Opinión
Lunes

Transistor. / Shutterstock
Al locutor que me acompaña en los despertares no le gustan los lunes. Los rechaza y los limita a tiempo de tránsito entre lo que fue y lo que se desea que llegue. Días de relleno. Con suerte vivimos unos cuatro mil lunes, que pasan acelerados, sabedores que no son bienvenidos, atiborrados de caras largas, evidentes ojeras y humos torcidos. El locutor que me susurra resaltó la pausa entre su nombre y su apellido para no ser otro: Juan (pausa larga) Magraner. Como los lunes, una pausa en la semana.
Su compañero José Luis Sastre recibió las seis de la mañana de otro lunes con más convicción: “Vamos a por la semana”, proyectó por las ondas mientras yo aceleraba al ritmo (y exigencia) de las contracciones de mi pareja de vida y cansancio. Su voz y sus frases son materia de memoria, el alimento de la identidad. La gente, cuando los conoce, se hace fotos con ellos, intentando inmortalizar un tiempo escuchado.
Como los murmullos de Gabilondo cuando mi madre sucumbía en la madrugada para preparar la marcha a la ciudad, donde luchaban contra mis pies planos con la ayuda de unos botines que vertebraban tu infancia. Ella era silencio, pausa y tranquilidad. Iñaki abría en canal el mundo y marcaba el ritmo del tiempo. Fueron varios días, quizá algún lunes, pero parecen todos. Madrugadas rotuladas. Una de aquellas, con Gabilondo presente, nos sorprendió un temblor que removió la casa y nos acabó de despertar. Ella no dijo nada. Simplemente esperó a la normalidad de vuelta.
Cuando la radio susurra, sonando de fondo mientras la vida circula, aporta contenido que se va directo al subconsciente. Forma parte de eso que sabes y no sabes por qué lo sabes.
Mi tía Carmen transgredía con la ayuda de aquel pequeño transistor. Se mantenía viva cuando el mundo debía callar. Sola, acompañada. Gemma Nierga daba pasos a noctámbulos como ella, como mi tía, algunos taciturnos, otros arrebatadores, como mi tía, la de Valencia, la del moño y los ojos de colores, la que siempre me decía que los catalanes eren primos hermanos de los valencianos.
Una para acabar. Fernando Delgado, domingo soleado, rudimentaria segadora y mi hermano y yo a lomos. Para jugar antes hay que pencar. A vivir, que son dos días, amigo Juan, y uno es lunes.
Venga, déjenme, voy a volver al hogar, voy a encender la radio.
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