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Opinión | Algo personal

València

Memoria del frío

La gente joven no tiene ni idea de lo que fue la crueldad de esa dictadura, lo que es vivir con miedo, amar con miedo, sentir que miraras donde miraras todo estaba lleno de miedo

La posguerra.

La posguerra. / L-EMV

Las casas se quedaron solas. El frío no era normal aquel abril de 1939. Leo los poemas de Carmen Castellote, que aún vive exiliada en México y sé de ella a través de mi amigo, actor inmenso y comprometido con las causas más justas, Carlos Olalla. Leo lo que escribió Carmen hace muchísimos años: “Se dobla la memoria con aquel día / en que el frío nos miró de cerca”. Aquel frío cuando empezaba una posguerra interminable. Atrás quedaban la Segunda República, el golpe de Estado fascista, la guerra… Delante, sólo la victoria. No la paz. No era la paz lo que llegaba: era la victoria. La venganza. El ajuste de cuentas con la derrota republicana. El miedo. Las cárceles. Las cunetas llenas de muertos. Los cementerios con sus fosas clandestinas. No la paz iluminando las calles, sino la sombra inquietante y cruel de la victoria. Han pasado ochenta y seis años desde entonces y aún seguimos con el frío a cuestas. Aún seguimos con aquel frío.

Se cumplen ahora veinticinco años de las primeras exhumaciones en las fosas del franquismo. Ya con avances científicos. Antes hubo otras llevadas a cabo por las familias represaliadas, con su dinero, con sus picos y palas, con su valentía, con la necesidad de sacar a la luz las vidas ocultas en la oscuridad de la dictadura. Luego, ya a principios de este siglo, las cosas empezaron a cambiar. Aparecieron asociaciones memorialistas que empujaron políticas del recuerdo. La historia seguía sus difíciles investigaciones en los archivos, en la recuperación de unos hechos cuyo relato sólo podía encontrarse en los silencios familiares. Las voces de los testigos surgían cada vez con más fuerza para asumir que lo que no se cuenta será al final como si no hubiera existido. La victoria veía cómo poco a poco su coraza se iba llenando de agujeros. La memoria, que la transición y los gobiernos de Felipe González y los sucesivos del PP dejaron sin resuello, iniciaba una nueva época. Era necesario saber de dónde veníamos, quiénes estuvieron antes que nosotros, cuál fue el papel de cada cual en los tiempos del horror.

Pero nunca hubo una apuesta seria por la recuperación de la memoria republicana. Nunca. La luz seguía saliendo a cuentagotas. En las escuelas se callaba esa parte de nuestra historia. El miedo se negaba a desaparecer definitivamente. Que no vuelva la guerra: eso era lo que se decía, muchas veces sin saber que si la guerra no se contaba nunca llegaría la paz y seguiría existiendo la versión falsificada que de esa guerra daban los vencedores. La Ley de Memoria Histórica de 2007, con el gobierno de Rodríguez Zapatero, era floja, sólo un intento tibio de recuperación memorialista. La Ley de Memoria Democrática de 2022, con el gobierno progresista de coalición, fue más allá, era más amplia, aunque también hay en ella mucho que mejorar. Antes, en 2017, tuvimos aquí la Llei de Memòria Democràtica, también del gobierno progresista de coalición. ¿Había llegado la paz con esas leyes? La pregunta del millón que respondo sin contemplaciones: no. No había llegado la paz. Lo que había llegado era otra guerra. Distinta a la de 1936, pero otra guerra. Las derechas se inventaron la Ley de Concordia. Y donde gobernaban hicieron regresar aquel frío de la posguerra a las casas de la derrota. El resurgir de los buenos españoles amantes de la patria y, enfrente, los malos españoles con el malvado gen rojo en las entrañas. La mayoría del PP y Vox en las Corts Valencianes aprobaron esa ley en julio del año pasado.

Exhumación en Paterna.

Exhumación en Paterna. / L-EMV

Las heridas que se reabren. Eso dicen algunos. No se pueden reabrir unas heridas que nunca se cerraron. Aquí se ha hablado de la represión en Chile y Argentina, pero se ha callado la represión durante los cuarenta años de dictadura. Por eso la gente joven no tiene ni idea de lo que fue la crueldad de esa dictadura, lo que es vivir con miedo, amar con miedo, sentir que miraras donde miraras todo estaba lleno de miedo. Aquí no se ha juzgado a los represores, a los torturadores, a quienes se apoderaron de las casas y los campos de los derrotados. A nadie. Aquí no se ha juzgado a nadie. Al revés. La democracia ascendió en el escalafón a muchos de aquellos torturadores franquistas. Nunca se cerraron las heridas de la guerra, de la dictadura, de nada. Aquí no se ha apagado el grito de la victoria por las calles, las plazas, los cementerios y las cunetas de la posguerra. Lo dice el mismo Santiago Abascal: él y los suyos son la voz de los que ganaron la guerra. Y la quieren seguir ganando.

Veinticinco años desde las primeras exhumaciones. Y sigue habiendo muchas fosas sin abrir en un país que, durante tantísimos años, ha mirado de reojo cuando se hablaba del tiempo aquel del frío, el miedo y el silencio. Regreso, como empecé esta columna, a los versos de Carmen Castellote: “Ya nadie habla de la guerra. / ¿Qué hago con los muertos?”. Muy sencillo, querida Carmen: hemos de sacarlos de sus tumbas clandestinas, de sus identidades clandestinas, de su lucha clandestina, de aquellas vidas que pensaron que sin libertad vivir era imposible. En eso estamos ahora mismo. En salir con dignidad del frío de una posguerra infame, llena de hambre, de tristeza, de cárceles y muertos. Salir de aquel tiempo sin tanto remiendo provisional como hasta ahora. Y que podamos pronunciar de una puñetera vez la palabra paz en vez de la palabra victoria. En eso andamos todavía, ¿sabes, Carmen? En eso andamos.

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