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Opinión

África Pardo

Decisiones

La vida de Chuck

La vida de Chuck / L-EMV

Los domingos. Una chica de diecisiete años, huérfana de madre, con dos hermanas pequeñas, un padre agobiado por los gastos y una tía agnóstica y que va de moderna pero que acude todos los domingos a misa en el Bilbao actual, decide que quiere convertirse en monja de clausura. Con este argumento tan rompedor, la estupenda directora Alauda Ruiz de Azúa (con “Cinco lobitos” dibujó una maternidad distinta y poco idílica, y con la serie “Querer” dio conversación para varias sobremesas) ha situado a su última película entre las más vistas de la cartelera. Excelentemente interpretada por todas (ya sea la adolescente, la tía laica y la directora del convento) y también por el actor que interpreta al padre (y de qué manera, un robaplanos brutal) te pone en el brete, con delicadeza y sin aspavientos, sobre lo que pasa cuando una bomba-lapa explota en el salón de tu casa. La película ha creado discusión, fundamentalmente por el morbo del tema religioso. Pero el dilema importante es qué hacer cuando alguien a quien quieres hasta el infinito y más allá toma una decisión radical (y a la vez, personal y legal) que crees que va a cambiar su vida a peor de manera dramática. Esta decisión puede ser entrar en un convento de clausura, sí. Pero también puede ser que tu hijo deje su puesto de funcionario y decida meterse a legionario. O que se vaya durante un año como médico de una ong a cualquier país en guerra. O que abandone derecho en el último curso y monte un grupo de reguetón. La cuestión es si los padres, o hermanos o tías con derecho a roce debemos solo preguntar, oír y aconsejar, o algo más: intentar intervenir de mala manera hablando y murmurando con unos y con otros, prejuzgar, ser incapaces de bajarnos de nuestras ideas para ver a ras de suelo el conflicto. En definitiva, usar cualquier arma. Alauda nos mete en ese salón y en ese convento de manera absolutamente fácil, cuando es algo tremendamente difícil.

La vida de Chuck

La vida de Chuck / L-EMV

La vida de Chuck. Aquí, todo lo contrario: qué hacer cuando uno sabe que no decidió lo que debía, o lo que le gustaba, o para lo que realmente valía. Y cómo tomarte la vida, entonces: si torturarte para los restos o aceptarlo de manera madura y seguir abriendo puertas. La película es triste y alegre a la vez, nada efectista ni lacrimógena, y sin moralina. Y tiene una secuencia de varios minutos que es una delicia, que actúa como una revelación cargada de varios kilos de rebelión íntima y valiente, y que solo el cine es capaz de mostrarnos. Solo por ella merece la pena verla. Película recomendada para dubitativos, responsables y sufridores. Si cumples las tres condiciones, además es obligatoria.

Las decisiones necesarias. Seguramente las más importantes. Las que uno sabe que sí o sí tiene que tomar, pero no toma. Mi hermano, de pequeño, cuando le exigíamos que hiciera algo que tenía que hacer y no lo hacía, respondía siempre lo mismo: “Es que me cuesta sacrificio”. Pues eso: Feijóo tiene una decisión que tomar necesaria y obligada, inexcusable y sangrante, y ya con retraso de más de un año, pero, como a mi hermano, le cuesta sacrificio (solo que mi hermano tenía ocho años, y Feijóo tiene sesenta y cuatro). Tampoco estaría de más que Sánchez reconociera que no tiene ni tendrá presupuestos que ejecutar, ni mayoría de “progreso” con la que gobernar, y que en esos casos lo que suele hacer un gobernante serio es hacer que la gente vote para saber qué opina de todo lo que ha pasado en esta (deprimente e insufrible) legislatura, que para lo único que está sirviendo es para engordar a un partido tan inútil y peligroso como Vox. Las necesidades nos obligan. A todos.

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