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Opinión

València

Rovira, el conseller que no está

El president Mazón junto al conseller Rovira.

El president Mazón junto al conseller Rovira. / German caballero

Cuando José Antonio Rovira (PP) tomó posesión como conseller de Cultura en julio de 2024, tras la salida de Vicente Barrera (VOX), el sector cultural respiró con alivio y cautela. Se esperaba que su perfil discreto, más técnico y su cercanía al president Carlos Mazón aportara calma al área tras meses de sobresaltos. Dieciséis meses después, la expectativa se ha desvanecido: Rovira está pasando por la conselleria sin dejar huella. O, peor aún, sin haber estado realmente presente.

Su llegada estuvo acompañada de dos mensajes que sonaban firmes pero huecos: «eliminar la ideología de la cultura» y «defender las señas de identidad». Una declaración de intenciones que pretendía sonar conciliadora, pero que se ha revelado como una coartada para la inacción. Porque ni se ha eliminado la ideología —toda política cultural la tiene, aunque se disfrace de neutralidad— ni se ha fortalecido la identidad cultural valenciana. Lo que sí se ha conseguido es el silencio administrativo: una conselleria sin rumbo, sin voz y sin interlocución con un sector que sobrevive por inercia y por el empeño y el esfuerzo propio de los implicados. Y la dana, que afectó a la Cultura como a otros muchos otros ámbitos, no es excusa.

En una muestra de indiferencia, o desinterés, apenas se le ha visto en actos culturales. Artistas, gestores y asociaciones coinciden en la misma queja: el conseller, cuando más se le necesita, da la espalda a la cultura, mientras los máximos responsables de su área se duplican para maquillar sus ausencias y se ven obligados a adoptar un 'perfil bajo' para no evidenciar lo que es un clamor.

Rovira, hombre de confianza de Mazón, ha dedicado más tiempo a consolidar su papel como pieza fiel dentro del engranaje político del Consell que a ejercer de responsable cultural. Cierto es que tiene otras más carteras como Educación, Universidades y Ocupación, pero Cultura no puede, ni debe, ser su última ocupación. Su agenda lo dice todo: en más de un año, apenas ha asistido a un puñado de eventos culturales. Museos, compañías teatrales, escritores, festivales o fundaciones trasmiten una misma sensación: el conseller les da la espalda. ¿Es elegida la irrelevancia? Su paso por el cargo deja la impresión de que no quiere estar ahí,

Si se confirman los rumores, Rovira saldrá de Cultura en la próxima remodelación. Su salida no generará lamentos. Su legado será el de quien nunca quiso o supo ocupar el cargo. O no, la indiferencia también es una forma de hacer política, quizás la más dañina de todas.

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