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Opinión

Por qué toca ser siempre la Generación Z

A propósito de insurrecciones en todo el mundo de los llamados centennials o zoomers

Los manifestantes se enfrentan a la policía, este domingo en las protestas de Rabat.

Los manifestantes se enfrentan a la policía, este domingo en las protestas de Rabat. / JALAL MORCHIDI / EFE

Con frecuencia, los cínicos de la política enarbolan la sentencia atribuida a Churchill como propia y suficiente comprobación de su indolencia frente a los males de las sociedades: “El que a los veinte años no es de izquierda, no tiene corazón; pero el que a los cincuenta no es de derecha no tiene cerebro”. El pequeño problema es que no existe ninguna prueba de que el primer ministro británico haya expresado tal despropósito; incluso, la atribución al político francés François Guizot (1787-1874) en la versión “No ser republicano a los veinte años es no tener corazón; seguir siendo republicano a los cuarenta es no tener cabeza” es apócrifa. Como se ve, la falacia de autoridad queda al desnudo.

Este refrán, tan mentado en los círculos conservadores de Europa, Norteamérica y América Latina (en especial mi país de origen, el Perú), alude a la pretendida señal de madurez política que significaría el viraje que importantes sectores de la sociedad realizan hacia el conformismo con el estatus quo al llegar a la plenitud de la vida. De ese modo, se identifican las palabras “izquierda” y “republicano” con las veleidades juveniles, agitadas por las pasiones, el “corazón”, la emotividad, la ilusión sin un sustento en la realidad. En cambio, se propone una sinonimia entre la llegada a la adultez y una presunta madurez objetiva, racional, gobernada por el intelecto y la sensatez de quienes giran hacia la “derecha” o hacia ideales no democráticos.

Pero la historia de los pueblos ha demostrado otra falacia que subyace en este refrán: la falsa dicotomía, al identificar determinados valores y ciertas edades con la madurez o inmadurez política. ¿En qué sentido la indignación frente al genocidio, por ejemplo, frente a la discriminación de las personas migrantes o contra la corrupción generalizada comporta un arrebato pasional –el “corazón”– y no una plena consciencia ciudadana? ¿Qué clase de supuesta “madurez” u objetividad sería aquella que mantiene neutralidad y pasividad ante tan brutales atropellos de los derechos de las personas? El propio Churchil, a edad muy madura, debió desoír los cantos que llamaban a ceder frente al fascismo en plena guerra, a la moderación, y confiar en el arrebato juvenil de decir “no” y afrontar las consecuencias.

La irrupción furiosa en distintos países de la llamada Generación Z –de los también conocidos como centennials o zoomers, los nacidos entre 1997 y 2012– no es una señal de inmadurez política a la que menospreciar o satanizar, sino todo lo contrario: es un signo de pulso vital en las sociedades, de que no todo está perdido en la era de la fragmentación, polarización y dispersión social generada por las redes sociales.

En lo que se refiere al Perú, lo ocurrido en estas dos últimas semanas, aunque sumen lamentables muertes y daños a manos de las fuerzas represoras y se haya desatado el “terruqueo” feroz de los manifestantes, es una clarinada saludable de que todavía podría existir una posibilidad de cambio y restauración social en medio de una crisis provocada por los mismos sectores que tendrían que demostrar algún mínimo indicio de madurez y decencia política, pero solo exhiben arrogancia, prepotencia y corrupción.

Celebro que la Generación Z le ponga ese corazón palpitante, tan defenestrado, al ejercicio de la ciudadanía y al rechazo a esa injusticia que dejan en herencia las clases dirigentes actuales (hoy que escribo, se levanta contra los estropicios de Donald Trump en Estados Unidos). Un alma que está bien puesta en su lugar frente a los anquilosamientos escleróticos de la mente y el espíritu de quienes pasan –pasamos– los cincuenta años y se dejan –nos dejamos– arrastrar por la indolencia y el egoísmo. Por el contrario, necesitaríamos ser siempre la Generación Z, sumarnos a ella sin importar la edad, para nunca cejar en la busca de un mundo y sociedades mejores, más igualitarias, libres y justas.

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