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Opinión | En el barro

València

El día 366 es el más importante

Lo importante es que dos minutos de reflexión sobre lo vivido en esta jornada se impongan sobre manuales de estrategia

Un familiar enseña la foto de una víctima a Carlos Mazón en el funeral de Estado.

Un familiar enseña la foto de una víctima a Carlos Mazón en el funeral de Estado. / Germán Caballero

Cuesta escribir en días como estos. Cuesta porque escribir de la realidad debería ser un acto frío, de mesa de quirófano. Y uno ha perdido la cuenta de las veces que hoy (cuando lo lean será ayer) se ha limpiado los ojos. Creo que ya lo he escrito: me cuestan los días señalados, para la alegría y para el dolor. Hoy lo tenemos bien marcado. Y hoy también a mí el calendario me ha arrastrado y he acabado al borde de la espeluznante rambla que hace un año trajo la muerte. Persigo rastros que se lleva el tiempo: el recorrido de Mazón y Vilaplana entre El Ventorro, el aparcamiento y lo que fue después; hoy, la huella de los que se fueron. En el número 13 de la calle Sant Jordi de Paiporta, vora barranc (como el bar histórico que hoy es un ataúd cerrado), unas flores y unas velas recuerdan la vida rota. Al lado, unos vecinos hablan y ven pasar el tiempo como sin ganas. Qué especie más rara que siempre sigue. Este agujero descosido llevó el Nilo hace un año pudiendo con todo a su paso. Hoy casi todo lo que lo cruza es provisional. El barrio de l’Almassereta de Picanya está en lucha porque no quiere desaparecer después de la riada. Las pancartas tapan los agujeros. El piar de los pájaros contrasta con el martilleo seco y constante de las máquinas en los barrancos. La novedad hoy son los periodistas. Abundamos. Camiones coloridos, antenas gigantes, cámaras y micrófonos en cualquier pasarela provisional. La línea del espectáculo se estrecha.

El sol dulce de otoño choca con el horror revisitado en todas las pantallas. No ayudan las apariciones políticas. Núñez Feijóo afirma en el Congreso que su deber es "distinguir la verdad de la mentira". No puede ser cierto. No puede ser tras todo lo que envuelve a su barón Carlos Mazón. La política parece decidida a cruzar la frontera de la parodia.

Después aparece Mazón en el saló de Corts del Palau, el del boato y las grandes ocasiones, rodeado de los que han decidido estar a su lado en esta hora lúgubre. Habla y no dice nada. Habla de cosas que debieron funcionar mejor, pero no pide perdón por no estar aquel día, que era tan poco importante que domina toda la vida valenciana (y parte de la española) desde entonces.

Todo es más sencillo de cómo se quiere hacer ver: si tu equipo lo hace mal, falla, tú no estás y las consecuencias son terribles, has de asumir responsabilidades

Si alguien tenía alguna duda de lo que piensan las víctimas lo pudo oír en el funeral de Estado. Y lo pudo ver. Mazón apartado, excluido de la recepción con las víctimas por decisión de ellas. Mazón arrinconado, con dos escoltas al lado en el patio de butacas, con la mirada en ningún sitio mientras algunas familias le gritan que les miran, con fotos de muertos en alto. Quizá Feijóo duerme hoy con otra idea sobre la verdad y la mentira. Lo dudo: los intereses electorales nublan la vista. “No pararemos, Mazón”, es el último grito que escucho, antes de que el museo se despeje.

El aniversario pasa. Lo importante es lo que viene ahora. Que el olvido no gane. Que las cámaras no se apaguen. Que el día 366 sea tan importante como el 365. Que dos minutos de reflexión sobre lo vivido en esta jornada se impongan sobre manuales de estrategia. Que por fin Mazón (y Feijóo y los que tienen peso en el PP valenciano, si alguien queda) entiendan que es el momento de parar, atender a las víctimas y tomar decisiones. Que todo es más sencillo de cómo se quiere hacer ver: si tu equipo lo hace mal, falla, tú no estás y las consecuencias son terribles, has de asumir responsabilidades. No hay más.

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