Saltar al contenido principalSaltar al pie de página

Opinión

València

¿Qué podía salir mal? Enseñanzas de una gran catástrofe

L'Alcúdia en la mañana del 30 de octubre de 2024, un día después de la dana.

L'Alcúdia en la mañana del 30 de octubre de 2024, un día después de la dana. / Germán Caballero

Ha pasado un año y no consigo olvidar. El lado de las emociones se impone al de las razones. Aunque me siento un privilegiado, no consigo olvidar. Pude haber perdido a una de las dos personas que más quiero y necesito en el mundo, pero afortunadamente una mano sabia y responsable lo impidió, y siempre le estaré agradecido por ello. Y pienso en esas 229 familias y en los centenares de miles de damnificados que han perdido a los suyos o lo han perdido todo. Hasta las fotografías de los suyos. Y me pregunto cómo se puede sobrellevar ese dolor. Sabiendo además que pudo haberse evitado si las cosas se hubiesen hecho pronto y bien.

Pero intento recomponerme. Y apelando al lado de las razones me pregunto: ¿Qué podía salir mal en un territorio densamente poblado que ha ocupado de forma imprudente y desordenada territorios inundables? ¿Qué podía salir mal en un área afectada por una catástrofe metropolitana y que carece de instrumentos de gobernanza metropolitana? ¿Qué podía salir mal en un Estado muy descentralizado que arrastra graves déficits de coordinación y cooperación entre las partes que son el Estado en un contexto de polarización extrema? ¿Qué podía salir mal cuando un gobierno regional irresponsable, incompetente e indolente tenía que afrontar una situación de gravedad extrema? ¿Cuántas vidas se hubieran podido salvar? ¿Cuánto daño económico se hubiera podido evitar? Parte de la respuesta la tenemos en los devastadores efectos. En vidas y en pérdidas y daños materiales. Si hemos aprendido realmente la lección lo veremos dentro de unos cinco años.

¿Qué enseñanzas podemos sacar de esta última catástrofe? Además de los graves problemas de coordinación entre la administración central y autonómica, quisiera destacar tres aspectos. En primer lugar, la imprudente ocupación del territorio durante décadas ha generado un gran desorden territorial y acentuado riesgos. No cabe atribuirlo a una sola causa (como ya advirtió Ulrich Beck cuando hablaba de “irresponsabilidad organizada”), pero es un hecho. Este es un país de barrancos y ramblas. Sabemos que el cambio climático extremara los episodios de precipitación torrencial. Pero nunca le hemos guardado el respeto debido a la naturaleza ni a la geografía. Y ajenos al riesgo, hemos ubicado equipamientos públicos, polígonos industriales y zonas residenciales en zonas inundables, porque eran suelos “disponibles” baratos. Y periódicamente la naturaleza nos golpea. Y lo hará con más dureza en el futuro con nuevos episodios extremos y más recurrentes. Y el agua regresará con sus escrituras de propiedad en la mano. Si además tenemos en cuenta que muchas inversiones previstas llevan pendientes desde antes de 2008, las consecuencias están a la vista.

En segundo lugar, los gobiernos locales son el primer rostro del Estado. El más próximo a la ciudadanía. Y como dijera el gran alcalde de Vitoria, José Ángel Cuerda, todo lo que no es de su competencia es de su incumbencia. Si exceptuamos las pensiones, los servicios públicos esenciales son locales en última instancia (el centro escolar, el centro de salud, los servicios sociales, la seguridad), pero también el problema de la vivienda o la pobreza. Y la catástrofe ha vuelto a evidenciar que la escala local sigue esperando su gran reforma y la revisión de competencias y capacidades como tercer pilar del Estado Autonómico. Presión ciudadana, falta de personal, limitaciones reglamentarias para poder gastar recursos disponibles, burocracia e impotencia. Esta es la ecuación en la transcurre la vida de alcaldes y alcaldesas de la zona afectada por la Dana. Muchas veces en soledad.

Y en tercer lugar, el factor humano. No era el gobierno de los mejores, sino que se han distinguido por la irresponsabilidad, la negligencia, la incompetencia, la incapacidad y la imprevisión. Evidenciando total falta de empatía y desesperados intentos de derivar su indelegable e intransferible responsabilidad política. Recurriendo a la manipulación, a la desinformación, la despersonalización y la deslegitimación. Incluso de los familiares de las víctimas. Poniendo a toda potencia la fábrica del fango para eludir responsabilidades de todo aquello que el fango se llevó por delante. En primer lugar, 229 vidas. Con un President desparecido, desconectado de su país y de sus gentes, en el día más importante de todo el tiempo que siga siendo President. Incumpliendo su juramento ante las Cortes de “gobernar sin engaño”.

Durante este año se han producido mejoras importantes, aunque desiguales, en la recuperación de daños materiales. Salvo el dolor, la vida se va normalizando poco a poco y las inversiones van progresando, pero queda mucho por hacer. Y será una tarea de varios años. Afortunadamente existe amplia coincidencia entre el mundo académico, responsables económicos y sociales y algunos responsables públicos, en especial en la escala local, en cuanto a la tarea pendiente para afrontar nuevos desastres. Hay que revisar protocolos que proporcionen seguridad y claridad, sistemas de gestión de emergencias, de alerta temprana, cartografía de riesgos y de zonas inundables. Hay que revisar planeamiento urbanístico y planes de adaptación a los efectos del cambio climático. Hay que impulsar soluciones basadas en la naturaleza. Es imperativo incorporar la escala metropolitana, este es un sentimiento unánime. Hay que cambiar legislación básica y autonómica, en materia de emergencias, de regla de gasto, de cese de actividad de autónomos, de compensación de rentas a trabajadores acogidos a un ERTE, de riesgos laborales (incluyendo el riesgo ambiental como uno más) o de seguros. Hay que suprimir barreras burocráticas y apostar por la ventanilla única. Es fundamental reforzar la protección social a los grupos más vulnerables y garantizar asistencia psicológica. Es clave fomentar nuevas formas de participación ciudadana y de reforzamiento del tejido asociativo. Sería casi revolucionario que las administraciones central y autonómica adquirieran mayoría de edad y entraran en una nueva fase de coordinación y cooperación. Y, sobre todo, hay que acompañar mejor a los afectados.

Quiero pensar que hemos aprendido como colectividad. Que ahora somos más conscientes de lo que significan los efectos del cambio climático. Que tenemos que hacer las cosas de otra manera. Que la cultura de la prevención debiera incorporarse al ámbito público y privado. Que nos dotaremos de más recursos, seguridades y otras formas de ordenar y gestionar un territorio vulnerable en la escala adecuada. Para que cuando vuelva a pasar, las medidas no tengan que depender del sacrificio personal de servidores públicos o de voluntarios.

Quiero pensarlo, pero constato con enorme preocupación que el partido conservador está asumiendo la agenda de la extrema derecha, y no solo en materia ambiental. Aprovechando la debilidad de Mazón, la Comunitat Valenciana está siendo utilizada como laboratorio de la internacional reaccionaria para ensayar en España la gran involución trumpista. Y eso es hablar de una emergencia democrática que va mucho más allá de la recuperación de un desastre. Una cosa es la insostenible situación de un President subalterno y su total dependencia la agenda de Abascal, y otra muy diferente la responsabilidad de un partido liberal-conservador en la defensa de los intereses del pueblo valenciano y español y su compromiso con los valores y la agenda europea.

Tracking Pixel Contents