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Opinión

Primer año de vergüenza eterna

El funeral por la dana, en imágenes

El funeral por la dana, en imágenes

Quien por la generosidad de un periódico tiene el privilegio de publicar de forma continuada, debe ser consciente de sus responsabilidades. La principal de ellas es elegir bien la temática de cada artículo y encuadrarlo en una línea argumental. No se puede elegir esa línea sin identificar lo más importante, ese punto de convergencia que hace que un artículo trascienda su presente y adquiera la constancia de una posición. Llegado el caso, puede adquirir la radicalidad de una batalla pública.

Puesto que para mí lo más importante es el vigor de nuestra democracia social, la calidad de nuestra cultura moral y política, el rigor de nuestro sistema representativo, la solvencia de nuestra institucionalidad, la seriedad de nuestra vida pública y la garantía de la igual dignidad de los seres humanos, elijo cada columna en proporción a su eficacia en la defensa de ese ideario en cada presente. Este viernes en el que escribo este artículo tengo claro qué elegir.

Pues nada más relevante ni más dañino para nuestro sentido colectivo y nuestra vida pública que este año de vergüenza que como pueblo valenciano y español hemos soportado, al ver a un presidente Mazón mentir, ocultar su agenda, rehuir responsabilidades, dejar de entregar vídeos y documentos, encastillarse tras los suyos, despreciar el sufrimiento de la ciudadanía y mostrar que para él la razón partidista es absoluta. Instalado en ella, no se deja influir por las más elementales evidencias del daño catastrófico y moral que ha infringido a su pueblo, al ser incapaz de interesarse durante aquellas horas cruciales por lo más importante, las vidas y bienes de la ciudadanía en el momento de su mayor tragedia natural. A eso hay que añadir su pésimo juicio al elegir su gobierno, con una consejera incompetente, incapaz de tomar decisiones sin contar con un presidente ausente. Por no hablar de otros miembros actuales que no han sido capaces de movilizar en favor de las víctimas ni siquiera los recursos económicos que entregó la ciudadanía para la reconstrucción de sus vidas.

El miércoles, en esa fría ceremonia en la que las victimas pudieron tomar la palabra y expresar su inmenso dolor ante las máximas magistraturas del Estado, lo que vimos fue la confesión de indignidad. Esa fue la penúltima vergüenza que nos ha causado Mazón. Como máxima representación del pueblo valenciano, necesitábamos un President reconciliado con su ciudadanía, en un puesto noble y destacado en esta ceremonia, visible y prestigiado. Necesitábamos decirle al mundo que la Generalitat está reconciliada con el sufrimiento de su pueblo. Pero lo que vimos fue un Mazón escondido, perdido, insignificante, invisible, huidizo, furtivo, encerrado en el círculo estrecho de sus afines, sin esa libertad del representante que sabe mirar a la cara a su gente y, en el sufrimiento compartido, consolarla con todas las fuerzas y recursos de las instituciones.

Sabíamos que Mazón no había tenido una actitud digna hasta ahora. Pero lo que vimos el miércoles fue un presidente sin dignidad institucional, como si hubiera interiorizado el juicio que sobre su comportamiento tiene la mayoría de la ciudadanía. Y eso fue evidente, no tanto por los gritos de personas sufrientes, por duros que parezcan, sino por el contraste entre la posición humillante de Mazón y la dignidad institucional de ese acto, en el que el Estado se hizo presente con el respeto general que evocaba un ánimo de dolor compartido. Ese contraste es insoportable, y genera la pregunta en toda conciencia bien dispuesta acerca de si no estamos aquí ante un límite que no puede traspasar la conciencia partidista. Esta no puede llegar hasta sostener a Mazón.

He hablado de penúltimo acto de esta vergüenza que amenaza ser eterna. El último ha sido esta salida de Mazón utilizando medias palabras, intentando rebajar la tensión, amagando con asumir las evidencias que desde un año obran en poder de la ciudadanía, afirmando que será capaz de reflexionar en tres días, algo que no ha querido hacer en todo un año. Pero el mismo día de esta última vergüenza, vemos organizar una comisión en el Senado que es todo un síntoma respecto de la incapacidad para impulsar una política de altura.

Nada de lo que hemos visto o escuchado en esa Comisión del jueves pertenece a la política y al menos el señor Morera salvó el honor del Senado al mostrar que se estaba haciendo un uso torticero de una Cámara que es del todo ignorada respecto de sus funciones constitucionales y es utilizada para una cacería del hombre impulsada con el estilo psíquico más despreciable, la saña, en la que compiten los hombres de Abascal y de Feijóo. Claro que Sánchez debe responder sobre Koldo, Ábalos y Cerdán. Pero confundir una comisión parlamentaria con una sede judicial y fiscal, al estilo de cierto juez de cuyo nombre no quiero acordarme, y al mismo tiempo apoyar a Mazón, es llevar la política a la ceguera partidista que pierde la razón ante un sadismo incontrolado, que sólo dejará de repugnar a quien esté instalado en el odio personal.

Por supuesto que la relación de Sánchez con Ábalos dista mucho de estar explicada, pero la manera de llevar la Comisión ha sido infame, tan brutal como ciega, y nos ha mostrado que el segundo escalón de los partidos de la derecha en el Senado es tan mediocre y carente de criterio como el primero en el Congreso. Esa actitud ha ofrecido la mayor ayuda a Sánchez, desde luego, y es su mejor coartada para no explicarnos cómo ha funcionado económicamente el PSOE bajo los secretarios de organización Ábalos y Cerdán. Cómo funcionó el PP con Bárcenas ya lo sabemos.

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