiero citar otro texto también muy conocido, pero menos explotado. El de “El asesinato considerado como una de las bellas artes”, de Thomas de Quincey. Ese que alerta de que “si uno empieza por permitirse un asesinato pronto no le da importancia a robar, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del Día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente”. Y es que, remata De Quincey, “una vez que empieza uno a deslizarse cuesta abajo ya no sabe dónde podrá detenerse”. En esa pendiente está Mazón. Pero no es el único.

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