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Opinión

Ordinara infamia

El primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, en una imagen de archivo. EFE/EPA/WILL OLIVER / POOL. NO SALES EPA ZONE

El primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, en una imagen de archivo. EFE/EPA/WILL OLIVER / POOL. NO SALES EPA ZONE / WILL OLIVER / POOL / EFE

Una vez los máximos dirigentes de Israel–años 90– se propusieron entrar en un plan de paz con los palestinos que al menos no fuera una pantomima. Las balas y los desprecios de los fanáticos acabaron con políticos israelíes como Isaac Rabin o Simón Peres. El efecto de aquellos atentados fue curioso: se suspendieron las negociaciones sine die como si los fanáticos estuvieran mejor situados para sembrar esperanza o escucharan voces proféticas. Quizás no querían remover nada de las habitaciones más polvorientas. Allí están las almas cautivas

Netanyahu es un tarugo y ha tenido verdadera mala suerte. Aquí, en media hora la pantalla de las teles se te llena de niños reventados, de mares de sangre, de furia maníaca y persistente, de hambruna y ollas vacías. Nunca tuvimos tanta exhibición de miembros cercenados y orbitas oculares vaciadas y tal vez por eso el ejército de Israel ha matado unos 250 periodistas: porque ven y escuchan, porque juzgan y valoran. Porque cuentan. Sin contar el amasijo de periodista producto de su planchado mediante carros blindados: más plumillas planchados que en todas las guerras de Oriente Medio juntas.

El genocidio judío, entre otros, llegó después del armenio y mucho antes que la pelea feroz entre tutsis y hutus, pero las cámaras y los cronistas hicieron sus tareas hasta en el espanto de Sabra y Chatila, dos campos de refugiados palestinos en Líbano convertidos en picadillo de hamburguesa.

Una encuesta sobre la posibilidad de redimir a los pieles rojas recluidos en sus reservas o a los niños del Sudan o a los garimpeiros que escarban en la arena aurífera del Amazonas, muertos de hambre, arrojaría, quizás, un cuadro pintado de colores de conformidad y aturdimiento. De conformismo. Todo se olvida dicen los carniceros, pero no es tan fácil: se siguen colando en las tripas de las mejores cámaras los gritos de las víctimas, el espanto de sus padres o hermanos, el atroz amasijo de ajo y diarrea.

Es mala política exigir o esperar algún cambio significativo cuando los medios y las armas son para una parte del contencioso. La cautela es el arma de los arrojados al basural que no gozan de la democracia judía. No te atribuyas más poder y efectos de los que tienes, pero no abandones la tarea.

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